Capítulo 3: Los Veteranos y Selene

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"Esa tenía que ser una de las ciudades más grandes que había visto, después de todo, este viaje me había llevado a muchos lugares. Tours, era una ciudad que se encontraba junto a la rivera. Las murallas eran anchas como las de Orleans, pero la gente no se encontraba asustada. No, Tours era una ciudad que no había sido devastada por la guerra. El erudito me había contado de niña, como Carlo Magno tomó a Tours como su bastión en la batalla contra los musulmanes y los bereberes."

      Una bruma matutina procedía de la rivera y el aire yacía húmedo, con un olor tierra mojada. Al frente iba Ser William montando su caballo, después Nicole y Lady Allys en una yegua que el Duque de Orleans les había obsequiado al salir de su ciudad. Después iba Selene y finalmente Jacques en la retaguardia. Selene no confiaba en aquel paraje lleno de bruma. Sin embargo, al cruzar el puente del río, pudieron ver las decenas de granjas que rodeaban los gruesos muros de la ciudad. La gente araba los campos. Llevaban su vida sin saber del caos que había acontecido en el norte.

      —¿Ya llegamos a Tours? —Preguntó Lady Allys aún adormecida, mientras jalaba la manga de Nicole.

      —Ya casi. —Respondió su joven acompañante.

      —No entiendo ¿Por qué debemos ir a Tours? —Preguntó Jacques. —No sería más sencillo seguir los caminos romanos hacia el sur.

      —Cuando el ejército de Boudin fue desintegrado en Orleans, han de haber huido a Borgoña, Aquitania y Bretaña. No me arriesgaría a que atrapasen a Lady Allys en los caminos. Iremos hacia Tours y hacia tierras más amigables. —Respondió Ser William.

      —¿No sería sensato entonces no pasar por Tours, Ser William? —Preguntó Selene. —Si el ejercitó de Boudin se desbandó, ¿no podría haber desertores en Tours?

      —Probablemente. Pero el Duque Germain Martel es amigo de Arlo Valois. —Respondió el caballero.

      La ciudad no era tan grande como París. O tan imponente como Orleans, las casas eran adoquinadas con callejuelas y caminos de barro. Sin embargo, el ánimo de las personas, no se encontraba invadido por el miedo, además se escuchaba el graznido de las aves de río, y a Selene le recordó a las gaviotas en Normandía. Entonces vieron las columnas de gente, corriendo en dirección a los muelles. Mientras las campanas de la iglesia repicaban haciendo eco.

      —¡¿Nos atacan?! —Preguntó lady Allys exaltada.

      —No.—Respondió Selene. —No parece un ataque, ¡Miren allá!

      Selene apuntó hacia el río, donde los grandes barcos se dirigían hacia los atracaderos, las velas estaban infladas con viento benigno y compartían con las banderas ondeantes, el emblema de la familia real francesa, La flor de Liz de la casa parisina de Anjou. Los hombres, las mujeres y los niños arrojaban racimos de laurel hacia los barcos, bañando en gloria a sus marineros. Selene descabalgó y le preguntó a uno de los hombres que se dirigía hacia los puertos.

      —¿Qué está ocurriendo? —Le preguntó Selene al hombre.

      —¿Qué no lo sabes?, Son los veteranos que regresan de Tierra Santa. —Respondió el hombre.

      —¿De tierra Santa?, ¿Los cruzados que salieron por orden del rey?

      —Esos mismos. —Respondió el hombre.

      El corazón de Selene dio un vuelco, ¿podría ser? Si de alguna manera, su hermano estuviese entre los veteranos que regresaban a casa, tal vez, él habría regresado personalmente para llevar a Selene a Karnak. La joven no lo pensó más y comenzó a correr hacia la multitud. La gran masa de gente le imposibilitaba el paso, se escuchaban vítores, se oía el llanto de alegría y felicidad, y por supuesto las oraciones a dios, en agradecimiento por el regreso de los hombres de armas.

     —¡Selene! —Gritó Jacques, el muchacho también descendió de su caballo y persiguió a su amiga.

      Selene logró abrirse camino entre la multitud y logró llegar hasta la primera fila de aldeanos, y desde ahí observó a los hombres vestían con armaduras y los colores azules de Francia; marchantes, pero indómitos. El continuo choque de las placas de hierro de sus armaduras, hacía un estruendo con el metal de sus espadas, lanzas, mazas y escudos. Selene buscó entre el torrente de caras fatigadas, sucias y marcadas por la guerra de los recién llegados, a su hermano, cualquier facción, cualquier indicio, cualquier señal de aquellos alegres e inocentes ojos. "¿En dónde estaría?" Fue lo primero que pensó Selene, probablemente en la compañía normanda que salió guiada por los DuPont.

      Entonces vio un joven encapuchado, el jinete tenía la misma complexión que su hermano, alto y de espalda ancha y abdomen plano. El hombre usaba una armadura plateada con un jubón rojo. Solo alguien con oro, o que había conseguido oro, podía costearla...solo podía pertenecerle a un caballero.

      —¡Edric! —Exclamó Selene. —La voz de la chica se transformó en el desesperado llamado de sorpresa de una niña y tomó al muchacho del brazo.

      Entonces el jinete se retiró la capucha del rostro. Su cabello era anaranjado como las zanahorias, con ojos azul claro, de barba cerrada. Tenía que ser un par de años mayor que Edric al menos.

      —Tú no eres Edric...—Dijo Selene decepcionada y luego soltó el brazo del joven soldado.

      —¡Selene! —Gritó Jacques nuevamente. El cazador estaba cansado y jadeante después de haber perseguido a su amiga entre la multitud. —No debes irte de esa forma...—Replicó Jacques, entonces el cazador también observó al jinete junto a ellos. —¿Quién es él?

      —Mi nombre es William Ursa de Normandía. —Respondió el joven soldado.

      —¡Lord William! —Exclamó uno de sus lanceros, el muchacho era más joven con la cabeza completamente rapada, de tez blanca, rostro cuadrado y ojos azules. –¿Acaso estos campesinos le están molestando? —Replicó el soldado enfadado, el muchacho pasó a poner su mano sobre el pomo de su espada enfundada.

      Selene y el muchacho intercambiaron miradas.

      —¿Selene? —preguntó el joven espadachín.

     —¿Quién eres tú? ...Espera, ¡Tú eres Peter! —Exclamó Selene sorprendida.

       Habría pasado mucho tiempo desde la última vez que había visto a Peter, pero aquella vez, Peter era un muchacho rollizo. Él fue hijo del carnicero de la aldea. Y el muchacho tenía la misma edad que Selene. Obviamente la guerra lo había cambiado, ahora caminaba más erguido, y aquellos cachetes y panza habían desaparecido. El muchacho no era tan bien parecido como lo era Ser William. Pero si había mejorado mucho.

      —Peter tenemos que seguir. —Le ordenó William Ursa.

      —¡Sí, mi lord! Selene, esta noche en la taberna de Rollo, ahí iremos a celebrar nuestro regreso, te veré ahí. Ahí te explicaré todo lo que pasó en nuestro viaje. —Respondió el muchacho y después se fue siguiendo a su señor que ya iba más adelante.

      La columna de soldados continúo caminando hacia el interior de la ciudad. Selene sospechó que se dirigirían al castillo del duque Martel.

      —La Taberna de Rollo...—Dijo Selene en voz baja. Inmediatamente la joven se dio media vuelta. —Vamos, tenemos que preguntarle a Ser William si sabe dónde esa taberna. —Le dijo Selene a Jacques.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora