Capítulo 35: Una boda discreta

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-La nueva dama de honor.

Cathleen le entregó su abrigo a la criada.  En la época no era extraño que las damas de compañía de más honor acompañasen a los monarcas en todo momento, incluso en las camas.

-Me he traído a Red.  Bueno, todos le llaman Red.

Victoria la miró, emocionada.

-Voy a darle la cena y luego me enseñas mis aposentos. 



Era noche cerrada ya.  El calor había dado una tregua, haciendo el paseo agradable incluso.

Keith apoyó la cabeza en el hombro de Mariano.

-La invitación a un paseo nocturno me provocó una gran ilusión cuando lo propusiste, pero llevamos casi una vuelta de reloj viajando.

-Ya estamos llegando, casi...

-¿A dónde?

Mariano se agachó y sacó un papel y una caja de debajo del banco del carruaje.

-Esta es tu manumisión firmada por Victoria y esta es nuestra licencia de matrimonio.  Y el anillo.  He comprado otro. Es de oro puro y en el medio tiene una franja negra de azabache.

-¿Has venido hasta aquí para darme esto?

-He venido hasta aquí a casarme.

Mariano bajó y abrió la puerta de Keith.  Le bajó con delicadeza.

Había una pequeña ermita.  Un sacerdote de avanzada edad les esperaba y les sonreía de modo afable.

Otro carruaje se detuvo.  Louis y Jason bajaron de un lado y William y Clive de otro.

Mariano sujetó el brazo de su omega.

-Vamos, esposo...

La ceremonia fue tan rápida y sencilla como Keith hubiese querido.  El ambiente era romántico y no parecía algo feo o clandestino.

Su beso en los labios y marca selló todo.   Los testigos firmaron.

La noche era serena, hermosa y calurosa.

Y Keith era un hombre casado, un igual, quisiera la sociedad lo que quisiera.

De vuelta al carruaje Keith se quedó mirando a su esposo a los ojos.

-No tengo palabras.

-En mi casa tendrás menos.  He comprado una mansión enorme con su personal.  Mereces todo.  Te haré el amor toda la noche.

Keith sonrió aunque luego su rostro cambió.

-¿Keith?

-Es el bebé... -Keith trató de disimular un eructo -demasiadas emociones...

-¡Keith!  Agacha la cabeza.

-Voy a vomitar y voy a hacerlo ya.

Mariano mandó detenerse al cochero.  Keith bajó y corrió hacia unos matorrales.

Mariano le siguió.  Le dio té y un caramelo de menta.

-Me siento mucho mejor -dijo Keith e inexplicablemente rompió a reír.

Mariano lo hizo con él y le besó.

-Llévame a casa. 

-Vamos. Es tarde.

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