La tortura y Jaques

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En ese momento vi tres sombras caminando a mi lado mientras era llevado a aquella cruz. Pero mientras aquellos hombres me llevaban, veía a allí en la cruz a mi tío. Alfonz usando aquella armadura hecha con otras partes de armaduras porque no había armadura tan grande para alguien como él. Dos capas de cuero me sujetaron mientras los Alfonz me hablaba.

    --Todo por una mujer. —dijo Alfonz.—dime sobrino valió la pena.

    --Selene..., ella vale la pena. —dije yo

     --Y tú no serás quien se quede con ella al final sobrino, probablemente ese paladín se la esté follando en este momento.

    --¿Que quieres tío?...

    --Nada, vengo a decirte que una vez que mueras aquí te estaré esperando en el infierno para propinarte una menuda zurra.

      Los hombres habían amarrado a Jaques al poste. Y le habían dejado el torso desnudo. Los dos hombres le estaban golpeando en la cabeza. Uno de ellos sacó un puñal y comenzó a hacerle una herida profunda con su daga en la mejilla izquierda el muchacho. Jaques no hizo ningún gesto. Es como si no estuviera ahí presente. Entonces los hombres tomaron un par de cuchillos y comenzaron a rebanar la piel de Jaques.

      El dolor volvió y Jaques comenzó a gritar como desesperado. Tratando de zafarse mientras continuaban rebanando al muchacho como si se tratase de un pedazo de jamón las lágrimas comenzaron a salir de los ojos del muchacho. Mientras agonizaba. Entonces vio a los fantasmas acercarse.

     --Ya vienen, los fantasmas ya vienen...—dijo el muchacho

     --¿Qué tanto estas diciendo cabrón? —dijo uno de sus torturadores.

    --Ya están aquí...

     Entonces dos flechas salieron volando y se impactaron en los cuerpos de los torturadores. Luego de entre los arbustos salieron

    --¡A la batalla, a la victoria! —exclamaron. Y como una riada los hombres de armas salieron del bosque. Blandiendo a diestra y siniestra a los borgoñeses con sus espadas. Los hombres de armas peleaban en todos lados, prendían fuego a las tiendas y masacraban a los borgoñeses y al mismo tiempo liberaban a los prisioneros. El líder de aquel ejercito estaba montado sobre un caballo blanco. Daba un espadazo y luego daba otro. Tenía una gran destreza en el combate como el resto de los hombres que le seguían.

     --¡Que mierda! —exclamó el paladín Erembourc y tomó su ballesta, disparó un dardo aquel jinete, pero el jinete lo bloqueo con su escudo.

    --Paladín Erembourc, llegó el momento de pagar por sus crímenes contra Francia. —dijo el líder del ejercito. —Y luego hizo marchar a su caballo para embestir al hombre. Pero el paladín Erembourc lanzó a uno de sus propios hombres hacia los cascos del caballo. El caballo encabritó y se tropezó, El líder del ejército cayó, dio una maroma y se reincorporó como sin nada. Erembourc entonces les ordenó a sus hombres matarle.

     Dos borgoñeses lo atacaron de pronto. Uno de ellos con un hacha de guerra y el otro con una espada, pero el caballero los despachó rápidamente. Mató al primero con un corte a la mandíbula y al segundo, el hombre del hacha le cortó la mano con la que sujetaba el arma y luego le enterró la espada en el corazón.

     Los hombres de este ejercito diferente comenzaban a ganar terreno y pronto los hombres de Erembourc comenzaron a huir al bosque. Uno de los hombres de Erembourc le pasó un caballo al paladín. Él se montó sobre el caballo y se fue galopando junto con el resto de los hombres.

     --¡La victoria es nuestra! —exclamó el extraño. El yelmo que tenía sobre la cabeza también parecía extraño era rectangular con una cruz labrada en el visor.

     Los hombres comenzaron a vitorear.

     Entonces Jaques sintió un tirón, era uno de los hombres de ese líder, que lo estaba desatando de la cruz. Jaques lo miró mejor, aquel muchacho ya lo había visto antes, aunque no recordaba donde.

     --Tranquilo, ya estás bien. —había dicho el muchacho. Entonces Jaques recordó donde lo había visto.

     Uno de los hombres trajo un estandarte con una nutria y lo puso detrás del líder del ejército. Los hombres comenzaron a vitorear.

      --¡William!, ¡William!, ¡William!, ¡William!

       El hombre se quitó el yelmo aquella cabellera pelirroja lo delataba, era William Ursa. El hombre que les había salvado la vida.

      Entonces Jaques siendo apoyado por este muchacho fue caminando hacia el centro del campamento. Selene salió cubierta con una capa borgoñesa de la tienda de mando. Y miró alrededor.

     --¡Jaques! —exclamó Selene y fue corriendo al encuentro del muchacho.

     --¡Selene! —exclamó Jaques la chica lo abrazó lo más fuerte que pudo. Jaques también, aunque el pecho le punzaba porque le habían quitado un pedazo de piel.

     --¿Selene? —preguntó el muchacho. La chica levantó la mirada hacia el muchacho

     --¡Peter!

     --La liberación de Francia ha comenzado. —dijo el Lord Ursa. –Yo soy William Ursa, y nosotros somos Los Centinelas, aquellos que protegen a los hombres que no pueden protegerse. Los que ven por los campesinos y por los ciervos, por los que no tienen nada. Venid conmigo hermanos, hacia la ciudad de Poitiers. Donde reuniremos nuestro ejército con el de la Duquesa Geneve de Aquitania y marcharemos para acabar con nuestros enemigos, Andree Boudin de Normandía y el Duque Charboneaux de Borgoña. Venid conmigo y vengad a sus hermanos caídos, a sus esposas a sus madres y a sus hijas. Venid conmigo hijos de Francia. ¡Viva la France, Viva la libertad!

     Los prisioneros también comenzaron a vitorear al hombre. 

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora