Capítulo 35: Una noche.

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Antes de que Margot se percatara de mi ausencia y decidiera buscarme a diestra y siniestra, tome a Sherlock de la mano y ambos nos largamos del club.

Me sorprendió en sobremanera su falta de oposición ante mi insistencia de sacarla, casi, corriendo. No era por estar huyendo de Margot ni tener urgencia de irme —aunque siéndome sincero no quería que me viera yéndome, menos de la mano de Savannah, no por quién es ella sino por lo que es, mi alumna—, sino más bien porque se me hizo divertido irnos corriendo como un par de locos.

Algunos nos empujaron cuando por error nos los pasamos llevando. Otros murmuraron maldiciones en nuestra contra. A todos los ignoramos descaradamente. Muertos en risas terminamos en el estacionamiento del club, más en específico en mi coche, yo en el lado del piloto y ella en el del copiloto, ambos riéndonos a carcajadas y nuestro corazón despotricado.

Estaba carcajeándome sin sentido alguno en el instante en el que sentí sus labios en mi mejilla, me había besado.

¿Era real? ¿Me había dado un beso en la mejilla?

No había tomado ni una gota de alcohol, así que no, no me lo pude haber imaginado por muchas ganas de sentirlo que hubiese tenido. Había sido real, me había dado un casto e inocente beso en la mejilla.

Un extraño calor se apodero de mi corazón, algo salvaje se detono con violencia arrasando con toda la cordura que pudiese albergar en mi interior. Ese no había sido un beso, no uno decente, no para mí. Sin pensármelo dos veces me le abalance sobre y desesperado busque sus labios sin ningún miramiento. Dejando en el crudo olvido el sentido de la moral, la acerque más a mí.

No se me negó en ningún momento y todo lo que ella me pido se lo entregue a manos llenas. Nos besamos, lo mismo a una vida. Sus manos viajaron por la extensión de mi cuerpo, mi fornido abdomen la recibió gustoso; concentrado en el sabor de su boca, la textura de sus labios, la suavidad de su piel entre mis dedos, no fui consciente del segundo en el que una de sus manos se aferró a mi hombría y apretó, masajeando la zona.

Un gemido involuntario se me escapo del tremendo placer que estremeció mi cuerpo entero. Siempre suelo ser yo quien da los pasos más crudos y pudorosos, ni siquiera recuerdo la última vez en que una mujer fue la primera en hacerme sentir tan deseado como Savannah logro hacerlo con un simple gesto. Porque sí, un hombre también tiene derecho a sentirse deseado por su pareja y aunque por desgracia es un tabú el que la mujer dé el primer paso, no, no está mal ni mucho menos es un crimen.

Incentivado por su atrevimiento, escabullí mi mano entre su holgada blusa y valla agradable sorpresa la que me lleve; no tenía idea de que sus pechos fueran tan grandes como los llegue a sentir cuando sostuve por debajo de su camisa e incluso su brassiel, uno de esas hermosuras en mi palma.

De hecho, fue ella también la que pidió irnos a mi casa, aunque ella lo llamó departamento.

Directa, clara y concisa.

Obvio que me la quería llevar del jodido club a su casa, pero ya que sugirió pasar una noche en mi cama, no le pude—quise—decir que no. A duras penas me separe de ella para poner los ojos al frente y hacerme ruta a mi casa.

Una noche de pasión, en la que nos devoráramos hasta el cansancio y ambos nos viéramos saciados fue todo lo que cruzo por mi cabeza en el camino, era lo único en lo que fui capaz de pensar hasta que a mi coche se le poncho una llanta y nos quedamos varados a la mitad de la autopista urbana.

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Llevamos exactamente cuarenta minutos esperando a la maldita grúa porque al pendejo de Watson no trae una mísera refacción en el baúl del carro. Al principio me pareció divertido y no podía dejar de burlarme, el desagrado que mi mofa le provocaba no hacía más que enfurecerlo otro poco. Siendo la irreverente que toda la vida he sido, ni aun así deje de reírme en su cara.

¿Lo intentamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora