Capítulo 15

490 29 5
                                    

—¿Puedes intentar mantener los ojos abiertos esta vez?

Laura notó que Pablo estaba perdiendo la paciencia con ella. Estaban detrás de las caravanas, en un campo de béisbol a las afueras de Maryland, un sitio muy parecido al que habían estado los días anteriores y llevaban así casi dos semanas. La joven tenía los nervios tan tensos que estaban a punto de estallar.

—Si abro los ojos daré un respingo —señaló Laura mientras su marido empuñaba el látigo— y me dijiste que me harías daño si daba respingos.

—Tienes el blanco tan alejado de tu cuerpo que podrías estar bailando El lago de los cisnes y ni siquiera te rozaría.

Había algo de verdad en lo que decía. El rollo de periódico que sostenía en la mano medía más de treinta centímetros y, además, ella tenía el brazo extendido. Pero cada vez que Pablo agitaba el látigo arrancando un trozo del extremo, ella daba un salto. No podía evitarlo.

—Puede que mañana consiga abrir los ojos.

—En tres días estarás en la pista central. Es mejor que los abras ya. Laura abrió los ojos de golpe al oír la voz sarcástica y acusadora de Savannah que estaba donde Pablo había dejado los látigos enroscados en el suelo. Tenía los brazos cruzados y el sol arrancaba destellos a su pelo.

—Ya deberías haberte acostumbrado.—Se agachó con rapidez y tomó uno de los rollos de papel de diez centímetros que había en el suelo. Ésos eran los blancos de verdad, los que se suponía que Laura debía sostener en la función, pero hasta ese momento Pablo no había podido convencerla para que practicaran con algo que midiera menos de treinta centímetros.

Savannah comenzó a hacer rodar uno de los pequeños rollos entre los dedos como si fuera un pitillo, luego se acercó a Laura y se detuvo a su lado.

—Quítate de en medio.

Laura retrocedió. Savannah miró a Pablo con un destello desafiante en los ojos.

—Aprende cómo se hace. Se puso de perfil, echó el pelo hacia atrás y se colocó el rollo entre los labios.

Por un momento Pablo no hizo nada, y Laura notó que había una vieja historia entre la dueña del Overworld y él, una historia de la cual Laura no sabía nada. Parecía como si Savannah desafiara a su marido, pero ¿para que hiciera qué? Pablo levantó el brazo tan repentinamente que ella apenas vio el movimiento de su muñeca. «¡Zas!» El látigo restalló a pocos centímetros de la cara de la mujer y el extremo del rollo desapareció. Savannah no se movió. Se mantuvo tan serena como si estuviera asistiendo a un cóctel mientras Pablo agitaba el látigo una y otra vez, rompiendo un trocito de rollo cada vez. Poco a poco, lo fue acortando hasta que sólo quedó el cabo entre los labios de la mujer. En ese momento lo agarró y se lo tendió a Laura.

—Ahora veamos cómo lo haces tú.

Laura reconocía un reto cuando lo veía, pero esa gente se había criado tentando al peligro. Ella no tenía que demostrar su valor, sentía que ya lo había hecho cuando se había enfrentado a Pablo.

—Quizás en otro momento.

Pablo suspiró y bajó el látigo.

—Savannah, esto no funciona. Continuaré haciendo el número yo solo.

—¿Te tiene dominado, Pablo? Cinco generaciones de tu familia lo han hecho y le has dado tu apellido a alguien que no tiene valor para entrar en la pista central contigo.

Los ojos verdes de Savannah se oscurecieron con desprecio cuando miró a Laura.

—No te estamos pidiendo que cantes o toques algún instrumento. Lo único que tienes que hacer es estar allí de pie. Pero ni siquiera eres capaz de hacerlo, ¿verdad?

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora