Capítulo 9.1: Engañosos pensamientos

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—¿Qué pasa? No me digas que te asusta un simple besito —me miento—. ¿Tenés miedo de volver a enamorarte?

Me recobro alzando la coraza que me protegió durante estos últimos diez años en que conviví con el recuerdo de su rechazo.

Ella me mira con picardía, como si me hubiera atrapado in fraganti. Ignorante completamente de lo que me hace con cada rechazo. Lo que genera en mis entrañas.

—¿Por qué querés besarme? ¿Acaso todavía sentís algo por mí?

Se aleja de mí hacia la mesa. Parece haber recobrado la compostura y ya no se tambalea tanto como al venir. Lo que sí tambalean son mis neuronas al compás de sus caderas.

Se sienta en la mesa y se molesta cuando me siento junto a ella.

—Dale, andate que si me ve acompañada no va a saber...

—¿No va a saber?

Es una incógnita. Stefano es capaz de pedirnos que parezcamos una pareja y luego citarla para que yo quede como un cornudo. Pero qué es lo que intenta ahora. ¿Saldrá con alguien más?

—Nada. Waiter! —El camarero se acerca con más bebida que Canela acepta gustosa—. ¿Alguien se acercó a esta mesa? ¿Preguntaron si una señorita lo esperaba?

—No señorita —contesta el mesero desinteresadamente.

—¿Seguro? ¿Nadie se acercó tampoco, y preguntó si estaba ocupada?

—No señorita. Nadie preguntó.

—¿Ninguna señorita tampoco señor? —pregunto indeciso si debería sentirme inquieto o aliviado porque Cinnamon no se haya presentado.

—No señor. Estamos asignando las mesas y nadie consultó por esta en particular ni por ustedes.

Canela sigue bebiendo y se molesta cuando unos gametubers se escandalizan al verla con un trago en la mano. Yo lo disfruto y se lo hago saber. Pasamos más de una hora bebiendo y peleando. Debo reconocer que tiene aguante para soportar la bebida. Nuestros padres la entrenaron bien para eso. De todas formas entiendo las habladurías de todos, pero compruebo que es más el tiempo que sostiene el vaso entre sus dedos que lo que bebe.

Junto a ella tengo acceso a sus largas piernas que se pierden bajo la mesa privándome del espectáculo. También tengo acceso a su cuello al que me acerco seguido para susurrarle barbaridades de las que ella se ríe y me acusa de charlatán.

—Me gustaría ser ese vaso, recibiendo tantas caricias y aguardando cada retorno de tus labios—susurro y ella sonríe deteniendo la forma en que rozaba su borde con el pulgar.

—¿Así de cursi le hablás a tu amiguita virtual?

—¡Ja! Creo que finalmente podemos asegurar que nos plantaron.

Ella se ríe. El alcohol la puso alegre y provocativa como me gusta.

—Seeehh, parece que no voy a tener suerte. Seguro que me vio con vos y se fue.

—Yo jamás me habría ido sin haber preguntado en cada mesa antes.

—Bueno, pero él no sabe... —piensa un segundo y se arrepiente—, nada... olvidate. Me voy. Waiter! The check please!

Confusiones virtualesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora