Narra Robbie:
Volver a casa después de tanto tiempo con mis padres y mis hermanas era una sensación maravillosa. Más todavía si añadía a Athenea. Aunque no recordaba que mi cama fuera tan pequeña, puede que el echo de que hayan pasado más de cinco años desde que me marché haya influido un poco.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, vi que Athenea dormía de cara a mi, así que se me ocurrió despertarla de una forma que siempre quise probar: a besos. Así que la besé hasta que se despertó.
–¿Tú sabes lo agusto que yo estaba durmiendo?– Dijo cuando abrió los ojos.
–Buenos días a ti también.
–Déjame dormir.– Se dio la vuelta.
–No seas perezosa.– Dije levantándome.– ¿Vas a pasarte todo el viaje en la cama?
–¿No?
–Venga vamos.
Conseguí levantar a Athenea de la cama y bajamos a desayunar, donde había un ritmo frenético: Mi madre estaba concentrada en la cocina mientras mi padre hacia café, Camila zumos y Fiona ponía la mesa.
–¿Ayudamos en algo?– Pregunté.
–Puedes servir las frijoles y los huevos, si quieres.
–Oído cocina.
–¿Frijoles?– Dijo Athenea.
–¿No los has probado nunca?– Preguntó Camila.
–Pues no. No suelo desayunar tanto.– Dijo ver que ponía los frijoles, los huevos, las salchichas y las tostadas sobre la mesa. Vamos, lo que viene siendo el típico desayuno inglés.
–Como si los americanos desayunarais poco.
–Muy gracioso.– Dijo mientras nos estábamos a la mesa.
–¿Quieres bacon, Athenea?– Le ofreció mi madre.
–Oh, no, gracias. Soy vegetariana.
–Oh, lo siento.
–No pasa nada.
–¿Solo comes verduras?– Le pregunto mi padre.
–Como más cosas, pero carne no. Es más sano.
–A ver si se te pega algo de ella.– Me dijo dándome en el hombro.
–¡Papá!
Echaba mucho de menos la comida casera inglesa de mi madre. Había veces que cuando iba de viaje, en los hoteles pedía un desayuno inglés, pero muchas de las veces aquello era menos inglés que un kebab.
–¿Nos vamos?– Le pregunté cuando estuve listo.
–¿A dónde vais?– Preguntó Cami.
–Quiero enseñarle la ciudad, que conozca algo de aquí.
–Hum, muy bien. ¿Venís a comer?
–No lo creo.– Dije cogiendo la mano de Athenea y salimos de casa.
Hacia un día estupendo para dar un paseo, pero Londres era demasiado grande para caminar todo el día, así que subimos a mi coche, y cuando arranqué, lo hice descapotable.
–Como echaba de menos este coche.
–Te gustan mucho los coches, ¿verdad?
–Me encantan.
–Bueno, y... ¿qué me vas a enseñar?
–Todo lo que me dé tiempo.
Arranqué el coche y al primer lugar donde la llevé fue a Hyde Park.
–¿Alguna vez has estado en algún lugar como este?– Ella negó con la cabeza.
–Es precioso.
–Me alegro de que te guste. Cuando era pequeño, mis padres nos traían aquí a mis hermanas y a mi y nos pasábamos todas las tardes jugando, antes de empezar a hacer películas, claro.
–Pues entonces tendremos que venir más.– Dijo sonriente.
Pasamos toda la mañana en el parque y después fuimos a comer a un restaurante del centro. Comimos sin ninguna prisa y por la tarde, la llevé al mercado de Camden. Parecía una niña pequeña, iba por todas las tiendas y puestos observando todo y a todo el mundo.
–¡Este sitio es alucinante! Parece otro mundo.
–Si, es lo que tiene Camden. Nadie te juzga, nadie te mira mal. Puedes ser todo lo friki que quieras.– Me reí.
Athenea sonrió y se fue a mirar el puesto de al lado. Yo estaba a punto de ir con ella, pero vi algo en el puesto que estaba frente a mi y no pude resistirme.
–¿Qué es eso?– Me preguntó cuando me acerqué a ella.
–Un regalito.– Dije y saqué el colgante-reloj con forma de búho que le había comprado.
–Es precioso.
–Es para ti. Ya sabes, por que el búho es el animal sagrado de Atenea.– Se lo colgué del cuello.
–Que listo eres.
–¿Verdad que sí?– Me reí pero después ella me miró de una forma extraña.– ¿Qué?
–¿Porqué?
–¿Por qué, que?
–¿Por qué haces todo por mi? No soy nadie y tú eres todo.
–No quiero ser todo para los demás sino puedo ser todo para ti.
–No lo entiendes, ¿verdad?– Dijo pasándome las manos por el pelo.– Yo no quiero todo. Te quiero a ti.– Sonreí y la besé en la frente.
Después de aquello, la llevé al Big Ben. Según ella, aquello era lo más alucinante que había visto respecto a la arquitectura, pero estuvo callada un rato. Y cerró los ojos cuando las campanadas marcaban las ocho y cuarto.
–Siempre había soñado con este momento.– Susurró.
–¿Por... escuchar las campanadas?
–Las de las ocho y cuarto.
–¿Qué tienen de especial las ocho y cuarto?
–Según en la película Disney de Peter Pan, movían las agujas del Big Ben hasta las ocho y cuarto.– Hizo una pausa.– A esa hora nací yo.
–Vaya, parece el destino.
–No creo en el destino.
–Pues yo si. El destino te puso en mi vida.
–No. Tú me diste en la cabeza.– Se rió.
–Y fue el mejor regalo de cumpleaños de mi vida.– La abracé por los hombros y nos quedamos un rato por la zona hasta que empezó a oscurecer.
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Perfectamente imperfectos
Fiksi PenggemarYo ya estaba acostumbrado a que todas las chicas del mundo gritaran y llorarán a mi paso, y ahora con la grabación de mi nueva película, pues más todavía. Pero a lo que no estaba acostumbrado hasta ahora, era a enamorame de verdad, o más bien, a ena...