Capítulo 8.4: Resaca

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Me mira descaradamente de pies a cabeza. ¡Lo único que faltaba! Que se ponga celoso porque juego a su juego R.E.D. con Stefano. No sólo es un engreído que se cree mil, sino que además pretende que nadie disfrute de una buena sesión de juegos si no es con él. ¿Por qué eso me sonó sucio?

El mozo siguió trayendo un vaso tras otro y ya no puedo aguantar las ganas de ir al baño. Sé que me está provocando para incomodarme y que desista de reclamarle la mesa. Pero mi tano me va a buscar acá y si no me ve sola, no se va a animar a acercarse ¿cómo voy a hacer para reconocerlo?

Me clava los ojos en los pechos. Deja entreabierta la boquita carnosa que tiene... ¡Ay por Dios! Que el tano venga a rescatarme de esto. Necesito tomar para soportarlo y no tirármele encima, pero antes, necesito un baño y no para asearme precisamente. Si me muevo puede conseguir acaparar la mesa o que me espante a mi tanito.

—¿No tenés que ir al baño? —le pregunto.

—¿Por? ¿Vos sí?

—Querés ir ¿no? —insisto.

—No lo necesito, pero vos sí.

—Sí lo necesitás. Tenés la vejiga como un maní. Lo recuerdo bien.

—Si tanto miedo tenés vamos los dos a la vez—ofrece.

—Más te vale que cuando vuelva no hayas hecho ninguna maniobra con la mesa.

Me levanto y por el rabillo del ojo puedo ver cómo me relojea el trasero. Hace un gesto de dolor que me causa gracia. Sonrío de espaldas a él. Estoy algo afectada por el alcohol pero me las ingenio para caminar recto.

Milho se acerca y camina a mi lado. Me toma de la cintura. Apenas siento el roce de sus dedos y es suficiente para erizarme todos los vellos del cuerpo. Respiro profundo.

Unos adolescentes se nos acercan y nos piden unas fotos.

—¡Canela! ¡Felicidades por mantenerte en pie tan pronto!

Revoleo los ojos y Milho se ríe a mis espaldas. Nos retienen lo suficiente como para que empiece a hamacarme de un lado a otro intentando contener las ganas de orinar.

Me apuro y permanezco indemne. Cuando estoy saliendo, Milho me sorprende en el pasillo arrinconándome contra la pared. Acerca su boca a mi cuello y me recuerda viejas épocas.

—Realmente no me importa lo que hagas con tu cuerpo —susurra a mi oído.

Contesto aprisionándome contra la pared y esquivando su boca.

—No debería —remarco esta última palabra— importarte si me enredo a jugar o con quién.

—Tenés razón... pero... —esta vez roza sus labios en mi cuello y me huele el cabello—, me gustaría conocer todos los trucos que aprendiste en esos juegos. Quisiera compartir una partida con vos —ahora me acaricia la mejilla con el dorso de los dedos y no sé por qué hoy todo me suena sucio.

Parece estar insinuando deliciosas obsenidades, pero... no puede ser... sólo habla de su juego.

—No creo ser tan experta como vos.

Me mira en la penumbra y presiento que me está desnudando con la mirada. ¿O no habla de eso?

—Creo que debés tener algunos trucos nuevos que desconozco.

¿Cómo podría yo conocer más trucos que él en su propio juego? Porque estamos hablando del juego. ¿No?

—Deberías tenerte más fe. Después de todo sos el inventor del juego —afirmo, estableciendo claramente cuál es el tópico de la disputa.

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