Capítulo 9.2: Engañosos pensamientos

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Estoy algo aturdida y sobre todo desinhibida. Dije cosas que jamás me habría atrevido sin la dosis de alcohol que me vi inclinada a beber para pasar el mal rato de tener que soportar a Milho. Pero lo que me tiene más confundida es que no pasé un mal rato, a pesar de las peleas, ni tampoco tengo ganas de irme.

Lo estuve seduciendo descaradamente y él se comportó como un caballero, hasta que fue demasiado evidente y se lanzó sobre mí como sediento a un oasis. Ahora mismo estoy usando su propia ropa. ¡Estoy en problemas! Me traiciono a mí misma. Soy muy débil frente a él.

Intento comportarme pero me paseo semidesnuda en su camisa. No desaprovecho ninguna de las oportunidades que me brinda en bandeja.

Se aleja tan seductor en su pantalón de vestir negro. Cae en su cadera y le marca demasiado bien los glúteos.

Me pregunto si él notará los tres kilos extras que gané en estos diez años, o la celulitis que se revela al sentarme. Ya no tengo dieciséis años.

Observo su espalda. Está más grandote y musculoso. Es tan firme. Es hermoso. Un engreído y hermoso rencoroso que no le importó cómo quedaba yo ante su rechazo y que ahora sólo busca sexo de mí. No tengo que olvidar todo esto.

Al menos las cosas son claras y sé que no puedo esperar nada más.

Se sienta en el piso sobre unos almohadones y me pregunto por qué no en la mesa. Al instante lo comprendo. Sirve dos copas de vino y deja la mía a su lado. En la mesa no estaríamos tan cerca.

Me siento junto a él aunque me contengo y guardo algo de distancia.

Observo su pecho. Sus músculos se engrosaron con los años. Se le marcan los abdominales y la V que desciende a sus pantalones. ¡Dios! Es demasiado sexy con su bronceado natural. En otra época estaría encima de él acariciándolo y besándolo. Pero no tenemos esa confianza ya. Pasó mucho tiempo.

Llega el servicio. Milho trae las bandejas y sirve los platos. Se sienta más pegado a mí de lo que yo lo había hecho. No me alejo. Me desea y eso me da seguridad. Quiero que me desee tanto o más que yo a él.

Como con voracidad y Milho se ríe cuando termino.

—Afortunadamente no se te mueve un pelo con nada de lo que te haga, ¿no es así?

—Igual que a vos, ¿por?

—Porque te quedó kétchup —señala mi boca.

Lamo la comisura de mi boca seductoramente y se le borra la sonrisa. Noto su inquietud y me siento satisfecha conmigo misma.

—¿Y eso qué tiene que ver? —pregunto.

Se inclina sobre mí y lame el resto de kétchup de mi barbilla subiendo lentamente hasta mi labio y lamiéndolo por completo.

Cierro los ojos cuando lo hace. Me mojo entera.

Me agito y lo miro aturdida por el alcohol y la excitación.

El corazón me late a mil.

Él también está excitado. Puedo decirlo por su respiración.

Me acomoda el cabello detrás de mi oreja y se inclina sobre mí hasta dejarme tendida sobre la alfombra. Me introduce la lengua hasta que veo estrellas. ¡Ah! Es el cielo raso donde se proyectan las luces destellantes del equipo de música. ¡Qué borracha estoy! Sin embargo cierro los ojos y las sigo viendo. Su beso se intensifica. Saborea cada centímetro, cada rincón, cada comisura. Me mordisquea los labios y los vuelve a lamer.

Sus manos se mueven por mis piernas y mi vientre. Sube a mis pechos y los aprisiona con deseo. Baja a mis glúteos y desahoga su ansiedad en ellos.

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