Capítulo 14: Puede que si.

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—Te hice una pregunta y exijo que la respondas —escupe Anne, medio miedosa medio aturdida y confundida en igual medida.

—Vengo a buscar a Savannah —le responde Harry con la voz tan fragmentada que parece estar a punto de echarse a llorar.

— ¿Cómo conoces a mi hija? —Confusión, preocupación e inseguridad, todo se arremolinan brutalmente en el interior de Anne.

— ¿Savannah Holmes, es tu hija? ¿Ella es la niña de la que siempre me hablaste?

—Sí, Harry. Por favor... Dime ¿cómo me encontraste?

—No te estaba buscando a ti... —suelta con lágrimas en los ojos, en medio de un grito desgarrador que retumba en el umbral de la puerta a medio cerrar detrás de ellos—. No te busque desde que me dejaste.

—Eras un niño para mí. Sigues siendo un niño. Vete, es lo mejor.

—No soy más ese mocoso ilusionado que encontraste hace años... He cambiado tanto que ni me reconocerías.

—Para bien, espero.

—Déjame entrar.

—Ya estas adentro. Solo cierra la puerta y pasa a la sala —Harry como el muchacho más obediente así lo hizo.

—No me vas a decir que me tengo que ir porque está tu marido.

—Esta... Pero en el cementerio.

Los ojos de Harry se salieron de sus órbitas, la respiración se atascó en su garganta y no fue capaz de formular nada más coherente que unos débiles balbuceos.

—Murió dos semanas después que te dejé.

—Any... Nunca me enteré.

—No tenías por qué enterarte... Y no me digas Any.

—Amor, no te mortifiques. Tampoco te culpes.

—Él era un buen hombre. No se merecía esa bajeza que tú y yo le hicimos —miles de lágrimas se arremolinan en sus ojos imponiéndose en sus mejías, exigiendo salirse y desparramarse en su rostro—. Lamento haberte arrastrado conmigo —todas las lágrimas comenzaron a salir una tras otra, tan rápido que la pobre mujer ni siquiera tenía tiempo de dejar su rostro libre de su cálida humedad—. Tú eras un chiquillo al que yo no tenía que arruinar. Perdón por dejarte. Lamento haberte lastimado.

—Me metí contigo porque yo así lo quería, no porque tú me manipularas.

—Pero yo era la adulta —mientras Anne hablaba, Harry se acercaba a ella con lentitud, como dándole tiempo de que se alejara o retrocediera—. Era yo la que tenía que ponerte un alto –para cuando terminó de hablar su mano ejercía cierta presión en el pecho de Harry, con una súplica muda de que ya no se acercara más—. No fue tu culpa. Nunca fue tu culpa.

Lágrima tras lágrima sin detenerse. La culpa de poco más de un año pesaba sobre sus hombros, esa misma culpa que había decidido ahogar en alcohol.

Esa maldita culpa que la había llevado aún agujero llamado depresión la estaba volviendo a consumir.

Hace dos años aproximadamente, Anne había conocido a Harry. El tipo trabajaba en una gasolinera siendo un joven adolescente, por ser menor de edad no le pagaban a él directamente, era una verdadera fortuna que su tío trabajara ahí también y que le pagaran por medio de él.

Luego de un día decepcionante de arduo trabajo Anne regresaba a su casa en su noche cuando la llanta se pinchó de pronto. Tras caminar quien sabe cuánto tiempo llegó a una gasolinera donde un joven de rostro atractivo y unos tenues músculos que saltaban a la vista se ofreció a ayudarla.

¿Lo intentamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora