Capítulo III.

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   De inmediato su semblante cambió drásticamente. Tragó en secó, negó con la cabeza y se echó para atrás, evadiéndome.

   —No seas grosero, bebé —lo tomé por el brazo y obligué a que se quedara en el borde de la cama, pues sus claras intenciones eran bajarse.

   —¡Pero no quiero! —atinó, a punto de romper en llanto otra vez.

   —Abre bien la boca.

   Tomé su cabello por la parte de atrás, para así evitar que se siguiera alejando; con la otra me apresuré en bajar mi pantalón hasta la altura de mis rodillas y seguido de eso, froté su rostro en la tela negra del bóxer, provocando una sutil erección en mi intimidad.

   —¡No! —y se alejó—. ¡No quiero hacer eso!

   Colocó ambas manos en mi cadera para evitar que su rostro siguiera pegado a mi pene y me miró con ojos llorosos.

   —Soy tu daddy y tienes que obedecerme.

   —¡Pero yo no pedí que fueras mi daddy! ¡Tampoco pedí estar secuestrado! ¿¡Me entiendes!?

   —Sí; pero no tienes opción a elegir. Es tu culpa por ser tan hermoso y apetecible. ¡Y abre la boca!

   Paul pensó por unos segundos, después se acercó a mi intimidad con lentitud y mordió mi pene con bastante fuerza, haciendo que yo lo soltara y colocara mis manos en la zona afectada, mientras que soltaba quejidos de dolor. Éste echó a correr de inmediato, aprovechándose de que estaba en el suelo retorciéndome de dolor.

   —¡Maldición, Paul! —grité, levantándome y subiéndome el pantalón—. ¡Ya verás!

   Salí de la habitación tratando de correr, pues el dolor era bastante insoportable. Me escabullí por el pasillo al ver que dobló la esquina para bajar las escaleras; con rapidez fui hasta allá y al ver que bajaba, me apresuré en alcanzarlo.

   —¡Paul, vuelve aquí! ¡Lo vas a lamentar! ¡Te va a doler el trasero y no voy a tener compasión de ti!

   Pero no me prestó atención: siguió bajando las escaleras hasta llegar al living de la casa e iba a cruzar la sala, pero su pie descalzó se enredó con la mesita de vidrio que estaba en medio de los muebles y se cayó al suelo al compás de un jarrón de cerámica —que estaba sobre dicha mesa—, el cual se quebró al instante, provocando un estruendo.

   —¿¡Ves lo que haces!?

   Lo tomé del antebrazo y lo levanté con brusquedad, pero éste se quejó del dolor porque pisó algunos fragmentos del jarrón. Sin importar su lamento, lo aventé al sofá y coloqué mis manos en mi cintura, para tratar de calmar mi respiración. Él encogió las piernas, me miró aterrado y sus ojos estaban a punto de derramar lágrimas.

   —Ahora te jodes. No vas a ver tu asqueroso gato lleno de pulgas.

   —¡No, por favor! —suplicó—. ¡Lo quiero ver, en serio! ¡El me quiere y si no me ve en mucho tiempo se va a enfermar! ¡Tal vez en éste momento me esté extrañando!

   —Lástima —volví a agarrar su antebrazo y lo levanté. Él pisó con cuidado de no incrustarse los pedazos de cerámica en los pies—. Vamos.

   —No. Me quiero ir a casa. No quiero estar aquí.

   Ignoré sus súplicas y me dispuse a llevarlo a la habitación. Aunque puso resistencia al principió, logré sostenerlo entre mis brazos y que el rodeara sus brazos en mí cuello. El suelo crujió al pisar la cerámica rota debido al peso extra que tenía.

   Mientras subía las escaleras, Paul colocó su cabeza en mi hombro y comenzó a sollozar, dejando una humedad en mi camisa.

   Al llegar a su habitación, abrí la puerta sin impedimento alguno y lo dejé en la cama. Busqué el saco que hacía unos minutos había colocado en la silla y lo puse en mi antebrazo. Exhalé con fuerza al ver que no dejaba de llorar.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora