Capítulo 45

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Pablo se apartó, como si no pudiera soportar su contacto.

—¿Qué mierda quieres decir?

—Si quieres al caballo, tendrás que suplicar por él.

—Vete al infierno.

—El gran Pablo Minor tendrá que ponerse de rodillas y rogar.

—Antes prefiero morir.

—¿No lo harás?

—Ni en un millón de años. —Pablo apoyó las manos en las caderas. —Puedes hacer lo que te dé la gana con ese puto caballo, pero no me pondré de rodillas delante de ti ni de nadie.

—Me sorprendes. Estaba segura de que lo harías por esa pequeña boba. Debería haber imaginado que no la amas de verdad. —Por un momento Savannah levantó la mirada a las sombras de la cubierta, luego volvió a mirarlo. —Lo sospechaba. Debería haberme fiado de mi instinto. ¿Cómo podrías amarla? Eres demasiado despiadado para amar a nadie.

—Tú no sabes lo que siento por Laura.

—Sé que no la amas lo suficiente como para ponerte de rodillas y suplicar por ella. —Lo miró con aire satisfecho. —Así que yo gano. Gano de todas maneras.

—Estás loca.

—Haces bien en negarte. Una vez me arrodillé por amor y no se lo recomiendo a nadie.

—Jesús, Savannah. No hagas esto.

—Tengo que hacerlo —la voz de la dueña del Overworld había perdido todo rastro de burla. —Nadie humilla a Savannah Parks sin pagarlo. Lo mires como lo mires, serás tú quien pierda hoy. ¿Estás seguro de que no quieres reconsiderarlo?

—Estoy seguro.

Laura supo en ese momento que había perdido a Misha. Pablo no era como otros hombres. Se sostenía a base de acero, valor y orgullo. Si se rebajase, el hombre que era se destruiría. Inclinó la cabeza e intentó darse la vuelta para marcharse, pero Alex le bloqueaba el paso.

—Sabes la ironía de todo esto, Laura lo haría —dijo Pablo con voz tensa y dura. —Ni siquiera se lo pensaría dos veces. —Soltó una carcajada que no contenía ni pizca de humor. —Se pondría de rodillas en menos de un segundo porque tiene un corazón tan grande que es capaz de responder por todos. No le importan ni el honor ni el orgullo ni nada por el estilo si el bienestar de las criaturas que ama está en peligro.

—¿Y qué? —se burló Savannah. —No veo aquí a Laura. Sólo te veo a ti. ¿Qué será, Pablo, tu orgullo o el caballo? ¿Vas a renunciar a todo por amor o te aferrarás a ese orgullo que tanto te importa?

Hubo un largo silencio. Cuando las lágrimas comenzaron a deslizarse por la cara de Laura, ésta supo que tenía que escapar. Pasó junto a Alex, pero se detuvo cuando oyó el fiero comentario de éste.

—Qué hijo de puta.

Se giró con rapidez y vio que Pablo seguía de pie frente a Savannah, en silencio, con la cabeza alta, pero sus rodillas comenzaban a doblarse. Esas poderosas rodillas Romanov. Esas orgullosas rodillas Minor. Poco a poco, su marido se dejó caer en el escenario, pero Laura supo que jamás había parecido más arrogante, ni más inquebrantable.

—Suplícamelo —susurró Savannah.

—¡No! —la palabra surgió de lo más profundo del pecho de Laura. ¡No dejaría que Savannah le hiciera eso, ni siquiera por Misha! ¿De qué serviría salvar a un magnífico caballo si con ello destruía a Pablo? Atravesó la puerta a toda velocidad y entró en la pista, mientras corría hacia Pablo.

Cuando llegó hasta su marido lo tomó del brazo y tiró de él para que se pusiera en pie.

—¡Levántate, Pablo! ¡No lo hagas! No se lo permitas.

Él no apartaba la mirada de Savannah Parks. Sus ojos parecían llamas ardientes.

—Tú me lo dijiste una vez, Laura. Nadie puede humillarme. Sólo yo puedo rebajarme.

Pablo levantó la cabeza, con la boca fruncida en un gesto de desprecio. Aunque estaba de rodillas, jamás había parecido tan regio. Era el zar en persona. El rey de la pista central.

—Te lo ruego, Savannah —dijo con firmeza. —No permitas que le ocurra nada a ese caballo.

Laura se aferró al brazo de Pablo y se dejó caer de rodillas a su lado. Alex soltó una exclamación. Y Savannah Parks curvó los labios en una media sonrisa. La expresión que tenía en la cara era una irritante combinación de admiración y satisfacción.

—Qué hijo de perra eres. Al final será verdad que la amas después de todo.

Miró a Laura, arrodillada al lado de Pablo.

—Por si aún no te has dado cuenta, Pablo te ama. Tu caballo estará de vuelta mañana por la mañana. Ya me lo agradecerás en otro momento. Ahora, ¿tengo que seguir haciendo yo el trabajo sucio o piensas que puedes encargarte tú sola de esto sin volver a joderlo todo?

Laura clavó la mirada en ella, tragó saliva, y asintió con la cabeza.

—Bien, porque ya estoy harta de que todos estén preocupados por ti.

Alex comenzó a maldecir por lo bajo. Pablo entrecerró los ojos. Y Savannah Parks, la orgullosa reina de la pista central, pasó majestuosamente junto a ellos con la cabeza en alto y su brillante pelo negro ondeando como un estandarte del Overworld. Alex la alcanzó antes de que bajara del escenario, pero antes de que él pudiera decir algo, ella se volvió y le clavó el dedo índice en el pecho con tanta fuerza como pudo.

—¡Y que nunca vuelva a oírte decir que no soy buena persona!

Lentamente, una picara sonrisa reemplazó la mirada atontada en la cara de Alex. Sin decir palabra, se inclinó y se la cargó al hombro.

Arrodillados todavía en el centro de la pista, Laura sacudió la cabeza con desconcierto y miró a Pablo.

—Savannah lo tenía planeado todo. Sabía que Alex y yo no podríamos resistirnos a escuchar a escondidas. De alguna manera sabía cómo me sentía y ha preparado toda esta charada para que vea que es verdad que me amas.

Los ojos que cayeron sobre ella eran tan duros y fríos, y además estaban furiosos.

—Ni una palabra. —Ella abrió la boca. —¡Ni una palabra!

El orgullo de Pablo había quedado maltrecho y no se lo estaba tomando demasiado bien. Laura supo que tenía que actuar con rapidez. Después de haber llegado hasta ahí, no iba a perderlo ahora. Le empujó en el pecho con todas sus fuerzas y, tomado por sorpresa, Pablo cayó al piso. Antes de que pudiera incorporarse, ella se sentó a horcajadas sobre él.

—No seas tonto, Pablo. Te entiendo. -Le metió los dedos entre los oscuros cabellos. —Te lo ruego. Hemos llegado demasiado lejos para que te hagas el tonto ahora; ya lo he hecho yo por los dos. Aunque en parte fue por tu culpa, quiero que lo sepas. Me has repetido tantas veces que no sabías amar que, cuando realmente lo hiciste, pensé que sólo te sentías culpable. Debería haberlo sabido. Debería...

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora