Capítulo 2: El plan maestro

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De vuelta en su celda, Bellwether sabía que el tiempo de actuar estaba cerca. Había esperado lo suficiente y ahora solo le faltaba una pieza para poner su plan en marcha. Esta era su última oportunidad para salir libre o al menos eso pensaba ella. Ya había intentado pelear por el sistema legal, de conseguir a los mejores abogados que apoyaran su caso. Sin embargo, después de lo que hizo a nadie le interesaba ayudarla sin importar cuánto dinero ofreciera, y aquellos abogados asignados a su caso por el distrito simplemente no se presentaban. Ellos no tenían las agallas para enfrentar a la oveja que casi destruye a la sociedad, o eso le gustaba imaginar.

En verdad odiaba su vida en prisión, nunca intentaba convivir con el resto de la población y al mismo tiempo ellos no querían relacionarse con ella. Aunque ahí todos eran criminales de una u otra forma, la mayoría se encontraban en prisión por tratar de ganar dinero fácil y no la extinción de una fracción del reino animal. Prefería permanecer apartada, pero siempre en lugares visibles donde incluso las cámaras de vigilancia pudieran captarla, pues no solo era temida, sino repudiada a la vez. Los mamíferos más grandes, ya fuesen depredadores e incluso presas en alguna ocasión casi la habían llegado a pisar "por accidente" en las áreas comunes o una de las enormes pelotas que utilizaban en el patio de deportes por casualidad terminaba siendo arrojada en su dirección. Debía permanecer atenta en todo momento.

La fecha para llevar a cabo su plan finalmente había arribado y todo dependía del único mamífero en quien aún podía confiar. Ella no lo culparía si no se presentaba, era un plan bastante riesgoso y ambos se encontraban al tanto de las consecuencias si fallaban al realizarlo. Fue una muy grata sorpresa cuando la guardia quien era una cerdita tocó afuera de su celda llamando su atención.

–Bellwether, tu abogado está aquí.

Su mente y corazón se aceleraron en anticipación de lo que sucedería pronto, pues ya se había hecho a la idea de que pasaría la mayor parte del resto de su vida enjaulada y sola. Caminó hacia la fría habitación donde tomó asiento sobre un alto banquillo de metal colocado frente a una mesa con características similares.

Los segundos parecían correr más lento de lo normal mientras esperaba solitaria frente al enorme espejo falso. Aunque se sentía confiada en que su plan tendría éxito, muy en el fondo de su corazón temía que el mamífero al cual esperaba la abandonara a su suerte. Dentro de su cabeza comenzaron a correr simulaciones poco alentadoras sobre su futuro.

–No, no puedo dudar, no ahora. Si he llegado tan lejos es porque no dejo de creer y confiar en que todo... –se encontraba pensando para sí misma cuando repentinamente la puerta se abrió azotándose contra la pared de la habitación y creando un fuerte sonido el cual la sorprendió haciéndola saltar un par de pulgadas. Pudo vislumbrar en la puerta a la cerdita siendo seguida por el mamífero al cual ansiaba poder ver.

Su último plan, su última oportunidad aunque incierta, parecía un poco más cercana ahora. La oficial salió dejando a los dos mamíferos dentro y una vez cerrada la puerta aquel robusto licenciado se colocó en la silla posicionada del otro lado de la mesa justo frente a Bellwether. Su aspecto era el de un defensor pulcro y analítico. Vestía un elegante traje azul oscuro, con corbata rayada color tinto y un pequeño pañuelo de color similar adornando el bolsillo de su saco.

- Mi nombre es Woolworth, James Woolworth y estoy aquí porque me han pedido que tome su caso – declaró con voz desinteresada.

Tal vez había cambiado su look. Una afeitada aquí y allá combinada con el nuevo traje podría haber embaucado a cualquiera, ya que las ovejas y los carneros eran como los conejos, muy difíciles de distinguir si no se tenía el ojo bien entrenado. Pero no a ella, esos ojos no podían engañarla. Tenía que admitir que hasta se veía guapo en esa pantalla.

Por dentro revoloteaba de emoción, pero en el exterior reflejaba la cara de un convicto, sin emociones y desesperanza.

– ¡¿Lo harás?! Pe... pero... he tratado con tantos abogados y ahora... por favor digame que no me esta mintiendo –dijo entre sollozos.

Ella era una gran actriz y lo sabía. Ser capaz de mantener su fachada de oveja tímida había sido el entrenamiento perfecto. Ella se describiría a sí misma como un lobo disfrazado de oveja si es que no encontrara tal expresión totalmente ofensiva. Desde que fue encarcelada, trató de utilizar sus diferentes facetas para obtener ventajas; se hizo la inocente para tratar de ganarse al jurado que la condenó; y actuó con dureza y desdén con los convictos en prisión para hacerles pensar que era un peligro amenazante, aunque la mayoría pensaba que ahora no tenía más poder al encontrarse tras las rejas.

El carnero descornado tomó el pañuelo y se lo entregó a la oveja en llanto. Con el limpió sus lágrimas que aun fluían y su nariz con un estruendoso sonido. Cuando trato de devolverlo, el enorme borrego simplemente hizo un ademán con la pata mostrando que podía quedarse con él, lo cual hizo y siguió enjugándose las lágrimas.

–Necesitare información que me ayude a construir una defensa más sólida para su caso –dijo a la vez que le entregaba un pedazo de papel en blanco y un lápiz. Ella anoto un nombre, algunos números y lo devolvió.

–Gracias por todo "D" sé que todo esto fue muy difícil para ti, y de ahora en adelante lo seguirá siendo para ambos –finalizó Dawn mientras el abogado colocaba el papel de vuelta dentro de su bolsillo sin mostrar expresión alguna.

Él podría haber sido un gran jugador de póker con ese rostro, pero para Bellwether que contaba con años de experiencia en el arte del engaño había obtenido la habilidad de leer mamíferos. Nunca se atrevería a decírselo por no hacerlo perder la autoconfianza que tenía, pero ella podía notar un destello en sus ojos y algunos movimientos en las orejas y parpados del mamífero frente a ella que ahora se retiraba. Esto es lo que le había dado ventaja por sobre sus rivales más de alguna vez en su vida.

Había sido muy cuidadosa al planear su escape, y esta vez tendría que ser impecable. Y así lo seria pues la coneja que la llevo al encarcelamiento hace casi más de un año no se vería involucrada en esta ocasión, por lo menos no en la forma que se podría imaginar. Para poder hacerlo funcionar, había dejado de intentar contactar a nadie del exterior. Incluso meses antes hizo llamadas señuelo y llevo un comportamiento menos que ejemplar con tal de que sus privilegios de llamadas le fueran revocados y así aminorar las sospechas sobre su amigo el abogado. Poco tiempo después de que su invitado la dejara sola al fin, la misma oficial volvió para escoltarla de regreso a su celda. Encerrada nuevamente aún se aferraba al pequeño recuerdo que recién recibió.

Su celda era un lugar lúgubre y desolado con una reja frontal y tres paredes grises, en su mayoría de textura suave, excepto de algunos puntos ásperos donde débilmente trato de tallar con sus pezuñas a causa del tedio que ahora era su vida. Lo único que la esperaba era su chirriante cama y un sanitario justo al lado que también tenía función de mesa de noche improvisada. Fue lo suficientemente afortunada de tener un cuarto propio. En otra época habría tenido que recurrir al uso de influencia para obtenerlo, ahora nada estaba más lejos de esa realidad. Simplemente era un movimiento político para mantenerla a salvo, pues aunque según la opinión pública la mayoría la consideraba un monstruo, aun así un monstruo merecía derechos. Tal vez 20 años en prisión le enseñarían la empatía y habilidades sociales que le faltaban para poder vivir con presas y depredadores en harmonía.

Mientras sostenía esa prenda, lentamente sus labios formaron una deforme y malvada sonrisa. Al reír podía sentir sus pulmones expandiéndose y retorciéndose dentro de ella con cada espasmo. Rápidamente su risa escalo a un nivel casi histérico a la vez que desenvolvía el pañuelo rojo ahora completamente visible para ella. Ahí estaban, no solo los fluidos que se había limpiado minutos antes, pero también una salpicadura más oscura hacia el centro de la bandana.

Los animales en las otras celdas se encorvaban al no soportar tales sonidos, se comenzaron a escuchar aullidos y lloriqueos de los canidos de las celdas en todo el bloque. El guardia al final del pasillo sintiéndose igual de incomodo con la maniática risa se retiró de su puesto momentáneamente. Entre los alaridos de sus compañeros nadie pudo escuchar su proclamación de victoria.

- ¡Al fin! ¡Hahahahaha! – musitó mientras en su pezuña se aferraba al pañuelo tinto manchado con la sangre de su enemiga.  

La maldición (The curse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora