Capítulo 23

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Horas más tarde regresaron a la caravana.

-¿Es cierto lo que me dijiste ésta tarde?-preguntó Laura.

-¿A que te refieres?

—¿Te desvivirías realmente por mí? —A pesar de todas aquellas buenas intenciones, Pablo asintió como un tonto. —Entonces siéntate y déjame hacerte el amor.

Pablo se tensó, duro y palpitante; deseaba tanto a Laura que no podía contenerse. En el último instante, antes de que el deseo de poseerla lo dominase, la boca de Laura se curvó en una sonrisa tan dulce y suave que él sintió como si le patearan el estómago. Ella no se reservaba nada. Nada en absoluto. Si se ofrecía a él en cuerpo y alma. ¿Cómo podía alguien ser tan autodestructivo? Pablo se puso a la defensiva. Si ella no era capaz de protegerse a sí misma, él haría el trabajo sucio.

—El sexo es algo más que dos cuerpos —le dijo con dureza. —Eso fue lo que me dijiste. Que tenía que ser sagrado, pero no hay nada sagrado entre nosotros. Entre nosotros no hay amor, Laura. Es sólo sexo. No olvides.

Para absoluta sorpresa de Pablo, ella le brindó una tierna sonrisa, teñida por un poco de piedad.

—Eres tonto. Por supuesto que hay amor. ¿Acaso no lo sabes? Yo te amo.

Él sintió como si le hubieran golpeado a traición. Ella tuvo el descaro de reírse.

—Te amo, Pablo, y no hay necesidad de hacer una montaña de un grano de arena. Sé que te dije que no lo haría, pero no he podido evitarlo. He estado negando la verdad, pero hoy ese beso me hizo comprender lo que siento.

A pesar de todas las advertencias y amenazas, de todos sus sermones, Laura había decidido que estaba enamorada de él. Pero era él quien tenía la culpa. Debería haber mantenido más distancia entre ellos. ¿Por qué había paseado por la playa con ella? ¿Por qué le había abierto su corazón? Y lo más reprobable de todo, ¿por qué no la había mantenido alejada de su cama? Ahora tenía que demostrarle que lo que ella pensaba que era amor no era más que una visión romántica de la vida. Y no iba a ser fácil. Antes de que pudiera señalarle su error, ella lo besó. Pablo dejó de pensar. La deseaba. Tenía que poseerla. Laura le recorrió los labios con la punta de la lengua, luego profundizó el beso con suavidad. Él le tomó la cabeza entre las manos y hundió los dedos en su suave pelo. La
joven se acomodó entre sus brazos, ofreciéndose a él por completo. Laura gimió con dulzura. Vulnerable. Excitada. El sonido atravesó la embotada conciencia de Pablo y lo trajo de vuelta a la realidad. Tenía que recordarle a Laura cómo eran las cosas entre ellos. Por su bien tenía que ser cruel. Mejor que ella sufriera un pequeño dolor en ese momento que uno devastador más adelante. Se apartó bruscamente de ella. La hizo tumbarse en la cama con una mano y se ahuecó la protuberancia de los pantalones con la otra.

—Lo mires como lo mires, un buen polvo es mejor que el amor.

Pablo dio un respingo para sus adentros ante la expresión de sorpresa que cruzó por la cara de Laura antes de que se ruborizara. Conocía a su esposa y se preparó para lo que vendría a continuación: iba a levantarse de la cama de un salto y a hacer que le saliera humo por los oídos con un sermón sobre la vulgaridad.
Pero no lo hizo. El rubor de la cara de Laura se desvaneció y fue sustituido por la misma expresión de pesar que había adoptado antes.

—Sabía que te pondrías difícil con esto. Eres tan previsible.

«¿Previsible? ¿Así lo veía? ¡Maldita fuera!, estaba tratando de salvarla y ella se lo pagaba burlándose de él. Pues bien, se lo demostraría con hechos. Se obligó a esbozar una sonrisa cruel.

—Quítate la ropa. Me siento un poco violento y no quiero desgarrártela.

—¿Violento?

—Eso es lo que he dicho, nena. Ahora desnúdate.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora