Capítulo 13

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Savannah estaba de un humor de perros cuando se acercó a Pablo. Esa mañana Alex le había dicho que Laura no estaba embarazada. La idea de que esa mujer llevara a un Minor en su vientre era tan aborrecible que debería haberse sentido aliviada, pero por el contrario se le había puesto un nudo de angustia en la boca del estómago. Si Pablo no se había casado con Laura porque estaba embarazada, entonces lo había hecho porque quería. Lo había hecho porque la amaba. La bilis la corroía por dentro. ¿Cómo podía Pablo amar a esa pobre e inútil niña rica cuando no la había amado a ella? ¿No veía lo indigna que era Laura? ¿Habría perdido Pablo todo su orgullo? En ese momento la intención de Savannah era poner en práctica el plan que hacía días que le rondaba la mente. Tenía cabeza para los negocios —siempre pensaba en lo mejor para el Overworld, por encima de sus sentimientos perenales, —pero lo que se le había ocurrido haría que Pablo viera con otros ojos a su esposa. Se detuvo detrás de él mientras éste estaba trajinando en la grúa de montaje de las bocinas. La camiseta húmeda se le pegaba a los firmes músculos de la espalda. Recordó el tacto de esa piel tensa bajo las manos, pero en lugar de excitarla ese recuerdo hizo que sintiera asco de sí misma. Savannah Parks, la reina del rock, le había rogado a ese hombre que la amara y él la había rechazado. El rencor hizo que se le revolviera el estómago.

—Tenemos que hablar sobre tu número.

Él tomó un trapo grasiento y se limpió las manos con él. Pablo siempre había sido un mecánico de primera y reparar la grúa no era un problema para él, aunque hora mismo Savannah no sentía ningún tipo de gratitud por el dinero que le ahorraba.

—Dime.

La mujer levantó la mano para protegerse los ojos del sol, tomándose su tiempo, haciéndole esperar. Tardó un buen rato en hablar.

—Deberías hacer algún cambio. No lo has hecho desde la última gira y aún queda demasiada temporada para seguir repitiendo lo mismo.

—¿Qué has pensado?

Savannah tomó las gafas de sol con las que se retiraba de pelo de la cara.

—Mientras tocan algunas de las bandas puedes hacer tu espectaculo con los látigos,te sale muy bien y entretiene muy bien a la gente.

—Mmm,pues no es mala idea.

—Y quiero que Laura intervenga en tu número.

—Olvídalo.

—¿Crees que no podrá hacerlo?

—Sabes muy bien que no.

—Bueno, pues tendrá que hacerlo. ¿O es que ahora es ella quien lleva los pantalones en tu casa?

—¿Qué pretendes, Savannah?

—Laura es ahora una Minor. Es hora de que comience a comportarse como tal.

—Eso es asunto mío, no tuyo.

—No mientras yo siga siendo la dueña del Overworld, Laura sabe cómo meterse al público en el bolsillo y tengo intención de aprovecharlo. —Le dirigió a Pablo una larga y dura mirada. —
Quiero que actúe en el espectáculo, Pablo, te doy dos semanas para prepararla. Si se niega a hacerlo recuérdale que, si quiero, todavía puedo denunciarla.

—Estoy harto de tus amenazas.

—Entonces limítate a pensar en lo que es mejor para el espectáculo.

****

Pablo terminó de reparar la grúa y se dirigió a la caravana para lavarse las manos llenas de grasa. Mientras tomaba el cepillo de las uñas y el jabón de debajo del fregadero, se obligó a reconocer que Savannah tenía razón. Laura sabía cómo ganarse al público y, aunque no había querido admitirlo antes, ya había pensado en incluirla en el número. Su reticencia provenía de lo difícil que sería entrenarla. Todas las ayudantes con las que había trabajado en el pasado habían sido artistas con experiencia y no les daban miedo los látigos. Pero Laura sentía terror. Si se sobresaltaba cuando no debía...
Ahuyentó ese pensamiento. Podía entrenarla para que no se sobresaltase y permaneciese
completamente inmóvil. Su tío Sergey lo había entrenado a él y lo había hecho tan bien que incluso cuando la función terminaba y aquel pervertido hijo de puta lo hostigaba por alguna ofensa imaginaria, Pablo no había movido ni un solo músculo.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora