Capítulo 31: Mala idea...

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La estúpida actitud que Savannah mantiene vaya que me irrita. Desde que me pregunto si sabía acerca Alphonse y le dije que ni siquiera me importaba, me ha estado ignorando.

Sí, cabe la posibilidad de que haya sido bastante brusco con ella, sin embargo, no creo que sea esa justificación necesaria para su actitud hacia mi persona.

Si me quiere ignorar a mí, está bien. Pero si ignora a mi clase reprobara, sin lugar a duda.

-Señorita Holmes, ¿podría balancear esas ecuaciones -señalo lo inscrito en la pizarra con una mano y con la otra le tiendo en su dirección un plumón para que lo tome y haga lo que le pido- por el método de Redox? -Inquiero en un intento fallido de devolverla al aquí y al ahora-. ¡Señorita Holmes! -La llamo de nuevo para que su atención se enfoque en mí y deje de parecer tan desorbitada como lo hace; sin embargo sigue con los ojos perdidos en algún punto detrás de mí-. ¡Holmes! -Le grito sin ningún miramiento, sin que me importe que el aula este plagada de estas pestes llamadas alumnos y sin reparar en el hecho que se lo espetado de forma brutal.

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No caigo en la cuenta que me están llamando hasta que ese grito airado llega a mis oídos. Doy un brinco en mi asiento y mi corazón se me cae hasta los pies cuando lo veo ahí, frente a mi pupitre... Delante mío.

- ¿Qué? -Interrogo confundida, asustada, por cómo me hablo, por sobre todas las cosas.

Se lo pregunto sin ánimos de sonar malcriada. Por otro lado deduzco, por cómo me mira, que a él le ha retumbado en los oídos peor que una ofensa.

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Primero no me presta ni el más mínimo de su atención. Luego me ignora indiscriminadamente y ahora me ve como si yo estuviera a punto de perforarle el corazón con una estaca.

- ¡¿Qué?! -Le repito de la misma forma en la que ella me ha hablado.

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No me gusta a dónde va esto; si estoy distraída ha sido mi culpa, pero no fue mi intención faltarle el respeto ni que se molestara tanto cómo lo está haciendo. Todos nos miran atentos. Ginger, instalada a mi lado izquierdo, me observa inquieta queriendo hacer algo para defenderme y siendo incapaz de hacerlo.

- ¿Qué quieres? -Escupo, en la cara de Antonio, ya harta de su mala actitud.

- ¿En qué mundo andas Savannah? ¿Esa es la forma de dirigirse a un profesor? -Me quedo en blanco.

No me apetece pelear con él

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No habla.

No me insulta.

No parece ni siquiera estar respirando.

-No hay receso para ti hasta que termines todas las actividades de la página ciento cincuenta -la condeno.

Es hasta entonces que vuelvo sobre mis pasos hasta el frente del salón y me dispongo a resolver yo mismo la ecuación que le había asignado a Savannah.

Las dos horas clases se me pasan como un suspiro entre explicaciones y correcciones. Para cuando el timbre sonó todos salieron peor que unas almas que llevaba el demonio al tan ansiado receso. Todos y cada uno salieron a excepción de Savannah y esa rubia, de la que no recuerdo el nombre.

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-Vete, no quiero que te regañe ese estúpido.

-Calla, puede oírte -me ordena viendo de reojo a Antonio, asegurándose en su ingenuidad que ni siquiera nos vea.

¿Lo intentamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora