45. Epílogo

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«Magnus»

Regreso a Nueva York luego de seis meses fuera y esta vez me quedo durante un año, trabajaré desde casa, pues necesito un año para mi.

Las cosas van bien, luego de aquella vez no vi a Alec de nuevo, el tocando el piano y sonriéndome es el último recuerdo que tengo de él. 

No dire que esta bien, pero si que es reconfortante.

Lo intenté con Jem y las cosas no fueron más lejos de dos citas, me era imposible, besarlo sin pensar en Alec y Jem no se lo merecía, ni tampoco yo.

La vida me dio golpes, me hizo llorar y casi querer abandonar mis sueños, pero también me dio la oportunidad de salir adelante, de conseguir lo que deseaba y de hacer realidad todo lo que idealizaba, esta oportunidad tenía nombre y apellido y era Alexander Lightwood, el me levanto en mi peor momento, me hizo entrar en razón, querer seguir adelante, sin el no estaría en donde estoy.

El fue mi oportunidad y yo no pude ser la suya y eso es lo que más odio de mi, yo debí ser su oportunidad. Pero deseo que alguien más lo fuera, porque eso se merece Alexander, eso y más.

Entro a la cafetería, la misma de siempre y pido un café americano, mientras espero, me coloco en la mesa de la esquina, esa que tanto amábamos Alec y yo, pues la venta daba a la ciudad y ver a las personas pasar, nos daba una fuente de entretenimiento, creábamos teoría e historia para cada una de ellas.

El simple recuerdo me hace sonreír.

Tomo mi bloc de dibujo y comienzo a dibujar.

«Alec »

Salir en un día como este, fue la mejor de las ideas, los inviernos en Nueva York son perfectos.

Por la noche tengo una velada importante, pero hasta entonces puedo relajarme.

Hace seis meses tuve la dicha de ver a Magnus, fue por un corto tiempo, no hablamos y solo nos miramos.

Le vi llorar y hubiera dado lo que fuera por poder levantarme e ir directo a él para limpiar sus lagrimas, pero estaba ocupado haciendo todo de mi para retener las mías.

Lo último que hicimos antes seguir fue darnos una sonrisa. Una de esas que duelen, pero te hacen sentir un poco mejor.

El frío se cuela bajo mi abrigo y se que debo tomar un café y conozco el lugar ideal para eso.

Me dirijo a la cafetería, aquella que me recuerda a Magnus, que mantiene nuestra relación viva.

Camino tan rápido que creo ver un fantasma, hasta que parpadeo varias veces y me doy cuenta que no es un fantasma.

Es Magnus.

Está sentado en nuestra mesa, la mesa que siempre tomo, aquella junto a la ventana y no para de dibujar trazos en su bloc.

Durante un segundo dudo en seguir mi camino o entrar.

Pero no puedo estar así, no por más tiempo. El hombre al que amo está en ese lugar y no dejare pasar ni oportunidad, no de nuevo.

Respiro profundamente y entro.

Lo veo durante tanto tiempo, observo sus bonitas facciones, la pasión con la que traza, su cabello despeinado como siempre, hasta que el siente y levanta la vista.

PromiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora