Capítulo 21: Mujer contra mujer

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Este capítulo es... especial.  Siempre quise una pareja lésbica en esta novela pero no surgía por causas que ya no importan.

Espero que os guste...
No pido votos.

-¿Una mala noche?

Victoria levantó la cabeza.  Trató de disimular su llanto pero el pecho le estallaba. Se moría de la vergüenza.  No podía ni pensar en lo que había hecho y... en el rechazo.

-Vamos -Cathleen cerró la puerta tras ella.  Con cerrojo.  – Eres la Reina.  La primera reina omega.  Eres fuerte.  Aprendí eso de mi esposa.  Falleció hace unos meses.  Era más fuerte que muchas alfas, pero simplemente se fue.  Se ha desvanecido en un recuerdo que duele, pero me pidió que no me rindiera.  Tengo un bebé.  Murió en su labor de parto.  Le puse un nombre precioso pero todos le llaman Red porque es más pelirrojo que yo.  Tengo antecesores ingleses y estoy hablando demasiado para rellenar este silencio.

-Gracias.

Cathleen le entregó un pañuelo.

-Te dijo que no.  Ese alfa está enamorado ya.

-De otro alfa.  Nunca he comprendido eso.  Y todos me culpan por ese proceso por sodomía pero... pero es que ni siquiera comprendo que dos alfas o dos omegas atraigan.  Yo solo me limitaré a hacer lo correcto y casarme con Alberto el año próximo.

-Pero ibas a besar al capitán.

-Pensé que ya que soy la Reina podría tener un poco de diversión antes de unirme a mi esposo para siempre.

-Sabes que eso se llama hipocresía.

-Me críe en la hipocresía.

Cathleen se rió y su risa era como un canto de sirena, como campanillas.

-Eres una niña adorable.

-Tengo dieciocho años.

-Yo he cumplido los cincuenta y no se porque cuando te vi supe que eras alguien demasiado especial.

-Es imposible que usted tenga cincuenta.

-La genética.  Mis antepasados eran nobles ingleses, dicen que un bastardo.

-Me siento extraña.  Todo el mundo toma decisiones y espera que yo obedezca pero yo quiero gobernar.

-Deberías empezar gobernando sobre tu cuerpo.  Ese corsé va demasiado apretado.  Es perjudicial para tu cuerpo. 

-Me han dicho que mi pecho pequeño requiere..

-Tus pulmones requieren respirar, tus costillas no romperse. 

Victoria trató de llenar los pulmones pero no pudo. 

-Antes de robar un beso debes saber que tu asaltado lo aceptará.

-Yo...

Cathleen le besó.  Victoria abrió los ojos.  Nunca había pensado en una mujer de ese modo. Luego cerró los ojos.  Cathleen besaba muy bien y su crema de labios sabía a fresas.

-Victoria...

-Tú te llamas Cathleen.

-Sí.

-No entiendo esto.  No debía ser así.  Me dijeron que llegaría un alfa, un hombre...

-Hombres, hombres.  Siempre queriendo dominar todo... yo puedo hacer que tu cuerpo cante una sinfonía que ningún hombre podría arrancar.

Victoria cerró los ojos.   La chimenea crepitó.

-El corsé es muy apretado.  Me impide respirar.

-Deja que te ayude.

-Sí, por favor.

Cathleen desabotonó el vestido.   Se lo bajó.  Luego tiró de las absurdas cuerdas que encerraban a la mujer en esa jaula.  Durante la época victoriana, la ropa interior de una mujer podía llegar a pesar kilos entre las ballenas, como se llamaban los trozos de metal que aprisionaban el corsé, enaguas y demás accesorios.

Victoria llenó sus pulmones.

Y su vestido acabó en el suelo.

Solo llevaba una enagua y un corsé desabrochado.

Cathleen le puso de pie. 

Le retiro el corsé y la enagua.

Llevaba tacones.

Nada más.

Cathleen le besó en la nuca y siguió bajando a besos por su espalda.  Las piernas de la Reina temblaban. 

Sus muslos empezaron a brillar de la excitación que su cuerpo lubricaba.

-Quítate el vestido -dijo con timidez.

Cathleen se giró para que le ayudase.

Ambas quedaron desnudas.

-Cathleen...

-Lo sé, mi niña.

Cathleen la sostuvo y la acostó en la alfombra frente a la chimenea.

Con las manos sobre sus rodillas, abrió sus muslos. Reveló su intimidad.  Sus labios, su vagina y su clítoris.  Aplicó la boca sobre el pequeño botón de placer mientras jugaba con los dedos en sus labios y besaba su boca sin detenerse.

Victoria gemía.  Se agarro a la alfombra y movió desesperada las piernas.

Y gritó.

Gritó cuando alcanzó el orgasmo con los labios de Cathleen contra su vagina.

-Dios bendito. 

Cathleen sonrió.  Subió, desnuda. La besó.

-Seguiría, pero pensarían en donde estás y no queremos que sepan lo nuestro.

-Pero volverás.

-Cariño, jamas podría irme.

-Cariño, jamas podría irme

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Anna Castillo como Victoria

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Anna Castillo como Victoria

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