Lealtad y Edric

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Si podía cerrar los ojos, podía ver aquellas largas y delgadas telas colgadas sobre los techos de mi palacio en Karnak, 'podía oler los perfumes de cítricos con los que ambientaban las habitaciones. El fresco del riachuelo que corría alrededor de la hacienda. Y las notas con la citara que los músicos de Lord Friedrich Eisenbach tocaban para él.

      Cuando Edric abrió los ojos, ahí estaba frente a él el inmenso mar de arena. No estaba en aquel paraíso que recordaba, volvía a estar con los brazos recargados sobre los muros de roca del Crac de los Caballeros. Los albañiles bajo la muralla continuaban reparando las fisuras en el muro. Y los ingenieros tratando de reparar los onagros y los escorpiones sobre el muro.

      --Edric...Edric.—había dicho Nikolo.

      --¿Qué quieres? —pregunto Edric de mala gana.

       --El Gran Maestre te busca. —dijo el muchacho.

       --¿Dijo para qué?

      --No.—dijo el muchacho.

      Edric suspiró y dejó el muro que le habían asignado, caminó por el campo de armas hasta el edificio principal y subió hacia la oficina del gran maestre. Sin embargo, ya había alguien en la oficina. Un hombre alto de cabellera negra. Que usaba una armadura plateada con una capa roja y negra.

       --Oh Edric entra. —dijo el gran maestre. Edric entró y se quedó viendo al hombre de la armadura. —Él es Karl Sterlink. Uno de los caballeros de la orden de Santa Sofía.

       --¿La orden de Santa Sofía?, nunca antes había oído hablar de esa orden. —dijo el muchacho

        --Ni deberías. —respondió el extraño. su francés era golpeado y duro. Como si el mismo hombre procediera de las tierras más lejanas y olvidadas de Europa.

        --La Orden de Santa Sofía es una de las ordenes "secretas" del Papa. —dijo el gran Maestre. Una orden dedicada a matar brujas y duendes y monstruos y pesadillas imaginarias.

       --No hay nada de imaginario en mi trabajo Gran Maestre. —dijo el hombre.

        --Claro...--dijo sarcásticamente el Gran Maestre.

        --Cuando la noche cae, somos la única defensa con la que cuenta la humanidad

     --¿A que ha venido, Ser Sterlink?

     --Hace ocho meses hubo una actividad de brujas en un pequeño pueblo en Francia. —dijo El caballero.

       --Uy que miedo, un aquelarre, ¿Y se apareció el diablo ahí también? —dijo riendo el Gran Maestre.

     --Probablemente, lo llaman el Aquelarre de la Vieja Sangre. —dijo el hombre. —Es uno de los aquelarres más peligrosos de Europa. No es para reírse Gran Maestre.

     --Edric, tu eres de Francia, ¿Dime alguna vez viste una bruja en Francia?

      --No Gran Maestre.

       --Yo tampoco he visto una bruja en toda mi vida. —dijo el gran Maestre.

      --Que afortunados son. —dijo el caballero. —Aquellos que han visto el mal verdadero son maldecidos por él y los hijos y los hijos de sus hijos. Pero hay otra razón La Gracia de Dios.

      --¿La Gracia de Dios?

       --Si. —dijo el caballero. —Hay una razón por la que vine a Tierra Santa. Encontrar La gracia de dios que surge en la tierra. He sido ordenado encontrarla. Y por esa razón vine aquí, porque necesito la ayuda de la orden del temple para que me ayude a buscarla.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora