CAPÍTULO 25: El silencio de los inocentes: Parte 2 (Judy)

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No cabía la menor duda. Ese era Nick. Al parecer solo ella sufría de esa condición y Nick seguia siendo el mismo torpe zorro de siempre. No tenía tiempo que perder, debía comunicarle su verdadera identidad esperando que supiera que hacer para ayudarla.

- ¡Oh! Tendrá que disculparme señorita. Pensé que era un amigo. ¿No se habrá confundido de número?

- No, Nick. Escucha, estoy en problemas y necesito que creas lo que te voy a decir. Estoy atrapada.

- Si, eso es obvio. Tu voz me suena familiar ¿Eres una de las amigas de Finnic? ¿A caso él te dio mi teléfono?

Nick la estaba menospreciando. Esperaba primero intentar ir despacio hasta revelarle quien era, pero los segundos se consumían rápidamente y debería tomar una aproximación más contundente. Tendría que revelar su identidad y explicarse después.

- No, soy yo Nick. Soy... -justo cuando estaba a punto de pronunciar su nombre algo dentro de si la detuvo. Su lengua quedo paralizada y sus labios no le respondían.

- ¿Si? –preguntó Nick esperando respuesta

- ¡Soy yo, Nick! ¡Soy...! –por segunda ocasión intentó hablar sin embargo su paladar se quedó trabado sin poder dejar de apretar la quijada. Estaba completamente muda.

- Mira, si no puedes decirme tu nombre no puedo ayudar en mucho. Escucha, en este momento estoy en una cita.

No podía dejarlo colgar, había pasado por mucho para lograr conseguir esa oportunidad y no dejaría que su nerviosismo o lo que sea que le estuviera pasando la detuviera. Necesitaba...

- ¿¡En una cita!? –pensó atónita.

- Llamaré a Finnic y veré como puedo ayudarte.

- ¡Nick, no! ¡Espera, yo...!

La comunicación cesó abruptamente. El repetitivo sonido del teléfono le indicó que la llamada había terminado, sin embargo...

- Nick... ¿Nick...?

Los segundos pasaban y ella continuaba inmóvil, sujetando el auricular con fuerza y la vista clavada en el aparato. Finalmente reaccionó a lo sucedido. Su mirada bajó lentamente y sus ojos se llenaron de lágrimas las cuales comenzaron a rodar por sus mejillas algodonadas. No podía creer que lo había arruinado.

- Tal vez aun tenga tiempo –se repitió tratando de marcar con sus temblorosas patas.

- ¡Oye! ¡Tú no deberías estar allí! –gritó el rinoceronte que regresaba cargando a los dos reclusos por la camisa.

La tristeza y llanto se convirtieron en furia. Colgó el teléfono con un sonoro golpe y regresó por el pasillo con los ojos enfurecidos y fijos en el camino. Sin siquiera voltear a ver al guardia, pasó a su lado mientras este último lo seguía con la mirada extrañado.

- Si dices algo sobre esto te aseguro que tus jefes te darán un castigo ejemplar. Si alguien pregunta no estuve aquí.

Siguió de frente hasta doblar en el pasillo y perderse de vista. Corrió de vuelta a su celda tratando de evitar encontrarse con cualquier otro animal. Finalmente llegó y se arrojó sobre el sucio colchón, apretó lo más que pudo el paño rojo y comenzó a llorar amargamente. No era posible que Nick no hubiese podido ayudarla. Entendía que no era su culpa pues fue ella la que se saboteó a sí misma. Por su mente ocurrían todo tipo de pensamientos melancólicos y pesimistas. Estaba totalmente sola en esa enorme jaula de concreto y hierro. Solo podía pensar que nunca volvería a ver a sus padres y hermanos. Su sueño de ser policía había llegado a un rotundo fin. Y Nick seguiría su vida sin saber que ella se encontraba sufriendo tan cruel destino.

La maldición (The curse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora