Capítulo 9: Bienvenida a la Selva

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El cielo se había despejado y la tenue luz de la luna apenas iluminaba la celda a través de la diminuta ventana. Húmeda y confundida, Judy tomó la sábana de la cama tratando de secarse tanto como pudiera. Temblaba un poco, pero no sentía tanto frío como pensó que lo haría

–Una de las ventajas de tener lana en lugar de pelaje supongo.

Su vista seguía borrosa, no lo suficiente para ser considerada legalmente ciega, pero lo suficiente para ser un problema a la hora de leer.

Un diminuto resplandor atrapó su mirada cerca del centro de la habitación lo que la hizo caminar hacia el objeto que producía tal destello. Un par de lentes se posaban a sus pies. Notó como faltaba uno de los vidrios. Los sostuvo entre las pezuñas y los colocó sobre su nariz. 

–Sí, definitivamente son de Bellwether –pensó.

–Supongo que medio ciega es mejor que totalmente ciega –se dijo a sí misma en un monótono tono de voz.

Prestando atención finalmente, sintió escalofríos al escuchar como sonaba su propia voz haciéndola no querer decir nada más, pues al menos en sus pensamientos seguía sonando normal. Con la visión parcialmente restaurada, decidió explorar alrededor del cuarto. Como deseaba en ese momento que las ovejas fueran mamíferos nocturnos solo por poder obtener una mejor vista de aquel extraño nuevo ambiente.

Justo cuando regresaba a la cama especulando que tendría que esperar a que la luz de la mañana interviniese, su pata izquierda tropezó y quedó enredada en algo. Parecía un pedazo de tela común y corriente, pero al inspeccionarlo más de cerca...

–No... ¡no puede ser! ¡Es el pañuelo de los exploradores de Nick! ¿Qué es lo que está haciendo aquí? –expresó desconcertada.

El mismo recuerdo de la niñez se su compañero con el cual había enredado su pierna lastimada durante el caso de los aulladores ahora se encontraba en su pata. Por un momento en su mente cruzó que aquél podría no ser más que una copia, pues el original se había perdido a causa de la política de los hospitales sobre el manejo de desechos peligrosos. Sin embargo, las oscuras manchas de sangre seca que lograba discernir gracias a los ligeros rayos de luz demostraban que era el mismo. También se notaban manchas frescas de sangre. No se necesitaba ser un genio para reconocer que con ese mismo pañuelo se había removido la sangre de la herida la pezuña de Bellwether. –Pero ¿Por qué?

–Agarró el pañuelo con su pezuña sana y volvió a subir a la cama. Sabía que entrar en pánico no era una opción y aunque se encontraba un tanto aterrada y completamente ignorante sobre los eventos que llevaron a que su conciencia quedara atrapada dentro del cuerpo de Bellwether, debía permanecer en calma y pensar en un plan para hacer saber a los demás que, de hecho, ella era Judy Hopps.

La mañana llegó y los rayos del sol se reflejaron sobre las paredes y el suelo iluminando todo alrededor. No había dormido tratando de formular un plan que le hiciera saber a otros, a quien sea, sobre la situación en la que se encontraba. Primero que nada, la posibilidad de escapar no estaba a discusión. No porque no fuera capaz de lograr tal hazaña, pero una vez fuera sería una fugitiva y sin medios para poder permanecer escondida una vez que lo lograse. Definitivamente terminaría por ser capturada de nuevo pero esta vez con una sentencia más larga, y dado que no sabía si esto de estar dentro del cuerpo de la oveja era algo temporal o a largo plazo, era mejor no arriesgarse. Se regañó a si misma justo después de desarrollar varias rutas de escape incluyendo a través de los ductos de ventilación, el carro de la lavandería y el clásico escape por el inodoro que ella y Nick hubiesen patentado tiempo atrás. El recuerdo de esa singular ocasión la hizo carcajear, aunque rápidamente frunció el ceño

La maldición (The curse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora