Capítulo 9

601 38 7
                                    

—¿Qué has dicho? —Pablo se incorporó sobre ella con rapidez.

Laura quiso morderse la lengua. ¿Cómo podía habérsele escapado aquello? Había estado tan somnolienta y feliz que había pensado en voz alta.

—N-nada —tartamudeó, —no he dicho nada.

—Te he oído claramente.

—Entonces, ¿para qué preguntas?

—Has dicho que ya no eres virgen.

—¿En serio?

—Laura... —la voz de Pablo tenía un ominoso tono de advertencia. —¿Lo has dicho literalmente?

Ella intentó adoptar un tono de superioridad.

—No es asunto tuyo.

—Bobadas. —El saltó fuera de la cama, agarró sus pantalones y se los puso como si fuera obligatorio poner algún tipo de barrera entre ellos. Se giró para enfrentarse a ella. —Dime, ¿a qué estás jugando?

Laura no pudo evitar fijarse en que él no se había subido la cremallera de los pantalones y tuvo que obligarse a apartar la vista de la tentadora V de aquel duro y plano vientre.

—No quiero hablar de eso.

—¿No esperarás en serio que crea que eras virgen?

—Claro que no. Tengo veinticinco años.

Él se pasó la mano por el pelo y se paseó de un lado a otro del estrecho espacio que había a los pies de la cama. Parecía como si no la hubiera oído.

—He notado que eras muy estrecha. He creído que era porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuviste con alguien, pero nunca hubiera imaginado....¿Cómo diablos has llegado a los veinticinco años sin echar un polvo?

Ella se incorporó bruscamente.

—No es necesario usar esa clase de lenguaje. ¡Quiero que te disculpes ahora mismo!

Él la miró como si se hubiera vuelto loca. Ella le sostuvo la mirada. Si Pablo pensaba que se iba a acobardar, podía esperar sentado. Durante los años que había vivido con su madre había oído suficientes palabras obscenas para toda una vida y no pensaba dejar pasar aquél tema por alto.

—Estoy esperando.

—Responde a la pregunta.

—Después de que te disculpes.

—¡Lo siento! —gritó él, perdiendo su rígido control. —O me dices la verdad ahora mismo o voy a estrangularte con las medias y a arrojar tu cuerpo en una zanja al lado de la carretera después de pisotearlo.

Como disculpa no valía mucho, pero Laura no esperaba conseguir nada mejor.

—No soy virgen —repuso con suavidad.

Por un momento, Pablo pareció aliviado, luego la miró con suspicacia.

—No eres virgen ahora, pero ¿lo eras cuando entraste en la caravana?

—Puede que lo fuera —masculló ella.

—¿Puede que lo fueras?

—Vale, lo era.

—¡No te creo! Nadie con tu aspecto llega a los veinticinco años sin echar...-Ella le dirigió una mirada fulminante.—... sin hacerlo. ¡Por el amor de Dios! ¿Por qué?

Ella jugueteó con el borde de la sábana.

—Mientras crecía vi cómo mi madre se acostaba con un hombre tras otro.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora