Capítulo 4: El Carnicero y Selene

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La ultima que vi a Peter fue el día en que Edric salió de la casa con un cuchillo viejo de la cocina y una muda de ropa en una bolsa de cuero, antes de unirse a los aldeanos que marcharían a Tierra Santa. Sin embargo, Peter, en aquel entonces era rechoncho, con una cabellera castaña desalineada y una cara tan redonda que parecía un niño. Al ser el hijo del carnicero, tenía asegurada una casa y una comida, podía comer y tenía dinero para mantener al ganado. Alguien como él, hubiese sido lo que mi madre hubiese querido que buscara en un esposo, Peter, un hombre que me pudiese mantener y que no tuviese que estar trabajando en una granja fallida. En aquel entonces, era una lástima que no lo hubiese podido volver a ver.

       La taberna estaba a reventar con soldados cruzados, todos ellos hambrientos, urgidos y con bolsas llenas de oro. Las taberneras trabajaban lo más rápido que podían para llevar tarros a las mesas, mientras que las prostitutas, enfilaban a los soldados afuera de las habitaciones rentadas de la Taberna de Rollo. Había guerreros de todas partes, los había de Marsella, de Tours, Toulouse, De Orleans, de Borgoña, de Bretaña y de Normandía. Cantaban al unísono, canciones de taberna; La hija del molinero y otras más. Sobre una de las mesas se encontraba aquel hombre noble, Lord William Ursa, cantando y riendo junto con sus hombres. Casi como si fuese uno de ellos.

      Ser William le había dicho a Selene, que después de una batalla, los hombres con los que había peleado, se convertían sus hermanos de armas. Y Selene entonces pensó si ahora Ser William y Jacques eran ahora sus hermanos.

      Y ahí estaba ella, sentada en una mesa, al frente, una tabernera le había dejado un tarro de cerveza, Aunque sinceramente, a ella no le gustaba el sabor de la misma. Era salada y el color amarillento le hacía pensar en la orina. Además, que tenía poca tolerancia al alcohol. Peter por el otro lado, podía beber como si no hubiese mañana. Tarro tras tarro, sin mucho efecto. Sin embargo, Selene no era tan ilusa como para entrar a una taberna ella sola. Con un montón de soldados cruzados, ebrios y cachondos. En su cinto colgaba la espada y como medida adicional, en una mesa al fondo, se encontraban Ser William, Jacques, Nicole y Lady Allys; quien no quiso quedarse en el hostal.

      —¿Peter?, ¿Peter? —Le repitió continuamente Selene a Peter, quien estaba más interesado en cantar con el resto de los soldados.

       —¿Qué, ¿Qué pasó?, me distraje con la canción. —Repitió el muchacho riendo.

       —¿Ya me puedes decir que fue lo que pasó en Tierra Santa y qué fue de mi hermano? —Preguntó Selene.

      —Oh cierto, cierto. —Respondió Peter. —Pues, cuando salimos de Francia éramos más de una cincuentena, o al menos ese es el número que me siguen diciendo que eramos. Todos estábamos emocionados por pelear y mirábamos hacia la proa del barco esperando el momento en que llegásemos a tierra firme. Excepto Edric, él miraba hacia la popa del barco, supongo que de todos nosotros, él fue el único que esperaba regresar a su hogar. Todas las noches, pedía a Dios que los cuidase a todos ustedes y a la aldea. Eso fue hasta que llegamos a la guerra. Dios, fue terrible Selene, terrible...

      —Lo se...

      —No, no tienes idea, pero fue terrible. Lord Martin DuPont, él nos guío a una batalla en el río Jordán. Siguiendo las órdenes del rey Baldwin Señor de Jerusalén. Supongo que Lord Du Pont quería quedar bien a los ojos del rey y decidió atacar. Pero la información que nos habían dado era falsa. Y cuando llegamos a la ribera baja, miles de sarracenos nos atacaron. En el furor de la batalla, Edric salvó la vida a un hombretón llamado De Bois, creo...era un hombre cruel. Y a un señor germano un tal "Eisen algo..." Pero todos estaríamos muertos de no haber sido por Lord William, quien embistió el flanco derecho de la caballería musulmana con un contingente de jinetes. Fue una masacre Selene. —Respondió Peter y luego volvió a tomar del tarro de cerveza. —El erudito que nos daba clases, murió estampado por la caballería; una de las pesuñas de los caballos perforó su cara. Todavía en las noches puedo oírlo gritar. Maldiciéndonos por haberse quedado en la aldea en vez de haber seguido su camino. Murieron casi todos los de nuestra aldea. Sin embargo, yo pasé al servicio de Lord William y me distancié de Edric por un tiempo. Lo encontré en Jerusalén en una taberna llamada la Yegua Coja, donde el antiguo señor al que servía, el germano ese, había muerto y como no tenía heredero le dejó la tierra de Karnak a Edric.

      —¿Has estado en Karnak? —Le preguntó Selene.

      —Sí, he estado ahí. Dios, es hermoso Selene, tiene su propia casa muy, muy grande. Con jardines y fuentes de agua. Y tiene 200 familias a su servicio. La comida es deliciosa y el vino exquisito. Con palmeras y camas con sabanas tan suaves, que es como dormir en una nube...pero

      —¿Pero? —Preguntó Selene, se le hizo raro a ella, que el semblante feliz de Peter hubiese cambiado, como si alguien le hubiese robado la felicidad, de un solo golpe.

      —En Hattin, las cosas cambiaron, fuimos atacados por un rey sarraceno llamado Saladino; un demonio sacado del infierno mismo. Nos atacó por tres frentes y redujo al ejercito cruzado, a carroña para los buitres. Edric sobrevivió, pero, siento que Hattin lo cambió. Regresó a sus tierras y ya no sé qué fue de él. Cuando la batalla de los cuernos de Hattin terminó. Y capturaron al rey Lusignan, Lord William tomó lo que quedó del ejército francés y lo hizo regresar a casa. Edric dijo que se quedaría en Karnak. Nosotros vagamos por el desierto sirio hasta llegar a tierra bizantina, donde Lord William consiguió unos barcos para regresar a casa. Aunque debo admitir que se siente bien regresar, tengo pensado regresar a la aldea y trabajar en la carnicería con mi padre, hay muchas historias que contar. Tal vez decida sentar cabeza y tener varios hijos... ¿Pero tú que estás haciendo aquí Selene?

      Selene se quedó muda y se tomó la cerveza de un jalón, necesitaba valor para lo que le iba a contar a Peter.

      —La aldea, todos...—Selene dio un gran suspiro y se forzó a hablar. —Todos murieron, un grupo de saqueadores llamados Las Capas de Cuero pasaron a todos los hombres, mujeres y niños por la espada y después quemaron la aldea. Mataron a todos, a mis padres, a mis hermanitos...vine aquí, porque esta parada es parte de mi viaje. Iré a Tierra Santa, me reuniré con Edric en Karnak. —Respondió Selene, la chica se forzó por no llorar ante Peter, pues no quería hacerlo sentir mal. Pero quedó algo conmocionada, al ver que el muchacho yacía inexpresivo ante el testigo de Selene.

      —Wow...Así que todos se han ido, eh...—Respondió Peter. —Quisiera sentirme triste, pero estoy vacío Selene, no hay nada dentro de mí. —Peter entonces dio un largo sorbo de cerveza y luego miró directamente a los ojos de Selene. Se pudo ver una chispa de ira y odio en sus ojos. —Y estos bastardos...

      —Maté a su líder, Alfonz en Orleans. Vengué a la aldea y a mi familia. —Respondió Selene.

     —¿Tú lo mataste? pero ¿cómo?

     —Así como ustedes llevaron muchas aventuras en tierra santa, yo también. —Dijo Selene. —¿Aun así regresarás a la aldea?

     —Ahora que ya no queda nadie, seguiré sirviendo a Lord Ursa. —Respondió Peter.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora