3.- ¿Cuál es su nombre?

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Estábamos tomando el sol en uno de los patios que tenía la escuela, acostados en el pasto con lentes de sol para cubrir nuestros ojos. Lindsey había llevado unos shorts de mezclilla con un top de color pistacho y yo, sinceramente no quería cambiar mucho el color de mi piel, entonces decidí levantarme rápido mientras le decía que si se quedaba más tiempo le daría algún tipo de cáncer.

—Idiota.

—Yo sólo quiero cuidarte Lynz.

—Sí, claro.

Soltó una risa cuando estiró su mano para tocar mis lentes, pero fui más rápido moviéndome y sacándole la lengua. Busqué en mi mochila un Bucket hat para ponérmelo, mi amiga aún no quería irse por lo que tuve que sentarme a su lado nuevamente con cierta molestia en el rostro. Todo el día nos la habíamos pasado tonteando por los alrededores de la escuela sin entrar a clases, no sé cómo la había convencido de no entrar a la mayoría pero estaba seguro que en cuanto Pete o Ryan nos encontraran nos iban a dar un buen sermón. El cual sinceramente no me importaba.

De pronto un chico de cabellera rubia y ojos azules apareció en mi campo de vista caminando hacia nosotros. Rodé los ojos cuando mi plan de alejarlo con la mente no funcionó pues cada vez se iba acercando más y más, sólo cuando lo tuve a unos centímetros de mí sonreí inocente, cambiando mis gestos por completo. 

—Hola Bert.

—Quiero hablar contigo, Gerard. 

Su postura era insegura, ya estábamos empezando mal.

—Adelante.

La mirada de Robert se dirigió incómodamente hacia Lynz y ella se encogió de hombros. Se acomodó nuevamente sus lentes y restándole importancia pasó sus brazos detrás de su cabeza. Sí, ella no iría a ningún lado, y aunque quisiera yo no la dejaría.

—¿No puede ser a solas?

—No bebé, lo siento.

Una pizca de desilusión cruzó por sus ojos, después asintió decidido.

—Está bien. Quería hablarte sobre lo nuestro, pedirte...

—Espera espera, ¿lo nuestro? ¿de qué diablos estás hablando? —lo interrumpí.

Todo comenzaba a tornarse extraño y entendí a dónde se dirigía esto.

—Gerard, nosotros... —se detuvo y miró a ambos lados, luego se acercó a mí para asegurarse de que nadie más que yo lo escuchara. —Tuvimos relaciones.

—¿Y?

—No creo que sea correcto estar así, por lo menos debería invitarte a salir o a comer algo. No me siento muy bien. 

—No no cariño, esto fue cosa de una sola noche. No tienes porqué preocuparte, descuida.

—¿Qué quieres decir?

¿Qué cosa no entendía? No quería gritar, malgastar mi voz en algo que sólo era para desperdiciar tiempo y ponerme de malas.

—Que ya te puedes ir Bert, no necesitamos seguir con este jueguito. Sólo fue un acostón, un polvo. Ya deja de molestarme.

—¿Molestarte? ¿Me desecharás así tal cual, como si fuese un juguete viejo?

—No quería hacerlo más difícil bebé, pero bueno, si es lo que quieres escuchar. La respuesta es sí a ambas preguntas.

Volví a colocar los lentes en su lugar y moví la cabeza para mirar hacia otro lado. Bert tenía lo suyo, sabía moverse y besaba con mucha pasión, pero su actitud inmadura comenzaba a cansarme. No quería estar con él, ni siquiera me había molestado en conocerlo porque mis encantos fueron los suficientes para arrastrarlo a la cama de un motel.

—Dios, eres una gran perra —comentó mi amiga cuando Bert se había ido.

—Lo pensé dos veces, he de admitir. Ya no tengo más opciones, sólo me quedan los perritos falderos que ponen el mundo a tus pies por un beso o una mamada. Llegó un punto donde ya quedé fastidiado de todos los hombres de esta escuela, de los que no son heteros, por supuesto. 

—¿Y si mejor dejas la putería por un rato? Digo, no te haría mal. Puedes terminar contrayendo algo.

—Que aburrida eres —dije dándole un golpe en la pierna y ella negó. A veces era tan pesada, ¿es que no entendía que la juventud era para divertirse?

¡No hacía nada malo! Sólo buscaba mi beneficio.

Y no perjudicaba a nadie, ¿o acaso el sexo era malo?

Porque todos con los que había estado se quedaban con ganas de más. Y claro que me cuidaba.

Volví a pasar la mirada por mi alrededor, si no fuera por ese enorme aburrimiento que tenía jamás hubiese visto, ni de lejos, a ese chico que estaba sentado en el césped leyendo quién sabe qué libro.

Pero ahí estaba, observándolo y analizando mis opciones. Como si se tratase de una compra, una nueva adquisición. 

Mordí mi labio inferior pensando en que tal vez tendría potencial. Tenía el cabello un tanto largo, demasiado peinado para mi gusto porque lo hacía ver como un bobo, pero era de un color castaño. Tenía el cuerpo delgado y a mi parecer atlético, aunque no sabía con certeza por la enorme ropa que traía encima. Su piel era blanca (no tanto como la mía) y tenía rasgos faciales poco duros, además de esos lentes... ¡Por Dios! 

Hace años que se habían inventado los lentes de contacto.

Negué y fijé deliberadamente mi vista en su bulto del pantalón gracias a la posición que se encontraba, ya que tenía las piernas abiertas. Vaya que el chico cargaba con lo suyo. Un cambio de ropa, un corte de cabello, un buen baño, adiós gafas y una nueva actitud sería lo suficiente como para convertirlo en un semidiós. Habría que trabajar con lo demás.

—Oye, Lindsey.

—Qué.

—¿Conoces a ese chico, el que acaba de saludar al del afro?

Mi amiga comenzó a buscar y cuando dio con el objetivo el chico ya se encontraba solo de nuevo. Lindsey también conocía a la mayoría de las personas que estudiaban aquí pero, a diferencia de mí, a ella sí le gustaba hacer amistades y llevarse bien con todos pese a sus aires de grandeza que le daban en ocasiones. 

Achicó los ojos y asintió.

—Sí, si lo conozco. No hemos hablado mucho porque es algo reservado, pero es buena persona.

—¿Cuál es su nombre?

—Oh no, a él no lo puedes corromper Gerard. No te a hecho nada malo.

—Sólo quiero saber cómo se llama.

Hice un puchero y ella poniendo los ojos en blanco me quitó los lentes de sol en un movimiento. Pude ver mejor que su rostro de concentración era un poco extraño. 

—Frank Iero.

Sonreí y me llevé una mano a la barbilla. Asentí y la acaricié pensativo, ¡Pero claro, era el nerd! El chico de la biblioteca. 

—Frankie...

Frankie  |Frerard|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora