La Persecución y Selene

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En la granja Pierre siempre le había gustado jugar a las escondidillas, yo me ponía contra la pared y comenzaba a contar hasta 10, después iba a buscar al niño. Sin embargo, en una ocasión lo vi mirando hacia el otro lado del riachuelo, hacia la inmensa espesura del bosque. "¿Porque no podemos jugar ahí?" me había preguntado. 

     Y yo le había respondido que era porque aún era muy pequeño pero que cuando creciera iríamos al bosque. Que ironía, ahora yo estaba en el bosque jugando a las escondidillas rogando a Dios que los borgoñeses no me encontrasen.

       Aquellos bosques estaban llenos de bruma y el níquel crecía salvajemente cubriendo las rocas y los troncos de los árboles. El río que corría junto a ellos rugía con fuerza al chocar contra las piedras. "¿Cuánto tiempo habría pasado desde la última vez que había cruzado sola con Jaques?" tenía que haber sido hacía mucho tiempo.

      O al menos así lo sentía Selene. La primera vez que había estado viajando con Jaques se andaba con cuidado, de las bestias que habitaban en el bosque entre las sombras y la bestia que vivía en el interior de los hombres. Pero Hoy Selene se sentía más segura, una de sus manos la llevaba recargada sobre la empuñadura de su espada. 

      Selene miró a sus espaldas esperando de alguna manera poder a Ser William, a Nicole y a Lady Allys, se había acostumbrado a viajar con ellos que ahora podía sentirse como el mundo parecía mucho más grande que antes.

     --No mires hacia atrás, hacía allá no es a dónde vamos. —dijo el muchacho rompiendo el silencio.

     --¿Crees que estén bien? —le preguntó la chica.

     --Ser William parece ser el único hombre que es hecho de hierro, nada ni nadie le puede hacer daño. Parece que es favorecido por Dios. —respondió Jaques. —Yo no me preocuparía por él si no por nosotros. Además, estamos más cerca de Tours que de Poitiers.

      Entonces Selene escuchó un sonido entre el bosque.

     --¡Jaques escuchaste eso! —exclamó Selene.

     --Sí, yo también lo escuché. —respondió Jaques.

     Los dos se detuvieron y observaron alrededor. Entonces vieron un movimiento entre los helechos que crecían en la tierra. Entonces salió un sabueso grande de negro pelaje ladrando con fuerza que se abalanzó sobre Selene, y la tiró al suelo, pero antes de que pudiese morderla se dio media vuelta ya que Jaques le dio una patada al can. El perro se puso en posición de ataque y se lanzó contra Jaques, pero El muchacho más diestro logró darle una estocada en la garganta del perro cayendo muerto.

     --Te salvé la vida otra vez. —dijo el muchacho riendo. mientras le tenía la mano a Selene para que se levantara.

      --Y yo te salvé en Orleans. —respondió la chica. Y se aproximaba a tomar la mano de Jaques cuando de pronto el muchacho se cayó al rio. Un segundo perro de caza se había arrojado contra jaques haciéndolo caer sobre la helada agua. El perro mordía con fuerza el brazo del muchacho desgarrando la carne del hueso. 

    Y luego otro perro más llegó y atacó una de sus piernas inmovilizándolo. Selene se levantó ya apuñaló con la hoja de su espada a uno de los perros. Jaques sacó su cuchillo de caza y mató al otro perro. El agua se tornó roja.

     --¡Dios Mío! ¿Jaques, estas bien? —preguntó la chica ayudando al muchacho a levantarse.

     El muchacho ahogó un grito. Entonces Selene pudo ver como la sangre salía de las heridas de jaques en gran cantidad.

    --¡Merde!

   --¿Qué hacemos Jaques? —preguntó Selene.

   --Necesito que busques unas cosas por mí...--dijo el muchacho.

     Selene tardó un rato en recolectar todo lo que Jaques le había pedido. hojas de lavanda. Tomillo, y orégano que después combinó con la sabia de los árboles y la molió entredós rocas hasta que creó una pasta que fue aplicando sobre cada una de las heridas. Para tapar que la sangre luego tomó parte del faldón de la reina y se lo aplico como vendajes al muchacho.

    --Listo, mejor que nunca. —respondió Selene.

    --Si...Como tú digas...

     Selene ayudó a Jaques a caminar, pues no podía moverse mucho ni muy rápido. Iban despacio. El muchacho cojeaba mucho. Empezaba a hacer más frio. La noche se acercaba. Selene solo podía soñar en ese momento con poder salir del bosque con la luz del sol todavía en lo alto pero no podía.

     No había forma de que ella lograse cruzar el bosque tan rápido. Entonces escucharon voces en la cercanía y los dos se ocultaron tras unos arbustos.

     Los hombres aparecieron de entre la bruma, por el color de sus capas eran borgoñeses, pero entonces a Selene se le heló la sangre. Los hombres de las capas de cuero estaban ahí presentes, acompañando a los borgoñeses. Uno de ellos tenía marcas de varicela en la cara. Ya lo había visto antes en Orleans, era el segundo al mando de Alfonz.

     --Te dije que no estarían aquí. —respondió otro hombre. A diferencia del resto de los hombres este era alto de buen ver, de cabello rojizo, con ojos verdes, y barba perfectamente recortada, llevaba una armadura brillante con una larga capa negra la caballera le llegaba al cuello, y tenía una pesada ballesta colgada en la espalda.

    --Los perros corrieron hacia esta dirección Paladín Erembourc.—respondió el hombre de la varicela

    --Y los perros están muertos. —respondió el hombre de la ballesta. Su voz era profunda y seca. Como si el hombre estuviese muerto, pero esos ojos tenían un brillo inusual. Luego el hombre pidió que trajeran los cadáveres de los canes hacia él.

    El Paladín Erembourc se acercó a ellos y les dio una lamida a las heridas fatales de los perros. Selene sintió ganas de vomitar, pero se forzó a no hacerlo. El Paladín comenzó a degustar la sangre de las bestias como si se tratara del mejor vino que hubiese probado.

    --Dos personas, los mataron...uno de ellos fue asesinado por una mujer...no, una mujer virgen y estos dos...por mancebo. Si.

    --En el grupo había una mujer guerrera. —dijo uno de los borgoñeses.

    --Son los nuestros. —dijo Erembourc. —Lo ves Alou, te dije que íbamos en la dirección correcta.

    --Debemos enviar a un mensajero a que le diga al otro grupo que vengan aquí. —dijo Alou.

    --No.—respondió el Paladín. —Necesitamos a todos los hombres disponibles, la reina Henrietta no ha de estar lejos. —dijo el hombre.

   --¿Cómo lo sabe? —dijo Alou.

    --La Reina Henrietta está embarazada, no se expondrá a hacerle daño a su bastardo...¡Apresuraos! ¡Que el Príncipe Raphael no tolerará ningún error! —respondió el hombre pelirrojo. Y luego le ordenó a uno de los guardias borgoñeses. --¡Tu! Regresad al camino y decidle al duque Charboeaux que envié más tropas.

    --¡Si paladín! –dijo el hombre. y se fue corriendo. Había algo en la voz del hombre, una voz asustada, como si hubiese visto al mismo diablo en persona. Todos los hombres que rodeaban a Erembourc actuaban con miedo alrededor de él.

   --Alou, reúne a tus hombres y seguiremos río arriba. —dijo el paladín. —Es obvio que la reina necesitará buscar un lugar para descansar. 

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora