El Asedio del Crac y Edric

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En la granja una noche Selene me despertó. Ella me había pedido que la acompañara afuera, que tenía algo que mostrarme. Era una noche de primavera, y los grillos cantaban. No había nada en el exterior de la granja entonces Selene me pidió que viese el cielo. donde las estrellas se movían, cayendo a la tierra a gran velocidad. Jamás había visto algo como eso. No podía evitar sentirme emocionado. Pequeños cometas surcando el cielo nocturno.

Aquellas luces que cruzaban el cielo esta vez no eran estrellas, ni cometas de ningún tipo, eran pedruscos cubiertos en brea y en llamas los que chocaban contra los gruesos muros del Crac. En el patio de armas los hermanos corrían de un lado para el otro. Algunos tratando de llegar a sus puestos. Otros cubriéndose de la mortal lluvia de flechas que el enemigo lanzaba sobre ellos. Edric miró hacia el otro lado. Donde unos gigantescos escorpiones lanzaron un par de enormes proyectiles que perforaron las gruesas puertas de la fortaleza.

Jamás en su vida Edric había visto animales como aquellos elefantes de guerra, recubiertos por una malla metálica que los cubría de las flechas. Los persas habían llegado. Algunos de sus hombres trataron de escalar los muros con largas escaleras, pero estos intentos solo eran una distracción. Cuando finalmente los elefantes llegaron a la puerta sus amos amarraron pesadas cadenas desde los dardos que traspasaron las gruesas puertas. Y comenzaron a tirar de ellas.

Los hermanos se reunieron en el patio de armas. Dos mil de ellos al menos. Escudos al frente y lanzas por detrás, era la primera vez que Edric veía una falange macedonia en acción.

--¡Valor mis hermanos! —exclamó El gran Maestre. –Estos son musulmanes, aquellos que no conocen la piedad cristiana, no nos darán cuartel, pero si os puedo prometer algo, que yo no pasaré por las puertas de San Pedro hasta haberme asegurado que hayan pasado cada una de vuestras almas a través de las puertas del Paraíso.

Edric subió hasta la muralla principal donde estaba la puerta y miró como los elefantes tensaron más y más las gigantescas cadenas. El portón empezó a doblarse poco a poco y luego se desquebrajó. Las puertas cayeron y se alzó una nube de polvo. Y luego entraron gritando con fuerza los persas. Blandiendo sus pesadas cimitarras.

--¡Por la Orden!, ¡Por la Cristiandad! ¡Deus Vult!—gritó el gran maestre y entonces la avanzada persa chocó contra la falange templaria.

Los soldados persas eran buenos. Pero los caballeros del temple habían pasado un siglo librando batallas contra los sarracenos. Incluso el gran maestre un hombre ya grande para su edad, no tenía problemas con despacharse a un gran número de enemigos. Edric, se apresuró y retiro de su túnica la cruz. Demostrando así su rendición. Pues en ley musulmana cualquier hombre que se retirara los emblemas santos sería perdonado.

--¡Pero qué demonios haces hermano!—dijo un caballero.—¡Vamos!, Todos están peleando en el patio. No podemos dejar que esto termine así.

--Ya terminó--dijo Edric.

--No, no, primero muerto antes de rendirme ante estos salvajes infieles. —dijo el caballero templario. Y desenfundó su espada.

--Has lo que quieras. —respondió Edric. Entonces se escucharon gritos en la cercanía. Tres soldados persas s aparecieron. Edric tiró su espada al piso.

--Deus Vult.—exclamó el caballero y trató de atacar pero uno de los enemigos le dio un corte con su espada en el vientre y lo remataron en el piso.

--Yo soy Edric Bardo, señor de Karnak, soy el infiltrado que Al Mutah Alim envió. –dijo Edric

A la mañana siguiente no se podía contar la gran cantidad de aves de rapiña que depredaban sobre los cadáveres desperdigados por todo el interior de la fortaleza. De tanto persas como templarios. Lo primero que los persas hicieron fue tirar de los muros los pendones y los estandartes de la orden del temple. Los prisioneros que habían eran muy pocos.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora