Capítulo 26

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A Laura se le puso un nudo en la garganta y se perdió en las profundidades verdes de los ojos de Pablo. ¿Cómo había podido pensar que eran fríos? Bajó la cabeza antes de que él pudiese ver las lágrimas de anhelo. Él comenzó a hablarle de la función y pronto se reían del lío que se había formado entre uno de los guitarristas y una señorita muy bien dotada de la primera fila. Compartieron los pequeños detalles del día: los problemas de Pablo con uno de los empleados o la impaciencia de Misha por estar atada todo el día. Planearon un viaje a la lavandería para el día siguiente y Pablo mencionó que tenía que cambiar el aceite de la camioneta. Podrían haber sido un matrimonio cualquiera, pensó Laura, hablando del día a día, y no pudo evitar sentir la esperanza de que, después de todo, pudieran resolverse las cosas entre ellos. Pablo le dijo que fregaría los platos si se quedaba a hacerle compañía, después se quejó, naturalmente, por el número de utensilios que ella había utilizado. Mientras él bromeaba con ella, a Laura se le ocurrió una idea. Aunque Pablo le había hablado abiertamente de su linaje Romanov, no le había revelado
nada sobre su vida actual, algo que para ella era mucho más importante. Hasta que él le dijera a qué se dedicaba cuando no viajaba con el Overworld no existiría entre ellos una verdadera comunicación. Pero no se le ocurría otra manera de averiguar la verdad más que engañándolo. Decidió que quizá no había nada malo en decir una pequeña mentirijilla cuando era la felicidad de su matrimonio lo que estaba en juego.

-Pablo, creo que tengo una infección de oído. -Él dejó lo que estaba haciendo y la miró con tal preocupación que a Laura le remordió la conciencia.

-¿Te duele el oído?

-Un poquito. No mucho. Sólo un poquito nada más.

-Iremos al médico en cuanto termine la función.

-Para entonces todas las consultas estarán cerradas.

-Te llevaré a urgencias.

-No quiero ir a urgencias. Te aseguro que no es nada serio.

-No voy a dejar que viajes con una infección de oído.

-Supongo que tienes razón. -Laura vaciló; sabía que ahora tocaba poner el cebo.-Tengo una idea -dijo lentamente. -¿Te importaría mirármelo tú?

Él se quedó quieto.

-¿Quieres que te examine yo el oído?

Laura se sintió culpable. Ladeó la cabeza y jugueteó con el borde de la arrugada servilleta de papel. Al mismo tiempo, recordó la manera en que él le había preguntado si estaba vacunada del tétanos o cómo había administrado los primeros auxilios a un empleado. Tenía derecho a saber la verdad.

-Supongo que, sea cual sea tu especialidad, estarás cualificado para tratar una infección de oído. A menos que seas veterinario.

-No soy veterinario.

-Vale. Entonces hazlo.

Él no dijo nada. Laura contuvo los nervios mientras recolocaba los tréboles y alineaba los botes de sal y la pimienta. Se obligó a recordar que aquello era por el bien de Pablo. Nopodría conseguir que su matrimonio funcionara si él insistía en mantener tantas cosas en secreto. Lo oyó moverse.

-Vale, Laura. Te examinaré.

La joven alzó la cabeza con rapidez. ¡Lo había conseguido! ¡Por fin lo había atrapado! Con astucia, había logrado que admitiera la verdad. Su marido era médico y ella había logrado que confesara. Sabía que se enfadaría cuando la examinara y descubriera que no tenía nada en el oído, pero ya se las arreglaría después. Sin duda alguna podría hacerle entender que había sido por su bien. No era bueno para él ser tan reservado.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora