Capítulo 14

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En dos pasos la tomó entre sus brazos. Pablo bajó la cabeza con rapidez y le cubrió la boca con la suya, y Laura sintió que el mundo comenzaba a girar como un loco carrusel. Él se deshizo de la camisa de Laura fácilmente, bajándosela por los hombros; luego la agarró por las caderas y la alzó lo justo para rozarla contra las suyas. Laura lo sintió duro y exigente, y supo que el tiempo de jugar había terminado. La sangre rugió ardiente y necesitada en las venas de Laura. Separó los labios para que la lengua de Pablo penetrara en su boca mientras él la tomaba en brazos y la llevaba a la cama donde la dejó caer sin ningún miramiento.
 
—Estoy sucia y sudada.

—Yo también, así que no hay problema. —Con un rápido movimiento Pablo se quitó la manchada camiseta por la cabeza. —Vas demasiado vestida para mi gusto.

Laura se deshizo de los zapatos y se desabrochó los jeans, pero al parecer no con la suficiente rapidez para él.

—¿Por qué tardas tanto? —En unos instantes Pablo le había arrancado la ropa para dejarla tan desnuda como él. Los ojos de Laura recorrieron el cuerpo de su marido, los músculos marcados, la piel morena y el vello del pecho donde resaltaba la cruz que siempre tenía en el cuello. Tenía que preguntarle por ella. Tenía que preguntarle muchas cosas. Cuando Pablo se dejó caer junto a ella, Laura inhaló el carnal olor a sudor, producto del trabajo duro, y se preguntó por qué no se sentía asqueada. Lo primitivo de aquel encuentro la excitaba de una manera que nunca hubiera creído posible. El desenfreno que sentía la hacía avergonzarse.

—T-tengo que ducharme.

—Después. —Pablo tomó un condón del cajón de la mesilla, lo abrió y se lo puso.

—Pero estoy muy sucia.

Él le separó las rodillas.

—Quiero que disfrutes, Laura.

Ella gimió y le mordió el hombro cuando se apretó contra ella. Su piel le supo a sal y a sudor; lo mismo que él saboreaba en sus pechos. Se le puso un nudo en la garganta.

—De verdad, Pablo, tengo que ducharme.

—Después.

—Oh, Dios mío, ¿qué me estás haciendo?
 
—¿Te gusta?

—¿Te gusta a ti?

—Sí. ¿Quieres más?

—Sí, oh, sí.

Olores y sabores. Caricias. Sudor y fuerza bajo las palmas de las manos de Laura mientras Pablo embestía una y otra vez. A ella se le pegó el pelo a las mejillas y una brizna de paja le hizo cosquillas en el cuello.
Pablo le pasó los dedos por la hendidura del trasero y la puso sobre su cuerpo, manchándole el costado con la grasa del brazo. Le aferró los muslos con las manos y la alzó sobre él.

—Móntame.

Ella lo hizo. Se arqueó y bajó con rapidez, moviéndose como le dictaba su instinto, e hizo una mueca de dolor al intentar albergarle en su cuerpo.

—Más despacio, cariño. No voy a ir a ningún sitio.

—No puedo. —Lo miró a través de una neblina de dolor y deseo y vio la cara de Pablo cubierta de sudor con los labios apretados y pálidos. La suciedad oscurecía esos rudos pómulos eslavos y tenía un poco de paja en el brillante pelo negro. El sudor se deslizaba entre los pechos de Laura. Volvió a descender sobre él y soltó un jadeo de dolor.

—Así no, cariño. Shhh... más despacio.

Pablo le deslizó las manos por la espalda y la atrajo hacia él, apretándole los pechos contra su torso, enseñándole a encontrar un nuevo ritmo. Laura lo abrazó con los muslos y la cadena le arañó la piel. Se movió sobre el cuerpo masculino. Lentamente al principio, contoneándose después adorando la sensación de tener el control, de dictar el compás y la profundidad. Ahora ya no había dolor, sólo placer.
 
Pablo le aferró las nalgas, pero dejó que siguiera a su ritmo. Laura sabía por la tensión de esos duros músculos que a él le costaba renunciar al control. Pablo le mordió en la clavícula, sin hacerle daño; como si quisiera utilizar otra parte de su cuerpo para sentirla.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora