Capítulo 21

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Algunas cosas no se podían arreglar, pero Laura no se lo dijo a Victoria. Había tomado una decisión: no pensaba dejar que la culpa pendiera sobre la cabeza de la adolescente. Alex Cardoza se acercó a ellas, con una expresión que no presagiaba nada bueno.

—¿Qué haces aquí, Victoria? Te he dicho que te alejes de ella.

Victoria se sonrojó.

—Laura ha sido muy amable conmigo y quería ayudarla.

—Vete con Savannah. Quiere practicar contigo algunas notas musicales.

Victoria parecía cada vez más infeliz.

—Papá, Laura es genial. No me gusta que pienses mal de ella. Es buenísima con la iluminación, cuida muy bien de Misha y me trata...

—Vete, Victoria—dijo Laura agradeciéndole el esfuerzo con un gesto de cabeza. —Gracias por ofrecerte a ayudar.

Victoria se fue a regañadientes.
Alex parecía tan enfadado como un Silvestre Stallone con ración doble de testosterona.

—Mantente alejada de ella, ¿me oyes? Puede que Pablo esté ciego contigo, pero los demás no olvidamos lo que has hecho.

—No me avergüenzo de nada de lo que he hecho, Alex.

—¿No te avergüenzas de lo que has hecho? ¿Si se hubiera muerto alguien estarías avergonzada? Lo siento, nena, pero para mí un asesino es siempre un asesino.
 
—¿Acaso llevas una vida tan recta que nunca has hecho nada de lo que te arrepientas?

—Nunca he atentando contra la vida de alguien, de eso puedes estar segura.

—Le robas seguridad en sí misma a tu hija. ¿Eso no cuenta?

Alex apretó los labios.

—No me des lecciones sobre cómo criar a mi hija. No es asunto tuyo ni de Savannah. Ninguna de las dos tienen hijos, así que ya pueden mantener cerradas sus malditas bocas.

Y se fue, con los músculos brillando y las plumas de la cola despeinadas. Laura suspiró con pesar. No daba una. Había discutido con Pablo y se había enfrentado a Jack y a Alex. ¿Qué más podía salir mal? El agudo murmullo de voces excitadas captó su atención y observó que otro grupo de niños de la escuela vecina llegaba al circo. Durante toda la mañana habían llegado al recinto un grupo de escolares tras otro. Con tantos niños merodeando, Laura se había asegurado de que el establo donde estaba Misha estuviera bien cerrada, algo que disgustaba al caballo. Esta vez los niños eran muy pequeños. Debían de ser del jardín de infancia.
Miró con tristeza a la profesora de mediana edad que los acompañaba. Puede que ese trabajo no le gustara a mucha gente, pero era el que deseaba desempeñar ella.

Observó la soltura con la que la profesora vigilaba que los niños no se descontrolaran y, por un momento, Laura se imaginó que era ella. No se entretuvo con esa fantasía demasiado tiempo. Para ser profesora se necesitaba un título universitario, y ella ya era demasiado mayor para ponerse a estudiar. Para no perder más su tiempo se encaminó al establo y comenzo a bañar a Misha. Después de duchar al caballo, Laura se encaminó a la caravana siguió observándolos mientras se acercaba a la caravana para disfrutar de un almuerzo rápido. Se detuvo de golpe cuando una familiar figura, embutida en unos pantalones marrón oscuro y una pálida camisa amarilla, salió de la taquilla. Laura era incapaz de creer lo que veía. En ese momento fue consciente de las ropas sucias y del despeinado cabello que lucía, resultado del último aseo de Misha.

—Hola, cariño.

—¿Papá? ¿Qué haces aquí?

Su padre era una figura tan poderosa en la mente de Laura que la joven rara vez notaba que éste poseía una constitución bastante menuda, apenas un poco más alto que ella. Era la imagen de la opulencia y la elegancia, con aquel cabello canoso cortado por un experto peluquero —que se pasaba por la oficina de su padre una vez a la semana, —el reloj de oro y los mocasines italianos con un discreto adorno dorado en el empeine. Era difícil imaginárselo abandonando la dignidad el tiempo suficiente como para enamorarse de una cantante de rock y concebir una hija ilegítima, pero Laura era la prueba viviente de que su padre había sido humano una vez.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora