Capítulo 46

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—Deja que me levante, Laura.

Ella sabía que podía quitársela de encima con facilidad, pero también sabía que no lo hacía por el bebé. Y porque la amaba. Se inclinó hacia él. Le rodeó el cuello con los brazos y apretó la mejilla contra la suya. Extendió las piernas sobre las de él y apoyó los dedos de los pies encima de sus tobillos.

—Creo que no. Ahora estás un poco furioso, pero se te pasará en un par de minutos, en cuanto lo reconsideres todo. Hasta entonces, no pienso dejarte hacer nada que puedas lamentar más tarde.

Laura creyó sentir que él se relajaba, pero no se movió, porque Pablo era un tramposo redomado y esa podía ser una de sus tácticas para tomarla con la guardia baja.

—Levántate ya, Laura.

—No.

—Acabarás lamentándolo.

—Tú no me harías daño.

—¿Quién ha dicho algo sobre hacer daño?

—Estás furioso.

—Soy muy feliz.

—Estás muy furioso por lo que Savannah te ha obligado a hacer.

—Ella no me obligó a hacer nada.

—Te aseguro que sí. —Laura alzó la cabeza para dirigir una amplia sonrisa a aquella cara ceñuda. —Lo ha hecho muy bien. De veras. Si tenemos una niña podemos llamarla como ella.

—Sobre mi cadáver.

Laura inclinó de nuevo la cabeza y esperó, acostada sobre él como si fuera el mejor colchón anatómico del mundo. Pablo le rozó la oreja con los labios.

—Quiero casarme antes de que nazca el bebé —susurró Laura acurrucándose más contra él. Sintió la mano de Pablo en su pelo.

—Ya estamos casados.

—Quiero hacerlo de nuevo.

—Dejémoslo sólo en hacerlo.

—¿Te vas a poner vulgar?

—¿Te levantarás si lo hago?

—¿Me amas?

—Más que a nada en ésta vida.

—No suena como si me amases. Suena como si estuvieras rechinando los dientes.

—Estoy rechinando los dientes, pero eso no quiere decir que no te quiera con todo mi corazón.

—¿De veras? —Laura alzó de nuevo la cabeza y le brindó una sonrisa radiante. —Entonces, ¿por qué tienes tantas ganas de que me levante?

Pablo esbozó una sonrisa picara.

—Para poder probarte mi amor.

—Empiezas a ponerme nerviosa.

—¿Temes no ser lo bastante mujer para mí?

—Oh, no. Definitivamente eso no me pone nerviosa. —Laura inclinó la cabeza y le mordisqueó el labio inferior. En menos de un segundo, él lo convirtió en un beso profundo y sensual. A Laura se le saltaron las lágrimas porque todo era maravilloso. Pablo comenzó a besarle las lágrimas y ella le acarició la mejilla.

—Me amas de verdad, ¿no?

—Te amo de verdad —dijo él con voz ronca. —Y esta vez quiero que me creas. Te lo ruego, cariño.

Ella sonrió a través de las lágrimas.

—Te creo. Vámonos a la cama.

Llegaron a la caravana y en cuanto entraron Pablo azotó la puerta y levanto a Laura entre sus brazos. La amaba. La amaba tanto que se moría de ganas por demostrarselo. Pablo miró a la mujer que estaba a su lado en la cama, cálida, deseosa y sexy. Su deseo era tan potente como un tren en marcha. Sin quitarle el sujetador, inclinó la cabeza para pasar la lengua sobre el encaje y cuando la notó temblar tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no tomarla en ese mismo instante, como un adolescente alocado en su primera cita.

Después la sujetó por la espalda con una mano para quitarle la blusa con la otra. Echó a un los tirantes y exhaló un suspiro de admiración al desnudar sus pechos erectos.

-Magistral.... cada centímetro de tu cuerpo es una obra maestra, cara de ángel. Sin duda eres la mejor recompensa después de un día espantoso.-añadió mientras se deleitaba con el rubor de las mejillas de Laura.

Sus pechos eran más grandes, más grandes de lo que su ropa ancha lo había hecho creer hasta entonces. Y le gustaban mucho, tanto que lo volvían loco. Tomarse su tiempo estaba muy bien en teoría, pero en la práctica era casi imposible. Un experto desnudando a las mujeres, Pablo encontró serias dificultades para quitarle el sujetador y se lo habría arrancado si ella no hubiera echado las manos hacia atrás para desabrocharlo.

–Creo que he perdido práctica... –empezó a decir Pablo.

Pero al ver los rosados discos con las puntas erectas que parecían llamarlo, suplicando su atención, no pudo terminar la frase. ¿Y quién era él para negarles ese placer? Masajeó supechos con las dos manos, rozando los pezones con el pulgar antes de inclinarse para meterlos en su boca. Pero mientras chupaba uno y luego otro no sabía cuál de los dos estaba recibiendo más placer. Cuando puso la mano en la cinturilla de sus pantalones, Laura tuvo que contener un grito.

–Por favor... –murmuró, enterrando los dedos en su pelo.

–¿Por favor qué?

–Te deseo... –admitió ella, una admisión que le habría parecido inconcebible sólo horas antes.

–¿Cuánto? –preguntó Pablo.

¿Desde cuándo le hacía esa pregunta a su esposa? Laura abrió los ojos, dejando escapar una risita nerviosa.

–Sé que esto es una locura, pero te deseo tanto... –murmuró, pasando una mano por su torso, maravillándose al sentirse como una seductora–. Y no quiero seguir hablando.

–A veces hablar es sexy...

Y mientras la tocaba, alabando su cuerpo a medida que la desnudaba, Laura descubrió que era verdad. Era muy, muy sexy. Pero estaba deseando que le quitara los pantalones y ella misma lo ayudó, moviendo las piernas hasta que acabaron en el suelo, junto con el resto de la ropa. Segundos después le separó las piernas y la penetró cuidadosamente. Al ver un brillo de deseo en sus ojos, Pablo empezó a moverse rítmicamente y cuando Laura levantó las caderas la penetró hasta el fondo, incapaz de controlar su deseo de gratificación. Sentir que Pablo se derramaba en ella mientras experimentaba un orgasmo que la dejó agotada, fue la experiencia más liberadora de su vida. Después, increíblemente cansada e increíblemente saciada, apoyó la cabeza en el pecho de Pablo para escuchar los latidos de su corazón. Y pensó que aquélla era la definición de realidad, aquella sensación de frío después de la euforia.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora