Capítulo 24

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Un traidor silencio se extendió entre ellos. Pablo parecía muy torturado y a Laura le dolió verlo así. Se inclinó hacia él y apretó los labios contra aquél duro abdomen, justo encima de la cinturilla de los pantalones. Le dio un ligero mordisco, luego tiró del botón hasta que cedió bajo sus dedos y le bajó la cremallera. A Pablo se le puso la piel de gallina.

—No te comprendo en absoluto. —Su voz sonó áspera.

—Creo que a mí sí. Es a ti mismo a quien no comprendes.

Pablo la agarró por los hombros y la hizo ponerse en pié. Sus ojos parecían tan oscuros e infelices que ella no podía soportar mirarlos.

—¿Qué voy a hacer contigo? —dijo él.

—¿Quizá corresponder a mi amor?

Pablo respiró hondo antes de cubrirle la boca con la suya. Laura sintió su desesperación, pero no sabía cómo ayudarle. El beso los capturó a los dos. Los envolvió como un ciclón. Laura no supo cómo se despojaron de la ropa, pero antes de darse cuenta estaban desnudos sobre la cama. Una sensación cálida y ardiente comenzó a extenderse por su vientre. La boca de Pablo estaba en su hombro, en sus pechos, rozándole los pezones. La besó en el vientre. Laura abrió las piernas para él y permitió que le subiera las rodillas.

—Voy a tocarte por todas partes —le prometió él contra la suave piel del interior de sus muslos.

Y lo hizo. Oh, cómo lo hizo. Puede que no la amara con el corazón, pero la amaba con su cuerpo, y lo hizo con una desenfrenada generosidad que la llenó de deseo. Laura aceptó todo lo que él quiso darle y se lo devolvió a su vez, usando las manos y los pechos, la calidez de su boca y el roce de su piel. Cuando finalmente él se hundió profundamente en su interior, Laura lo envolvió con las piernas aferrándose a él.

—Sí —susurró ella. —Oh, sí.

Las barreras entre ellos desaparecieron y mientras buscaban juntos el éxtasis, ella comenzó a murmurar:

—Oh, sí. Me gusta eso. Me encanta... Sí. Más profundo. Oh, sí. Justo así...

Laura siguió susurrando aquellas palabras, guiada, por el instinto y la pasión. Si dejaba de hablar, él trataría de olvidar quién era ella y la convertiría en un cuerpo anónimo. Y eso no podía consentirlo. Era Laura. Era su esposa. Así que habló, se aferró a él y juntos alcanzaron ti éxtasis.
Finalmente, la oscuridad dejó paso a la luz.

****

—Ha sido sagrado.

—No ha sido sagrado. Ha sido sexo.

—Hagámoslo de nuevo.

—Vamos a cien por hora, no hemos dormido más de tres horas y llegamos con retraso a Allentown.

—Estirado.

—¿A quién llamas estirado?

—A ti.

La miró de reojo, con una chispa diabólica en los ojos.

—A ver si te atreves a repetirlo cuando estés desnuda.

-No volverás a verme desnuda hasta que admitas que ha sido sagrado.

—¿Y si admito que fue especial? Porque fue muy especial.

Ella le dirigió una mirada engreída y lo dejó pasar. La noche anterior había sido más que especial y los dos lo sabían. Laura lo había sentido en la urgencia con la que habían hecho el amor y en la forma en que se habían abrazado después. Cuando se habían mirado a los ojos no se habían ocultado nada, no se habían reservado nada. Esa mañana, Laura esperaba que él volviera a las nidadas y que actuara de la misma manera hosca y distante de siempre. Pero para su sorpresa, él se había mostrado tierno y cariñosamente burlón. Como si se hubiera rendido. Laura quería creer con cada latido de su romántico corazón que su marido se había enamorado de ella, pero sabía que eso no sería fácil. Por ahora, agradecía que Pablo hubiera bajado la guardia.
La lluvia comenzó a caer sobre el polvoriento parabrisas de la camioneta. Era un día frío y gris, y según el pronóstico del tiempo sólo iría a peor. Pablo la miró, y Laura tuvo la sensación de que le había leído la mente.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora