Capítulo 10.3: La guerra y la paz

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Lentamente nos tranquilizamos. Las sonrisas se apagan desdibujándose de a poco. Nos miramos de reojo. Permanecemos en silencio un largo rato. Luego lo rompo.

—Cuando supe que los que atentaron tu casa y balearon a tu viejo, habían sido asesinados en la cárcel, no sabía qué pensar.

Me mira y no logro descifrar si es una mirada acusadora o de dolor.

—Sí, yo tenía mucho miedo por lo que podía pasarles a ustedes. Podrían haberlos usado para extorsionarme.

Me conmueve que me incluya en esa sentencia. ¡Cuántos años pasaron creyendo que me recordaría como a una nena caprichosa que alguna vez le gustó! Ahora me dice que podrían haber logrado algo si lo extorsionaban conmigo.

—Después supe que mataron al líder de ellos también en la cárcel.

No supe demasiado del tema. Sólo lo que se decían en las noticias. Nuestros padres prefirieron mantenerse al margen mientras todos estuviéramos a salvo.

—Sí, los mandaron a matar por haber generado más alboroto, llamando la atención sobre los capos.

Habla apesadumbrado. Como si de alguna manera fuera responsable.

—La verdad que tuvimos mucha suerte —reflexiono.

—Sobre todo cuando mi testimonio ya no fue relevante porque se encontraron pruebas para demostrar quiénes eran los líderes de todo. Esos a los que me querían presentar cuando me secuestraron en la Villa, no eran los capos —aclara.

—¿Así fue? Me habían dicho que no necesitaban tu testimonio porque era tu palabra contra la de ellos.

—¡No! Ya mi testimonio había perdido valor, porque yo en realidad no sabía nada. Lo importante fueron los videos que mostraban a los jefes de esos tipos cometiendo los ilícitos con ellos también. Quedaron todos comprometidos.

—¡Cómo zafaste! —lo animo.

—Sí. Ahí me sacaron del programa.

—Y te quedaste en Europa —le reclamo veladamente—. ¿Cuánto tiempo estuviste en el programa?

—Un año.

Mira al piso como avergonzado.

—Te perdiste el concurso y la proyección de nuestro video. —Intento ponerme en su lugar—. ¡Ojalá hubiera sobrevivido a la policía! En cuanto supieron que participábamos y, encima, éramos protagonistas, confiscaron todo y amenazaron a todo el mundo con iniciar acciones legales si alguno revelaba algún dato nuestro a cualquiera fuera de un juzgado. Hicieron firmar contratos de confidencialidad a toda la escuela. Estaban todos aterrados de decir una palabra sobre el video o sobre vos.

No quise que sonara a reproche, pero creo que no lo conseguí.

—Sí, me enteré. Habría sido lindo recibir el premio con vos.

Lo miro compungido por primera vez en mucho tiempo. Me siento culpable por el comentario.

—Fue muy triste para mí —me justifico.

Me mira incrédulo y se contiene de reprocharme algo. Estoy segura.

—Ya sé que lo querés.

Hace referencia al video del concurso y no puedo negarlo.

—Ojalá pudiera verlo una vez más.

—Tengo que buscar si quedaron los crudos al menos, en la nube. Podría volver a editarlo.

—Sí, claro. Por supuesto. Después de tantos años—digo con una pizca de sarcasmo en el tono.

—Creé lo que quieras.

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