Capítulo 3: Pero... Pendejo.

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Estuve pensando en hacerle esto toda la noche y no sé por qué me estoy retractando en el último momento.

No se siente correcto, tal vez lo mejor sea fingir nunca haber visto esa carta, y depositarla en medio de su libro y entregárselo.

Pero...

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Sólo pretendo pedirle mi libro y luego irme pero...

¡Mierda!

No es cierto, no puede ser cierto, no quiero que sea cierto...

Teniendo tantos libros conmigo ¿cómo fui a guardar esa maldita carta en el libro de ciencias? ¿Cómo?

El pánico estalla en mi interior... Solo quiero irme y esconderme de su vista, esconderme de él. No encuentro el camino y balbuceo un poco antes de regresarme a mi lugar en las últimas butacas del aula.

A mis espaldas escucho una risotada que me enoja demasiado y sólo pienso en lo bien que se sintiera estrellar le mi palpa contra su hermosísima cara y gritarle, ofenderlo...

Pero es mi profesor y si no fuera por el enorme escándalo que provocaría, lo haría.

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No puedo evitar reír casi a carcajadas.

Cuando la sentí cerca de mí le mostré la carta.

La abrí en frente de sus ojos y se la mostré. Creo, no le queda duda que la leí. Sabe que lo hice.

Una carcajada, se me escapa cuando la veo regresar corriendo a su lugar. Me tapo la boca con mi mano para que nadie vea la tonta risa que tengo en los labios.

Está en su lugar, irradia furia, me mira con ¿odio? Agradezco que sus ojos no tengan balas en este momento.

Yo estoy haciendo mi mayor esfuerzo por no reír aún más en su cara. Sin embargo mi auto control falla, cuando vuelvo a mostrársela.

Miro sus labios abrirse con alguna palabra que no logro reconocer, y sé que es una maldición por su rostro tan enfurecido.

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— ¡Pendejo!

Tengo tantas ganas de gritárselo en la cara. Tengo tantas ganas de llorar de la vergüenza. Estoy segura que leyó la carta, que me dará una gran letanía.

¡Qué horror!

— ¿Te lo entrego?

¿El qué me entrego?

Por un momento no logro reconocer la naturaleza de las palabras de Alba; no es hasta que mis ojos se fijan en mis manos y veo su libro que entiendo que es lo que pregunta.

—Es un pendejo.

Le digo sin pensar, mi amiga abre los ojos sorprendida, niega con la cabeza riendo para continuar escribiendo y también me dan ganas de golpearla.

Vuelvo a verlo y comienza a revisar mi libro.

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No le he despegado la vista desde que volvió a su lugar. Creo acaba de contarle a su amiga lo que acaba de acaba de pasar...

No entiendo cuál es la manía por contarle todo a los demás... En fin.

Me mira de nuevo y no pierdo oportunidad.

Simulo estar leyendo el libro.

Por un breve minuto mantengo la cara hundida en el libro; la levantó solo para verla y está diciendo algo que sigo sin entender; lo hace tantas veces seguidas, que esa palabra comienza a tomar forma en mi cabeza.

¿Lo intentamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora