Capítulo 16.2: Disfraces

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Su voz a mi espalda me eriza los vellos del brazo. Se me anuda el estómago. Me habla alto, buscando sobresalir sobre el ruido ensordecedor. Por favor que esto no sea un sueño.

Lentamente me giro y la luz vuelve a dejarla incandescente. Me encandila. Me obnubilan sus curvas peligrosas y la recta de sus piernas en caída libre al infierno. Es más de lo que habría soñado. Es la encarnación de Cinnamon.

La había perdido de vista en un momento en que todas las luces se fueron.

—Cinnamon18 —respondo y bajo el velo vislumbro el resplandor de unos dientes blancos brillantes por la luz negra.

Sonrío embobado y le tomo las manos besándoselas cual caballero medieval. ¡Dios! Me vuelvo un tarado. Estoy embobado hasta la médula. Nos miramos sin vernos en realidad. No sé cuánto tiempo quedamos así, tomados de la mano sólo viendo la fachada del disfraz y sonriendo como idiotas.

Es apenas más baja que yo, lo que es un alivio por más que lleve tacos. El velo insinúa tanto y tan poco. Parece haber bajo él un cuello fino y delicado. Las orejas me resultan la cosa más erótica del mundo en éste momento.

¿Le levanto el velo ahora?

Muero por hacerlo, y a la vez se acabaría todo el misterio a nuestro alrededor.

De pronto noto que ella se incomoda.

—¿Bailamos? —pregunto como si estuviéramos en el siglo pasado.

—Bueno —responde y como si efectivamente estuviéramos en el siglo pasado, una música pop para bailar apretados empieza a sonar.

¡Gracias Señor! Parece que todo se complotara en generar el clima más íntimo para los dos.

Se gira para avanzar al medio de la pista y me da la oportunidad de avistar lo que esperaba.

¡Gracias Señor!

Me deleito en la vista de su culito redondeado. ¡Qué paisaje! Lo disfruto mientras dura, porque se acomoda el velo que hace las veces de cola y cubre su espalda.

Llegamos al centro bajo la mirada atenta de todo el mundo.

Ella me rodea el cuello. La tomo de la cintura por debajo de su velo. Para mi grata sorpresa, un escote de espalda profunda deja al descubierto una gran cantidad de piel en la que se deleitan mis dedos. Comenzamos a movernos cadenciosamente a medio tiempo del ritmo de la música.

La atraigo a mi cuerpo y no puedo sentir sus pechos por culpa de la gruesa pechera que llevo. Pero mis dedos toman vida propia y lentamente se van alejando de su apoyo original. Dos milímetros de derecha a izquierda. Cinco milímetros más, arrastrando las yemas. Su piel ofrece una tersa resistencia generando un roce delicioso. Un centímetro, dos más, diez, hasta que la rodeo con un brazo. Luego mi dedo sube a lo largo de ese magnífico escote en su espalda.

Los demonios deben haber cosido está prenda infernal.

Llego hasta su cuello y hago a un lado su cabello bajo el velo. Está tan oscuro que no logro ver su color real.

¡Ay! Por favor quiero verle el rostro. Quiero ir deshaciéndome capa por capa del vestido y de éste molesto disfraz que no me permite sentirla sobre mi pecho.

—Vení —le digo.

La llevo de la mano y todo el mundo me mira con envidia evidente. Me siento un gigante raptando a una doncella.

Por favor que Cane no nos vea.

En uno de los reservados, comienzo a sacarme la pechera para quedar solamente con la camisa.

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