Capítulo 12

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Victoria nunca se había sentido tan desdichada. Sentada en la mesa de cocina de la caravana de su padre, clavó la mirada en los deberes de la escuela, pero lo escrito en la página no captaba su atención. Como los demás niños del Overworld, recibía lecciones por correspondencia a través de la Calvert School de Baltimore, un lugar especializado en enseñar a los niños que no podían ir a la escuela. Cada pocas semanas llegaba un grueso paquete con libros, cuadernos y exámenes. Savannah se había acostumbrado a supervisar la tarea escolar de Victoria, pero la educación de la mujer no había sido demasiado buena y no había mucho que pudiera hacer excepto comprobar los exámenes. Victoria tenía dificultades con la geografía y había suspendido lengua inglesa. En ese momento apartó el libro y miró el cuaderno de apuntes que había debajo, donde había garabateado algunos nombres. «Señora de José Pablo Minor. Victoria Minor. Victoria Cardoza Minor.» «Mierda.» ¿Porque él lo había permitido? ¿Por qué Pablo había dejado que Laura lo besara de esa manera delante de todo el mundo? Victoria había querido morirse al presenciar ese beso. Odiaba a Laura, y lo mejor que le había ocurrido esas dos semanas había sido verla sucia y cubierta de lodo. Era lo que se merecía, estar cubierta de lodo.
Más de una vez, Victoria había intentado aliviar la culpa que sentía por lo que le había hecho a Laura diciéndose a sí misma que se lo merecía. Que allí no había sitio para ella. Que no encajaba en el Overworld. Y que nunca debería haberse casado con Pablo. Que Pablo era suyo. Se había enamorado de él hacía seis semanas, la primera vez que lo vio. Al contrario que su padre, Pablo siempre tenía tiempo para hablar con ella. No le importaba pasar el rato con ella e incluso, antes de que llegara Laura, había dejado que lo acompañara a hacer algunos recados. Una vez, en Jacksonville, habían ido juntos a una sala de exposiciones y le había explicado cosas sobre los cuadros. También la había invitado a hablar sobre su madre y en dos ocasiones la había consolado por algo que le había dicho su terco padre. Pero a pesar de lo mucho que lo amaba, Victoria sabía que aún la veía como una niña. Últimamente había estado pensando en que tal vez, si él se hubiera dado cuenta de que era una mujer, la habría mirado de forma diferente y no se habría casado con Laura. De nuevo sintió que le invadía la culpa. No había planeado tomar la pistola de su padre y entregarsela a aquel hombre para culpar a Laura de no revisar bien, pero estaba tan molesta por la noticia de la boda que se le hizo fácil tomar la pistola. Estaba mal, pero no dejaba de decirse a sí misma que no era tan grave como parecía. Pablo no amaba a Laura, hasta Savannah lo decía. Laura cargaría con la culpa del delito y él se desharía de ella ahora en vez de más adelante. Pero el beso que había presenciado esa mañana le decía que Laura no iba a dejarlo escapar con tanta facilidad. Victoria todavía no podía creerse la manera en que se había abalanzado sobre él. ¡Pablo no la necesitaba! No necesitaba a Laura cuando podía tenerla a ella.
¿Pero cómo iba a saber él lo que ella sentía si nunca se lo había dicho? Apartó los libros a un lado y se levantó de un salto. No podía soportarlo más. Tenía que hacerle entender que ya no era una niña. Tenía que hacerle entender que no necesitaba a Laura.
Sin darse tiempo a pensarlo dos veces, salió rápidamente de la caravana y se encaminó a la taquilla.

Pablo levantó la vista del escritorio cuando entró Victoria. La jovencita llevaba metidos los pulgares dentro de los bolsillos de unos pantalones cortos de cuadros, que quedaban casi cubiertos por completo por una enorme camiseta blanca. Se la veía pálida e infeliz. Pablo sintió pena por ella. Alex la trataba de una manera muy dura, pero a pesar de eso seguía luchando y a él le gustaba que lo hiciera.

—¿Qué te pasa, cariño?

Ella no le respondió. En vez de eso deambuló por la caravana, tocando el brazo del sofá o tomando un archivador. Pablo vio una imperceptible mancha naranja en la mejilla, donde había intentado tapar una espinilla, y sintió un atisbo de ternura. Algún día, muy pronto, Victoria se convertiría en una auténtica belleza.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora