Capítulo X.

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   Cuando llegamos a la casa de George, toqué el timbre un par de veces y esperé a que él abriera. En todo el camino Stuart no dejó de estar intranquilo e insistía en que era un mal presagio todo eso, a lo que yo le respondía que se calmara y que todo iba a estar bien.

   —John, me quiero ir; tengo miedo.

   —Ya cálmate, Stu —le dije, en tono fastidiado; a veces sus nervios me ponían de malas—. Todo va a estar bien.

   Iba a responderme, pero de inmediato la puerta se abrió, dándole vista a George. Llevaba una linda camisa gris, de mangas cortas y muy bien abotonada, junto a un pantalón blanco y zapatos de un tono más oscuro que la camisa.

   —Hola, temblorcito.

   —¿¡Ves por qué no quería venir!? —espetó Stuart, señalándolo con su dedo índice—. ¡Se burla de mis nervios!

   —¿Cómo estás, George? —le pregunté, ignorando la acusación del otro.

   —Pésimo, ahora que están aquí. Pero, en fin, pasen...

   Su casa era bastante ordenada y exactamente igual a todas las que estaban a su alrededor. El tapiz era de un color crema, el suelo de madera y la mueblería era de un tono gris, con cojines vinotinto que hacían juego con la alfombra. En fin, todo era lindo, ordenado y muy serio, característico de George.

   —¿Y las demás personas? —formulé, al ver que solo estaban alrededor de unas cinco esparcidos por todo el living; vestían ropa casual y algunos los conocía, otros nada que ver.

   —¿Crees que tengo más amigos? No. Éstos son todos los inútiles que tengo. ¿Saben qué? Hagan lo que quieran, iré por una cerveza a la nevera.

   —Me traes una —pedí—, y una para Paul. A Stuart no le des porque después se vuelve loco, sabes que el licor le agarra rapidito.

   —¿¡A mí!? —el aludido se señaló y carcajeó—. ¡Sí, claro! ¡Eso no es cierto!

   —¿Cómo sigue tu trasero, Paul? —cuestionó George, mirándolo a los ojos con indiferencia—. ¿Aún te duele la inyección?

   —¿¡George también se lo folló!? —bramó Stuart, haciendo que todos los presentes en la sala dirigieran su mirada a nosotros—. Eh... —se intimidó y rió de forma nerviosa—. ¡Continúen la fiesta, chicos! ¡Está buenísima!

   —Será aburrida —murmuré—. Cómo sea, ¿vas por la cerveza o yo mismo la busco?

   —Ni se te ocurra entrar a mi cocina —advirtió—, capaz y la quemas.

   Con su semblante serio se escabulló por la sala y lo perdí la vista cuando llegó a la cocina. Desabroche un botón de mi camisa gris y subí un poco más las mangas porque estaba haciendo un poco de calor. Miré a Paul y éste estaba mirando a su entorno, con las manos hacia atrás.

   —John, ¿entonces George si se cogió a Paul?

   —No, Stuart —le contesté, mirándolo—. George le inyectó unas vitaminas, eso es todo.

   —¿Y te dolió, Paul?

   —Eh..., sí —asintió, extrañado por su interés—. Sí.

   —¡Joder, John, no tienes compasión!

   —Stuart, ¿de qué carajos estás hablando?

   —De la cogida tuya, ¿de qué más?

   Tomé una bocanada de aire, cerré mis ojos y agarré mi tabique, al tiempo que trataba de calmarme y no darle una pata en la entrepierna en ese preciso instante.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora