Capítulo 36: Juntos.

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¿Por qué la vida siempre tiene que ser tan inoportuna? Estaba por averiguar más de la reciente confesión de Antonio en el instante que un hombre apareció con una linterna alumbrando el interior del carro. La luz me cegó y me dejo en el limbo unos segundo. Lo siguiente de lo que me percate fue de Watson saliendo del automóvil.

Todavía aturdida lo imite. Me baje sin saber a dónde ir, perdí de vista a Antonio y algo muy parecido al miedo se coló en mi sistema. Viendo a diestra y siniestra me lo encontré de pie al lado de la puerta del piloto; corrí a su lado, aferrándome a su mano.

Con exactitud no sé cuánto tiempo tengo aquí parada a su lado, afianzada a su mano como si fuera a perderme si me llegase a soltar un sólo segundo pero en el instante en que la conversación—a la que no le preste ni un mínimo de atención—de ambos termina me siento más allá de lo agradecida.

—Vamos —dice guiando nuestro camino a la acera. Nuestras manos siguen entrelazadas—. Espero que no te enfermes con este frío —ruega más para él que para mí.

—Descuida —me encojo de hombros restándole importancia—. ¿Crees que se tarde demasiado? —Pregunto lo que de verdad me importa.

— ¿Tienes prisa? —El doble sentido en sus palabras me roba una sonrisa. Ante mi reacción me guiña un ojo.

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Tendremos que esperarlo como mínimo treinta minutos pues el hombre, del que ya olvide el nombre, tendrá que cambiar una de las llantas traseras, a una de las de adelante hay que meterle más aire y además darle corriente a la batería. Después tendré que llevar el carro al taller porque si sigo usando esa batería puedo morir incendiado dentro del automóvil.

Pese a que intento lucir relajado, no lo estoy. Estamos de pie sobre la acera, ambos, a unos metros de mi auto esperando a que el hombre termine de hacer todo lo que tenga qué hacer.

Me siento tenso por más de una razón. Estoy prácticamente varado pasada la noche en una autopista, para rematar una adolescente me acompaña. Lo que más me preocupa es que le pueda pasar algo a ella.

De solamente pensarlo me asusta y los pelos se me ponen de puntas. De estar solo me sentiría más tranquilo o siquiera relajado pero de tenerla a ella a mi lado todos mis sentidos están alerta.

Me harta que Savannah sea tan distraída. El idiota que me vino a revisar el automóvil no dejo de devorársela con los ojos mientras hablaba conmigo y ella ni cuenta se ha dado por estar viendo a todos lados. Ahora que ya está trabajando no deja de obsérvarla de vez en vez.

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— ¿Por qué estas preocupado? —Aprieta mi mano entre la suya, con cada segundo se vuelve más férreo su agarre al punto de comenzar a doler.

Algo no va bien en él, está tenso y su ceño fruncido en dirección al sujeto que le cambia la refracción al carro. De no estar aquí conmigo, moliendo cada hueso, estoy segura que estaría con ese hombre partiéndole cara.

¡Gracias Dios, porque las miradas no matan!

— ¿Qué? —Espeta, evidentemente, confundido.

—Estas poniendo en peligro la integridad de mis huesos —aseguro alzando mi mano para que pueda verla siendo estrujada contra la suya.

De inmediato la suelta y cruza sus brazos sobre su pecho, la ausencia de su calor sobre la zona me hiela hasta la médula. Entrelazo mis dedos frente mío viendo a la nada en realidad, cuando me percato que me están viendo.

El tipo finge estar arreglando algo entre sus dedos pero en realidad no deja de verme como un pedazo de carne en oferta. De pronto el torso de Antonio se interpone entre el contacto visual impuesto por el mecánico.

¿Lo intentamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora