Capítulo 35

482 30 4
                                    

Durante un segundo no pasó nada. Y luego todo cambió. Los tendones del cuello de Pablo se tensaron y los ojos se le oscurecieron mientras la miraba con algo que parecía terror. Después retorció la cara en una máscara de furia. Laura apartó las manos de su pecho. El instinto la impulsó a escapar, pero ya había hecho lo más difícil y estaba dispuesta a mantenerse firme.

-Pablo, no he buscado este bebé. Ni siquiera sé cómo ocurrió. Pero no voy a mentirte y a decir que lo siento.

—Confié en ti —dijo él sin apenas mover los labios.

—En ningún momento he traicionado tu confianza.

Pablo cerró los puños y tragó compulsivamente. Por un momento, Laura pensó que iba a golpearla.

—¿De cuánto estás?

—De unos dos meses y medio.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

—Más o menos un mes.

—¿Lo sabes desde hace un mes y no me has dicho nada?

—Me daba miedo decírtelo.

La alegre música de las Blush fue en aumento señalando el final del número. Pablo y ella eran los siguientes. Digger, que era el encargado de enviar a la siguiente banda a la pista en el punto álgido de la actuación, se acercó para hacerse cargo del espectáculo. Pablo agarró a Laura del brazo y la alejó de los demás.

—No vas a tener ningún bebé. ¿Entiendes lo que te digo?

—No, no lo entiendo.

—Mañana por la mañana, en cuanto nos levantemos, tú y yo nos iremos. Y cuando volvamos, no existirá ningún bebé.

Ella lo miró conmocionada. Se le revolvió el estómago y tuvo que llevarse el puño a la boca. El público guardó silencio como siempre que Jack Daily comenzaba la dramática introducción de Pablo el Cosaco.

—Yyyy... ahora, el Overworld Rock Festival se enorgullece en presentar...

—¿Quieres que aborte? —susurró Laura.

—¡No me mires como si fuera un monstruo! ¡No te atrevas a mirarme así! Te dije desde el principio lo que pensaba de ese tema. Te abrí mi corazón para que lo entendieras. Pero, como siempre, has decidido que sabes más que nadie. Aunque no tienes ni una pizca de cordura en tu maldito cuerpo, ¡decidiste que eres más lista que nadie!

—No me hables así.

—¡Confié en ti! —Pablo hizo una mueca cuando las primeras notas de la guitarra rompieron el silencio de la noche. Era la señal para entrar en la pista. —Creía que tomabas las inyecciones, pero me has engañado.

Ella negó con la cabeza y se tragó la bilis que le subía por la garganta.

—No voy a deshacerme del bebé.

—¡Por supuesto que sí! Harás lo que yo diga.

—Tú tampoco quieres. Sería algo horrible.

—No tan horrible como lo que tú has hecho.

—¡Pablo! —gritó una de las coristas.—Es tu turno.

Tomó el látigo de su hombro.

—Nunca te lo perdonaré, Laura. ¿Me oyes? Nunca. —Apartándose de ella, desapareció en dirección a la pista.
 
Laura se quedó paralizada, embargada por una desesperación tan profunda y amarga que no podía respirar. Oh, Santo Dios, ¡qué tonta había sido! Había pensado que él la amaba, pero Pablo había tenido razón todo el tiempo. No sabía amar. Le había dicho que no podía hacerlo y ella se negó a creerle. Ahora tendría que pagar por ello. Pablo iba incluso más lejos. Quería aplastar esa brizna de vida que se había vuelto tan preciosa para ella. Quería destruirla antes de que pudiera llegar al mundo.

—¡Espabila, Laura! Te toca. —Sarah la agarró y la empujó hacia el escenario.

El foco la iluminó. Desorientada, levantó el brazo, intentando protegerse los ojos.

—... y ninguno de nosotros sabe cuánto le ha costado a esta joven entrar al escenario con su marido.

Laura se movió automáticamente al compás de la música de la guitarra, mientras Jack contaba la historia. Apenas lo escuchó. No veía nada salvo a Pablo, el traidor, en el centro de la pista. Las luces arrancaban brillos carmesí del látigo que caía hasta sus brillantes botas negras, titilaban en el pelo oscuro de Pablo y en sus pálidos ojos verdes, que brillaban como los de un animal acorralado. Laura seguía bajo la luz del foco cuando Pablo comenzó a mover el látigo. Pero esa noche el baile del látigo no hablaba de seducción, sino de locura salvaje, de furia.

El público ovacionó con aprobación al principio, pero según transcurría el número, percibieron la tensión de Laura. La comunicación fluida que siempre había existido entre ellos había desaparecido. La joven ni siquiera se sobresaltó cuando Pablo cortó el rollo de papel en su boca, de hecho actuaba como una autómata. La embargaba una desesperación tan profunda que no sentía absolutamente nada. El ritmo del acto decaía en picado. Pablo destruyó uno de los rollos en dos cortes, otro en cuatro. Olvidó una variante en la que había añadido una serpentina al extremo del rollito, y cuando envolvió las muñecas de Laura con el látigo, los espectadores se removieron inquietos. En el aire se palpaba la tensión de la pareja y lo que antes había sido un acto de seducción ahora parecía una violenta parodia. En lugar de un marido intentando ganarse el amor de su esposa, el público veía a un hombre peligroso amenazando a una pequeña mujer frágil e indefensa.

Pablo notó lo que ocurría y se dejó llevar por su amor propio. Se dio cuenta de que no podía permitirse el lujo de rodearla con el látigo sin que el público se pusiera en su contra, pero por otro lado necesitaba un gesto final que diera por concluida la actuación. Deslizó la mirada por el cuerpo de Laura y sus ojos cayeron sobre la flor de papel que emergía entre sus pechos, y se dio cuenta de que la había olvidado antes. Con un gesto de cabeza le indicó a Laura lo que iba a hacer. La joven lo observó sin moverse; lo único que quería era acabar de una vez para poder marcharse y ocultarse del mundo.
 
La música de rock creció en intensidad mientras ella clavaba los ojos en su marido. Si no hubiera estado tan petrificada, se habría dado cuenta del sufrimiento de Pablo, de que lo embargaba una pena tan profunda como la suya. Él movió los brazos y dio un latigazo con un rápido movimiento de muñeca. La punta del látigo voló hacia ella como docenas de veces antes, pero esta vez Laura lo vio todo a cámara lenta. Con una extraña sensación de desapego, ella esperó que volaran los pétalos de la flor, pero en su lugar sintió un dolor abrasador. Se quedó sin aliento. Una punzada ardiente atravesó su cuerpo cuando el látigo impactó en ella desde el hombro hasta el muslo. La pista comenzó a girar y ella a caer.

Pasaron unos segundos y luego volvió a sonar la música, una enérgica y alegre melodía que parecía un extraño contrapunto a aquél dolor tan intenso que le impedía respirar. Sintió que la alzaban unos brazos fuertes y que la siguiente banda entraba a la pista a toda velocidad.
 
Laura seguía consciente aunque no quería. A sus oídos llegó una oración. La música, el murmullo del público, todo resonaba débilmente detrás del muro de dolor que la envolvía.

—¡Apartense! ¡Atrás todos!

La voz de Pablo. Era Pablo quien la llevaba en brazos. Pablo, el enemigo. El traidor. Laura sintió el duro y cortante frío del exterior cuando la tendió al lado de la carpa. Su marido se inclinó sobre ella, utilizando su cuerpo para ocultarla de los demás.

—Cariño, lo siento. Oh, Dios mío, cuánto lo siento.

Laura utilizó las fuerzas que le quedaban para apartar la mirada de él y clavarla en la polvorienta lona de nailon. Jadeó de dolor cuando Pablo rozó con una mano los pedazos desgarrados del vestido. Laura tenía los labios tan secos y pegados que no podía abrirlos.

—No me toques...

—Déjame ayudarte. —La respiración de Pablo era rápida y entrecortada. —Te llevaré a la caravana.

Laura gimió cuando la alzó en brazos, odiando que la moviera y la hiciera sentir más dolor.

—Nunca te perdonaré por esto—susurró.

—Ya, ya lo sé.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora