"Todas las niñas del pueblo soñaban con ser de la realeza. Que algún día llegase un noble y les salvase de la vida campestre. O con sueños de ser en realidad hija de algún linaje perdido en el tiempo...pero eran sueños que no se harían realidad. Y como podrían serlo, las más bonitas del pueblo a lo máximo que podían aspirar, era a trabajar en el castillo de los DuPont. Y que alguno de los nobles que viviesen ahí, las tomaran como sus amantes. Ese era el sueño...A mí nunca me interesó, tal vez era por mi forma de ser o porque no era lo suficientemente bonita para poder soñar con algo así."
Aquella mañana una bruma matutina cubrió los muelles y las calles. Los hombres de armas se apresuraron a tomar los escudos y las espadas. Ellos, las amarraron en el cinto. Los caballos relinchaban con el peso de los jinetes en armadura completa. Y los estandartes de la cruz que habían representado a Francia durante las cruzadas yacían por los suelos. En cambió un estandarte con una nutria guiaría a todos los hombres de armas. Lord William montaba en su corcel junto a sus capitanes pues esa mañana salían hacia Orleans, esperando tal vez acampar a las afueras de sus murallas.
Para Selene era una ironía, una ironía que los cruzados quienes habían ido a pelear y que ahora regresado a casa, solo habían podido sentarse y dar un respiro. E inmediatamente se volverían a levantar, solo para pelear la guerra de alguien más. Pero, por otro lado, esos hombres ¿Qué más podrían hacer en un reino que había quedado tan abandonado como este?
Peter se amarró el escudo largo a la espalda y enfundó su espada. Después se amarró el yelmo a la cabeza lo mejor que pudo. Selene le pasó la lanza al muchacho.
—Iremos al este. —Dijo el muchacho tomando la lanza de las manos enguantadas de Selene.
—¿Estarás bien allá? —Preguntó Selene, genuinamente preocupada, después de todo, solo Peter era el único sobreviviente de la aldea, bueno, él y Edric por supuesto.
—Por supuesto, si los sarracenos no pudieron conmigo, nadie podrá. —Respondió el muchacho riendo, pero Selene supo al instante que eran risas nerviosas, a decir verdad, en los ojos del muchacho no se notaba entusiasmo. Sino un gran cansancio, fatiga, desesperación y miedo. El muchacho no quería ir a pelear. ¿Pero ahora que le quedaba? Si regresaba solo a la aldea, solo encontraría las ruinas chamuscadas de las casas y los cadáveres secos de todos los que alguna vez, fueron su familia.
—Y tú ¿Estarás bien, Selene? —Le preguntó Peter a muchacha.
—Sí. —Respondió ella y luego giró la cabeza hacia el balcón de la posada, donde sus amigos se hospedaban y miraban desde ahí, a los soldados preparándose para salir al campo abierto. Selene sonrió al ver al estoico Ser William, la optimista Nicole, y la risueña Allys, aunque no vio a Jacques por ninguna parte, Selene supuso que debía continuar dormido en el establo. Después volteó a ver a Peter. —Estaré bien.
—Espero que algún día, podamos encontrarnos de nuevo. —Respondió Peter y le tendió la mano a Selene. Pero la joven no le tomó de la mano, en cambió de un movimiento, ella le abrazó con fuerza.
—No mueras. —Le susurró Selene en el oído a Peter, el muchacho se sonrojó, pero no dijo nada y nada más asintió con la cabeza.
—¡Hombres en fila! —Exclamó uno de los capitanes.
—Ya me tengo que ir. —Dijo Peter y se reincorporó a la fila de soldados. El rostro del muchacho estaba rojo, su andar se había entorpecido después del abrazo. A Selene le pareció gracioso y no pudo evitar reír.
ESTÁS LEYENDO
La Doncella de Hierro II
Historical Fiction¡GUERRA! Después de la Batalla de Orleans, las cosas no han hecho mas que empeorar. Con una Francia dividida y debilitada por los continuos saqueos e insurrecciones, Selene y sus amigos continúan su viaje para llegar a tierra santa, a través de...