Capítulo 37: Resaca.

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No sé qué horas son cuando terminamos de pasar hasta las últimas de las notas de mi libreta con apuntes improvisados al sistema de calificaciones.

Tampoco sé qué horas son cuando me sorprendo dormido sobre el escritorio. Lo primero que veo es a una Savannah completamente dormida con la boca abierta derramando baba a más no poder sobre mi libreta.

El asco se eclipsa con la diversión al verla. Esta tendida en el escritorio, por algún milagro desconocido aún no se ha caído de la silla.

Al erguirme sobre mi eje me veo obligado a hacerlo lentamente, ya que mis vértebras crujen con el sonido del dolor en el proceso. Me siento aletargado, todo el cuarto esta sumido en sombras y estoy convencido que aún es de noche ya que ni siquiera he oído la alarma, por lo que cedo ante las exigencias de mi cuerpo, dormir.

Me prometo mentalmente levantarme en cuanto escuche el despertador, después de todo aún tengo que ir a trabajar.

Tomo en brazos a Savannah para acostarla en la cama y que no amanezca con tortícolis o algo peor.

—Watson, quiero dormir —reniega en un susurro somnoliento.

No le respondo, solo la depósito con cuidado en la cama. Como pecesito en el agua se remueve hasta que se acomoda sola y se envuelve con toda mi cobija dejándome apenas un pequeño pedazo.

En mi aletargo me dejo ir en la cama, busco el reloj en la cómoda pero no veo nada más que números grises. Mis párpados pesan, los ojos se me cierran sin que pueda evitarlo, en cuanto la cabeza conecta con la almohada todo comienza a desvanecerse de nuevo.

Termino por convencerme que es temprano y que aún puedo dormir.

Necesito dormir.

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El frío se cuela hasta mis adentros. Palpo a mi alrededor en busca de la preciada cobija pero no la encuentro.

Demonios tengo frío.

Con la sensación calando en mis huesos me veo en la obligación de abrir mis ojos para localizar la jodida cobija y poder cubrirme.

El desgraciado de Antonio esta de espaldas a mí cubierto de pies a hombros dejándome completamente desprotegida ante el imperante frío. Ambos estamos en la cama, tengo vagos recuerdos de cómo llegué; pero no estoy segura en que momento perdí los pantalones.

De no ser por las bragas, mi torso inferior estaría completamente desnudo. Recuerdo que me quedaba grande cuando me cambié y de seguro el nudo que Antonio hizo para mantenerlo sujeto a mi cintura se ha de haber desechó y se me cayó mientras dormía. He ahí la justificación de mi frío.

Busco el pantalón chándal pero es un hecho que no esta en la cama cuando lo localizo a la orilla de está, en el suelo. Me doblo hasta alcanzarlo y sin levantarme del suave colchón vuelvo a ponermelo.

Estoy por volverme a acurrucar en mi sitio cuando lo escucho. El sonido viene muy cerca de mí, es Antonio. Esta roncando.

¡No puedo creerlo! Watson ronca.

¿Lo intentamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora