La maldición (The curse)

Capítulo 11: El Rey Caido (Judy)

Disculpen la tardanza con las actualizaciones. Estoy pasando por un momento muy difícil. Espero les agrade. El siguiente (12) sera continuación de este mismo, dentro de prisión y con Judy  en cuerpo de Dawn Bellwether 

Judy regresó a su celda aun con la toalla sobre su cuerpo. Afortunadamente para ella los baños en prisión contaban con potentes secadoras las cuales la mantendrían seca siempre y cuando no cayera nuevamente dentro del inodoro. Ahora necesitaba ropa que pudiese usar.

–No pienso ponerme esas prendas sucias con olor a... –no podía siquiera terminar la oración sin sentirse un poco nauseabunda por lo que había ocurrido.

Buscó debajo de la chirriante cama esperando tener aunque fuese otro uniforme de prisión. No podía andar por las instalaciones en toalla siendo el hazmerreír de todos.

Afortunadamente para ella, encontró un uniforme limpio y aparentemente nuevo. Era un poco diferente del modelo anaranjado que traía puesto cuando apareció dentro de ese infame cuerpo. El color era el mismo, los números de prisionero indicaban que realmente le pertenecía a ella, pero el corte era más elástico. Seguramente era algún uniforme deportivo.

–Supongo que Bellwether no es muy dada a hacer deportes –dijo con singular alegría al saber que no tendría que ponerse nuevamente aquel sucio harapo.

Una vez vestida, salió nuevamente para ver como la cárcel ya había cobrado vida. Los animales se desplazaban como una manada a donde supuso sería el comedor. Su conocimiento como policía le daba algunas pistas sobre lo que requería saber, pero tendría que averiguar información sobre su nueva vida; donde trabajaba, los horarios, la localización de áreas comunes, etc. antes que acabara el desayuno. No podía dejar a los demás saber que no conocía nada de su vida. Incluso sería muy peligroso afirmar quien era ella en realidad. Al principio pensarían que fingía demencia y en el peor de los casos podrían considerar que al fin se había vuelto loca como una cabra. Tal vez terminaría con el psiquiatra de la prisión o transferida a algún cuarto acolchado.

Cautelosamente siguió al resto de los mamíferos para descubrir que sus suposiciones eran correctas. La cafetería de la prisión era como cualquiera que se podría imaginar en una escuela, o incluso en la academia de policías. Las mesas metálicas enganchadas al suelo formaban varias hileras. Al fondo se encontraba la barra de donde los internos podían tomar los alimentos en charolas plásticas.

Hizo fila como todos los demás, no sin hacer que los que se encontraban a su alrededor se sintieran incomodos con su presencia. Algunos incluso se cambiaban a lugares más alejados detrás de la hilera. No sabía cómo reaccionar ante tal desprecio, ¿o era miedo? Sea lo que fuese, estaba dispuesta a tolerarlo. Lo primordial ahora era averiguar todo lo posible de la prisión para idear un plan que la librase de esa realidad.

La fila circulaba de manera veloz y en menos de 3 minutos ya se encontraba al frente lista para seleccionar algo de comer.

–Seguro este lugar no es dirigido por perezosos como en el departamento de tránsito –cruzó la idea por su mente. –Tal vez los que sirven en la cafetería ya reformados puedan obtener un trabajo en registros ahí.

La barra de alimentos se elevaba muy encima por sobre su cabeza. Afortunadamente, esta contaba con una escalinata por donde los pequeños mamíferos podían subir hasta estar frente a los alimentos. Caminó por delante de la barra, observando los platillos que se ofrecían. Tomó una charola y la desplazó hasta encontrar lo que parecía ser ensalada verde salteada.

–Me gustaría un poco de ese por favor –comentó hacia el otro lado de la cristal donde se alzó una cebra con el ojo morado y un cubre bocas.

–Si, si, ya voy... –comentó con un tono molesto pero al mirar a su interlocutora su rostro cambió. –Espere... usted es... –el equino quedó paralizado por unos segundos observando la pequeña pero imponente figura delante de él hasta que la oveja rompió el silencio.