Capítulo 34

508 32 13
                                    

Pablo estuvo imposible toda la semana. Desde que fueron a cenar para luego disfrutar de aquellos juegos eróticos, buscó todo tipo de excusas para discutir con ella. Incluso en ese momento la miraba con el ceño fruncido mientras se secaba el sudor de la frente con el brazo.

—¿No podías haber rellenado la bombona de gas cuando fuiste a hacer la compra al pueblo?

—Lo siento, pero no sabía que estaba vacía.

—Nunca te fijas en nada —añadió él con acritud. —¿Qué crees? ¿Que se rellena sola?

Laura apretó los dientes. Parecía como si se hubieran acercado demasiado aquella noche y necesitara distanciarse de ella otra vez. Por el momento había logrado esquivar todas las granadas que le había lanzado, pero cada vez le resultaba más difícil mantener a raya su propio temperamento. En ese instante tuvo que contenerse para hablar con calma.

—No sabía que querías que lo hiciera yo. Siempre te has ocupado tú de esas cosas.

—Sí, pero por si no te has dado cuenta, he estado muy ocupado últimamente. Se han enfermado los caballos, se incendió la carpa de la cocina y ahora tenemos a un inspector de sanidad amenazando con multarnos por saltarnos no sé qué normas de seguridad.
 
—Sé que has estado sometido a mucha presión. Si me lo hubieras dicho no me habría importado ocuparme de las bombonas.

—Sí, claro. ¿Cuántas veces has rellenado una bombona?
 
Laura contó mentalmente hasta cinco.

—Ninguna. Pero aprendería a hacerlo.

—No te molestes. —Y se alejó a paso airado.
 
Laura ya no pudo contenerse ni un minuto más. Plantó una mano en la cadera y le gritó:
 
—¡Que pases un buen día también!
 
Pablo se detuvo, luego se giró para dirigirle una de sus miradas más sombrías.

—¡No te pases!

Laura cruzó los brazos sobre el pecho y dio golpecitos en el suelo con la deportiva sucia. Puede que Pablo estuviera experimentando un montón de sentimientos que no sabía cómo manejar, pero eso no quería decir que tuviera que desahogar su frustración en ella. Laura llevaba días intentando ser paciente, pero ya no aguantaba más. Pablo se acercó a ella apretando los dientes. Laura se negó a retroceder. Pablo se paró delante de ella, intentando intimidarla con su tamaño. Laura tuvo que reconocer que se le daba muy bien.

—¿Pasa algo? —espetó él.

Aquella discusión era tan ridícula que a ella no le quedó más remedio que sonreír con picardía.

—Si alguien te dice que estás muy guapo cuando te enfadas, miente.

La cara de Pablo adquirió un tono púrpura y Laura pensó que explotaría. Pero en vez de eso, se limitó a alzarla por los codos y empujarla contra el remolque. Luego la besó hasta que Laura se quedó sin aliento. Cuando finalmente la puso en el suelo, estaba de peor humor que antes de besarla.

—¡Lo siento! —gritó.

Como disculpa no era gran cosa, pues cuando se marchó parecía más un tigre malhumorado que un marido arrepentido. Aunque Laura sabía que él estaba sufriendo, se le había agotado la paciencia. ¿Por qué tenía que hacerlo todo tan difícil? ¿Por qué no podía aceptar que la amaba?Recordó la vulnerabilidad que había visto en sus ojos la noche que le había pedido más tiempo. Sospechaba que Pablo sentía miedo de dar nombre a lo que sentía por ella. La dicotomía entre sus sentimientos y lo que creía saber sobre sí mismo estaba desgarrándolo por dentro. Eso era lo que se decía a sí misma, porque la alternativa —que no la amara— era algo en lo que no quería pensar. Y más si tenía en cuenta que aún no le había dicho que estaba embarazada. Disculpaba aquella cobardía de todas las maneras que se le ocurrían. Cuando las cosas iban bien entre ellos, se decía que no quería arriesgarse a perder la armonía y, cuando todo se desmoronaba, había perdido el valor.

Pero lo mirara como lo mirase, sabía que estaba comportándose como una cobarde. Debía enfrentarse al problema y, sin embargo, seguía huyendo de él. Ya había pasado casi un mes desde que se había enterado del embarazo. Debía de estar ya de dos meses y medio, pero ya no había ido al médico porque no quería arriesgarse a que Pablo lo descubriese. El que se estuviera cuidando no era excusa para no comenzar un correcto control prenatal, sobre todo si tenía que asegurarse de que el bebé no había resultado dañado por las inyecciones anticonceptivas que había seguido inyectandose antes de descubrir que éstas habían fallado y estaba embarazada. Metió la mano en el bolsillo de los jeans y tomó una decisión. No había razón para seguir postergándolo más. De todas maneras era imposible seguir viviendo así. ¿Para qué seguir atormentándose? Se lo diría esa noche. Eran necesarios dos para hacer un bebé y ya iba siendo hora de que ambos aceptaran sus responsabilidades. En cuanto acabó sus deberes fue a buscarlo, pero la camioneta no estaba. Laura estaba cada vez más nerviosa. Después de haber estado posponiendo esa conversación tanto tiempo, lo único que deseaba era quitarse ese peso de encima.

Deberían haberse visto a la hora de la cena, pero el inspector de sanidad retuvo a Pablo hasta que dio comienzo el concierto. Cuando se dirigió a la parte trasera del escenario antes de la actuación, Laura lo vio junto a Misha. Llevaba uno de los látigos enrollado al hombro y el extremo le colgaba sobre el pecho. La brisa le removía el pelo oscuro y la tenue luz arrojaba profundas sombras a sus rasgos.

No había nadie con él. Era como si hubiera dibujado un círculo invisible a su alrededor, un círculo que mantenía a todo el mundo fuera, incluyéndola a ella. En especial a ella. Las lentejuelas rojas del cinturón de Pablo brillaron cuando pasó la mano sobre el flanco del animal. La frustración de Laura fue en aumento. ¿Por qué tenía que ser tan testarudo? Mientras el público bailaba al ritmo de las Blush, Laura se acercó a él. Misha resopló y echó la cabeza hacia atrás. Laura miró a la bestia con aprensión. No importaban las veces que representara el número, nunca se acostumbraría a él.

La joven se detuvo delante del caballo.

—¿Crees que alguien podría sustituirte después de la función?Tengo que hablar contigo.

Pablo le respondió sin mirarla mientras ajustaba la cincha de la silla de montar.

—Tendrás que esperar. Tengo mucho que hacer.

Pero a Laura se le había agotado la paciencia. Si no resolvían sus problemas ya, no serían capaces de sacar ese matrimonio adelante.

—No puedo esperar.
 
Las holgadas mangas de la camisa blanca de Pablo se hincharon cuando se incorporó.

—Mira, Laura, si es por lo de la bombona, ya te he dicho que lo siento. Sé que no ha sido fácil vivir conmigo estos últimos días, pero he tenido una semana muy dura.

—Has tenido muchas semanas duras, pero nunca lo has pagado conmigo.

—¿Cuántas veces tengo que disculparme?

—No quiero tus disculpas. Lo único que quiero es hablar de los motivos por los que te distancias de mí.

—Déjalo estar, ¿vale?

—No puedo. —El número de las Blush llegaba a su fin. Laura sabía que ése no era el mejor momento para hablar, pero ahora que había comenzado, no podía parar. —Nos estamos haciendo daño el uno al otro. Tenemos un futuro juntos y necesitamos hablar de ello. —Le acarició el brazo esperando que se apartara y, como no lo hizo, Laura se sintió confiada para seguir. —Estos meses han sido los mejores de mi vida. Me has ayudado a encontrarme a mí misma, y espero haberte ayudado a hacer lo mismo. —Le puso las manos en el pecho y sintió el latido del corazón de Pablo a través de la tela de seda. La flor de papel que llevaba entre los pechos crujió y el extremo del látigo rozó la mano de Laura. —¿No sientes cómo nos envuelve el amor? ¿No estamos mejor juntos que separados?Somos perfectos el uno para el otro sin haberlo planeado siquiera, las palabras que había estado conteniendo tanto tiempo surgieron de su boca, —y también lo seremos para el bebé que estamos esperando.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora