"De niño me di cuenta de lo aburrido que ir a la iglesia. Mi madre y mi padre oraban con devoción ante la cruz de madera con el cristo agonizante, el sacerdote recitaba en latín. Luego pasaban la bandeja de las limosnas, y todos colocaban una moneda en la charola. Incluso mi padre, aun cuando había sido un mal año para la cosecha. Yo entendía lo que el trataba de hacer, trataba de agradar a Dios para que en su infinita gracia, le concediese mejores cosechas. Más abundancia y menos trabajo. De niño no entendía porque razón un Dios necesitaba monedas para realizar milagros."
Y de la misma manera, ahí se encontraba Edric nuevamente en una iglesia que no le gustaba, los castellanes, administradores, albañiles y cocineros del Crac se sentaban en lo más alto, luego iban los reclutas, después los caballeros templarios y hasta el frente estaba el Gran Maestre sentado en el centro. Robert de Sable era su nombre. y era un hombre alto. El cual debía tener la misma edad que Bardo, el padre de Edric. Solo que Robert de Sable era un hombre de complexión guerrera; con grande espalda y brazos enormes con una barba cerrada, con cabello entre negro y gris, con ojos negros. El hombre tenía una mirada fría con una cicatriz que le cruzaba el labio.
Esta era la segunda vez que Edric se encontraba con el gran maestre. La primera vez, cuando Robert de Sable los aceptó en la orden. Sin embargo, Edric tenía el presentimiento de que los Templarios estaban dispuestos a aceptar a cualquier cristiano que se hubiese atrevido a cruzar el infernal desierto repleto de jinetes turcos para llegar al Crac.
La misa que se llevaba a cabo, tenía la intención de orar por la valentía de los señores en las provincias cristianas que aún no habían caído por la ley musulmana. La verdad es que Edric sabía que eran las provincias cristianas, las que mantenían al Crac surtida de alimento y que, sin ellas, probablemente la fortaleza moriría de hambre. De Bois se la pasaba durmiendo. Al hombre le daban igual las misas, De Bois había sido hecho para el combate, no para ser un caballero. Era más bestia que hombre y esa era la razón por la que Edric confiaba en él. De Bois no mentía como el resto, pues no tenía necesidad, o no le gustaba usar su cabeza.
Las labores dentro del Crac eran menos caballerescas a lo que Edric pensaba, por las mañanas se reunía para la misa matutina y después tenía que seguir al hermano Odou: un hombre de mediana edad y de barbas rojas. A repartir el pan entre los pobres y los leprosos de las provincias cercanas. Era un trabajo molesto y Edric no confiaba en los leprosos, era como alimentar a un cerdo en la boca y esperar que no te mordieran.
A las provincias tampoco le había ido bien. Y aunque la orden sabía cómo manipularles para posponer los pagos que le debía a los señores de las provincias. Había llegado el punto en que ni las propias provincias tenían suficiente para sobrevivir. Pronto las leyendas de mamelucos saqueadores a lomos de camellos dejaron de ser historias de fantasmas y se convirtieron en una realidad.
Después de las labores estúpidas como alimentar a los pobres y orar, seguía para lo que él se había unido a las cruzadas y eso era pelear. Edric no era muy bueno, pero sabía cómo peleaba la orden. Todos los hermanos practicaban con espadas sin filo. Y el mejor de todos sería De Bois, el hombre estaba hecho para la guerra, peleaba como una bestia. Y aunque no era el perfil de caballero que la orden buscaba, sabían cómo lo usarían en el campo de batalla.
El rival de Edric, era un hombre más joven que él, tendría que tener 16 o 17 años, era enclenque y de piel clara con cabello rubio casi blanco de profundos ojos azules. Sin embargo, la complexión del muchachillo le recordaba mucho a la de su hermana Selene en Normandía.
El enclenque, por otro lado, sí sabía usar la espada, lo llamaban Nikolo de Alessia, una de las villas aledañas a Constantinopla. El muchacho peleaba con una fuerza mucho mayor a su edad. Daba golpes descendentes puesto que la falta de fuerza en los brazos le impedía dar golpes ascendentes. Pero lo que a Edric le impresionaba era la fuerza que tenía sobre su terreno. No movía más las piernas de lo que era necesario. Esperaba el momento justo para avanzar o retroceder.
—Eres bueno para ser un niño. —Dijo Edric.
—Es el entrenamiento. —Respondió Nikolo. —Pero por supuesto, es algo que no esperaba que un siervo llegase a entender.
—Y eres muy bocón también. —Respondió Edric sonriendo maliciosamente y volvió a dar otro golpe con la espada, el cual también fue bloqueado por Nikolo. Los dos volvieron a chocar espadas y entonces paso a convertirse en una pelea de pulso, haber quien primero rescindía quien era incapaz de continuar empujando con su espada. Edric no tendría oportunidad de vencerle. —¿Sabes cómo sé que voy a ganar? —Le preguntó Edric.
—¿Cómo? —Preguntó tontamente Nikolo.
Edric le dio una patada con la rodilla en la entrepierna a Nikolo, el muchacho perdió la fuerza al instante y su defensa se desmoronó. Nikolo cayó de rodillas y vomitó el desayuno sobre la arena. Después se acostó en posición fetal sujetándose sus genitales. Esperando que el dolor desapareciera.
—Así es como se pelea allá afuera niño, nada de lo que te enseñen aquí funcionará, porque allá es matar o morir. —Respondió Edric.
—¡Hermano Bardo! —Exclamó Tancredo de Aviñón. —¡Así no es cómo se comporta un caballero de la Orden del Temple!
—Lo siento, no volverá a pasar. —Respondió Edric bajando la cabeza como disculpa ante el hermano Tancredo.
—Ahórrese sus patéticas disculpas, no es a mí a quien tiene que convencer. —Replicó Tancredo y luego señaló al hombre que se encontraba sobre la muralla, quien miraba hacia el patio de armas donde los hermanos del temple entrenaban. —Explíqueselo a él.
Era el Gran Maestre Robert de Sable en persona. Acompañado de otros dos caballeros del Temple. Edric se limpió las gotas de sudor de la frente y se dirigió hacia la muralla donde el gran maestre le esperaba. A pesar de estar en medio del desierto con un calor insoportable, la mirada del Gran Maestre era más fría que el hielo mismo. Una mirada fría y sin emociones rodeaba los ojos de maestre.
—Gran Maestre...yo...
—Hablarás cuando yo te dé permiso de hablar. —Respondió el hombre. —Responded esto hermano, ¿Habéis sido tú quien le dio una patada en las bolas al bizantino?
—Fue un accidente. Yo...
—Responded.
—Sí, mi lord. —Respondió Edric.
—Dejaos solos. —Le ordenó el gran Maestre a los dos hermanos que le seguían como si fuesen su sombra. Cuando estuvieron lo suficientemente alejados El gran Maestre soltó una carcajada. —Oh hermano, hacía mucho que no tenía tan buena risa. Esos bizantinos, se creen romanos, señores del mundo y representantes de la verdadera cristiandad. Pero en cuanto una horda de turcos llega a sus fronteras, se van a correr a los pies del Vaticano a pedir ayuda. Me has sacado una buena risa muchacho. Decidme hermano ¿Cuál era tu nombre?
—Es Edric, Gran Maestre, Edric Bardo.
—¿Tenéis un apellido, quien os armo caballero hermano? —Preguntó el maestre.
—Fue un hombre llamado Friedrich Eisenbach, un noble del Sacro Imperio Germánico. —Respondió Edric.
—Conocí a Eisenbach durante un viaje a Karnak. —Respondió el Gran Maestre. —Supe que murió. Él era un buen hombre.
—Lo fue Gran Maestre. —Respondió Edric.
—Te he visto pelear, un caballero no suele pelear así, ¿Has visto muchas cosas allá afuera eh?
—Me enseñaron a pelear en Karnak, estuve durante la Masacre del Jordan, cuando Al Mutah Alim embistió al ejercito de Martin DuPont. Muchos de mis amigos murieron ahí. Y luego en Hattin, cuando Saladino acabó con el rey Guy de Lusignan y Reinaldo Chatillon. Yo escapé de regresó a Jerusalén y estuve ahí nuevamente cuando el caballero Balian rindió la ciudad. —Replicó Edric.
—Wow, sí es mucha mierda por lo que has pasado, derrota tras derrota. —Dijo el Gran Maestre. —Pero no te preocupes hermano, aquí es donde iniciará, desde el interior de los muros del Crac iniciará la reconquista de Tierra Santa.
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La Doncella de Hierro II
Historical Fiction¡GUERRA! Después de la Batalla de Orleans, las cosas no han hecho mas que empeorar. Con una Francia dividida y debilitada por los continuos saqueos e insurrecciones, Selene y sus amigos continúan su viaje para llegar a tierra santa, a través de...