Capítulo 15: ¡A la Biblioteca! (Judy)

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Judy comenzaba su turno como bibliotecaria de la prisión, un empleo que no habría elegido ella si hubiese tenido opción. No se quejaba de estar rodeada de libros, pues era una gran lectora y disfrutaba de vez en cuando de alguna novela o repasar artículos relacionados con su trabajo que le permitían mantenerse actualizada. Sin embargo, al ser de naturaleza arriesgada y activa, un escritorio era donde menos deseaba estar. Si el simple hecho de repartir multas aun siendo una actividad al aire libre la aburría, ¿qué podía esperar de un trabajo que no representa un desgaste físico tan grande como lo es acomodar libros y vigilar que no hagan uso indebido de las instalaciones?

–Si vamos a hacer esto, asegurémonos de hacerlo bien. Patas a la... ¿obra?... ¿o acaso ahora es pesuñas?

Dos horas necesitó para hacer que el lugar quedara reluciente y en orden. Había juntado los libros desacomodados de las mesas y los arrojó a un carro transportador del doble de su tamaño. Aprovecho la oportunidad para practicar sus habilidades de lanzamiento que ahora apestaban. Al parecer lanzar con un solo ojo era demasiado complicado, pues además de tener un brazo que ahora lanzaba como borrega no tenía sentido de profundidad al hacerle falta uno de los lentes al armazón que se posaba sobre su nariz.

Para su ventaja, el carro estaba bien aceitado de las ruedas lo que volvía sencillo el poder desplazarlo a pesar de cargar con una vasta cantidad de libros. También contaba con una escalerilla para poder ascender a la parte superior del armatoste. Colocó los libros de vuelta en su lugar en un parpadeo. Ya no era más la ágil coneja que alguna vez tuvo la fortuna de ser, pero al menos no le faltaba motivación.

Parecía que la biblioteca no era un lugar muy concurrido. Durante la mañana solo los guardias pasaban eventualmente para asegurarse que todo estuviera en orden, pero en todas las ocasiones se encontraba sola. Al no haber nadie, terminó desempolvando todos los anaqueles y reparando algunos desperfectos como los letreros que indicaban los géneros y actualizando la base de datos en la computadora con la que contaba la biblioteca.

–Hubiese sido agradable contar con servicio de internet, pero estando en la cárcel es pedir demasiado –se dijo a sí misma.

Finalmente llegó la hora de comer. No sabía si sería prudente dejar su puesto para ir a encajar el diente en otro de esos desabridos platillos, pues aunque su sabor era desagradable, no podía darse el lujo de ser exigente. Pasaron un par de minutos antes de tomar la decisión de abandonar su nuevo recinto cuando unos abruptos movimientos hicieron que se estremeciera el suelo bajo sus pesuñas. Era un constante y lento tamborileo que iba en aumento, volteó hacia un vaso que se encontraba sobre su escritorio y observó las ondas que se formaban en el agua con cada uno de los tremores. Sin esperarlo, una figura puntiaguda se apareció detrás de la puerta a una altura de casi dos metros. Por instinto natural se llevó la mano hacia la cintura buscando su arma la cual por obvias razones no traía. En un movimiento desesperado al no saber de qué se trataba se lanzó hacia detrás del escritorio tratando de dar un giro sobre su espalda. Lamentablemente su falta de coordinación la hizo tropezar y girar de manera chusca sobre el piso llegando ligeramente a cubrirse con el escritorio.

–Oye Bell, te traje el almuerzo –anunció una voz conocida.

Se deslizó lentamente para observar de quien se trataba... era Marc el rinoceronte a quien justo había conocido esa mañana.

–Entonces lo que vi era... ¡su enorme cuerno! Debí saberlo –se regañó a sí misma.

–Hola Marc.

–Que fue todo eso, parecería que tratabas de ocultarte.

–Yo... ¿viste todo lo que ocurrió?

–Si... jajaja, parecías un oso panda tratando de rodar por primera vez.

La vergüenza se apodero de ella por un instante, solo interrumpida por la razón que había mencionado Marc solo unos segundos antes.

–Dime Marc... ¿eso es para mí?

–Desde luego.

Marc colocó la ensalada sobre el escritorio para que Bell pudiera subir y comerla. Le resultaba un tanto sospechoso que Marc le hubiese traído el almuerzo, aunque conociendo a Bellwether él era uno de sus seguidores. Cogió el platillo y lo probó para descubrir que el sabor no había cambiado en lo más mínimo.

–Oye, ¿dónde pusiste los libros que estaban sobre la mesa? –cuestionó Marc un poco molesto.

– ¿Los de corte y confección?

–Shhhhh. ¡Hey! ¡Alguien podría oírte! Recuerda que tenemos un trato Dawn, tú no dices nada y yo hago tus favores.

Al parecer la relación con el rinoceronte era más compleja que la de un simple seguidor de la causa de Bellwether. Marc estaba atado a sus caprichos por algún tipo de chantaje del cual no tenía idea. No sabía si sentirse mejor al saber que Marc no era un admirador de las repugnantes ideas de la oveja, o peor de pensar que estaba utilizándolo como a una herramienta. Era una situación desesperada que requería medidas desesperadas. En fin, no tenía más remedio que jugar su parte en esta cruel charada, ya sea que lo quisiera o no. Tarde que temprano estaba segura que la pesadilla terminaría y podría recompensárselo al enorme mamífero frente a ella.

–Tus secretos están a salvo conmigo, Marc. Tus libros están en el pasillo 3.

El rinoceronte se marchó a buscarlos y regresó con ellos nuevamente más unos cuantos sobre diferentes temas. Tomó asiento en la mesa más alejada y comenzó a leer apaciblemente.

El resto del día pasó de manera tranquila sin muchos otros animales que se quedaran más que un par de minutos para encontrarse y después retirarse a algún otro lugar. Marc seguía leyendo aquellos libros, solo deteniéndose para ir por lo que sería la cena de ambos. Era un tanto obvio para ella que cuando alguien se acercaba demasiado él tomaba otro libro o cubría el que actualmente estaba leyendo. Un comportamiento algo sospechoso que se aseguraría de investigar después. El día llegaba a su fin sin que algo interesante pasara.

– ¿Acaso esto es todo lo que se supone que debo hacer?

No había pasado un solo día y ya añoraba el hacer algo, cualquier cosa, con tal de no estar encerrada ahí dentro. Incluso un día repartiendo multas sonaba como una gran diversión en comparación. Durante las horas que pasó revisando que las bases de datos estuvieran actualizadas y buscando algún libro fuera de orden no dejaba de pensar en Nick y en lo que habría hecho aquel día. Amargamente recordó que tenían planeada su tan añorada primera cita para ese fin de semana y que ella no estaría ahí para disfrutarlo.

–Lo que sea que esté pasando ahí afuera, espero que Nick se encuentre bien.

Se preparó para retirarse pues el día llegaba a su fin.

–Marc, es hora de irnos.

–Nos vemos mañana Dawn ¿Quieres que siga llevándote el desayuno a tu celda?

–No, gracias. Creo que es hora de ser un poco más activa. Buenas noches Marc.

–...buenas noches, Dawn –respondió un poco inquieto.

Ambos partieron caminos, cada uno a su respectiva celda. Las puertas se cerraban y las luces se apagaron dejando solo la penumbra y la frágil luz de la luna iluminando la nada.

La maldición (The curse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora