Capítulo 01. Las Secuelas y Selene.

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Cuando vivía en la granja, una vez se metió un zorro en el corral de las gallinas durante la noche. Y a la mañana siguiente eran incontables los pedazos de las gallinas que el zorro había despedazado ante el velo nocturno. Esa había sido la primera vez que vi la crueldad del mundo. Sin embargo, en ese momento me alegraba que mi padre y mi hermano estuviesen a mi lado.

     Desde la ventana del salón del duque Arlo de Valois, podía verse a los hombres arrojando los cuerpos hacia las grandes piras funerarias y el fuego, danzaba sobre los cuerpos calcinantes de los soldados, devorándolos poco a poco. Tanto hombres de Orleans como del enemigo, el fuego no distinguía o tenía alianza alguna. Selene miraba hacia aquellas grandes columnas de humo negro, los sacerdotes habían salido de sus iglesias, donde se habían encerrado a cal y canto durante la batalla. Y ahora oraban sobre las piras en llamas, buscando que todas aquellas almas pudiesen cruzar las puertas de San Pedro.

     —¡Mierda! —Exclamó el duque Arlo de Valois, mientras que con su puño aun en el guantelete, golpeaba la mesa del señor. —¡Qué quieres decir que ese bastardo de Boudin se ha escapado! — La voz del hombre era imponente y autoritaria, entonces el duque agarró por el cuello de la camisola a uno de sus soldados, un hombrecillo que gimió de terror ante su señor.

     —Lo lamento mi señor... —Respondió desesperado el soldado. —Le seguimos con una partida de jinetes hasta las faldas del bosque, pero desaparecieron en el interior.

     Selene miró alrededor del salón del duque. Sentadas sobre la mesa del señor se encontraba la esposa del duque y lady Allys platicando. Nicole por otro lado estaba escribiendo con un pedazo de grafito sobre el papel. Una crónica sobre la batalla acontecida. Selene le pediría que le dejará leer un poco de la crónica, aunque se le dificultaba todavía y necesitaría la ayuda de Nicole o de Ser William. Entonces sintió una punzada, la joven pasó sus dedos por su cuello. Todavía le dolía... todavía podía recordar los gruesos dedos del bastardo de Alfonz alrededor de su cuello, estrujándole la vida desde el interior.

     —¿Te encuentras bien? —Le preguntó Jacques, con una preocupada voz.

     —¿A qué te refieres? —Le preguntó Selene.

     —Las marcas en tu cuello...—Respondió Jacques.

     —Ya se pasarán. —Replicó Selene. La chica pudo notar que Jacques se veía un poco incómodo. Ya no era capaz de mirarle a los ojos como antes, y su tono de voz era más conciliador que juguetón, así había estado desde que la batalla terminó.

     —¿Qué te ocurre Jacques? —Le pregunto Selene.

     —Es que, no sé cómo referirme a ti ahora. —Respondió finalmente el muchacho.

     —¿A qué te refieres? —le preguntó nuevamente la muchacha.

     —Ser William, él...él te nombró caballero.

     —Jacques, Sigo siendo la misma chica que conociste en Normandía. —Respondió Selene sonriente. Más el muchacho simplemente desvió su mirada. La chica entonces, tomó la mano del muchacho. —No he cambiado en absoluto. —Dijo en tono solemne.

     Jacques se quedó pensativo y luego sonrió.

     —Tienes razón, sigues siendo la misma muchacha, pero si tienes algo diferente ahora...

     —¿Ah sí? ¿Qué cosa? —Le preguntó Selene.

     —Ahora eres, Selene: La Doncella de Hierro. —Replicó burlonamente Jacques.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora