El Asedio de Acre y Edric

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Podía distinguir el olor a hierro y sangre. Desde las altas murallas de Acre mil arqueros disparar. Sus flechas dejaban una cola de humo a su paso. Pues se encontraban en llamas. Era una fortuna que yo me encontrase justo bajo ese inmenso escudo, de otro modo yo no hubiese querido participar en el asedio de Acre. La noche anterior, Nazzir envió a sus asesinos a desmantelar sus defensas. La puerta de Acre quedó abierta. y la caballería templaría fue la primera que entró en la ciudad.

      Tras la nube de polvo pasó entonces la armada templaría, y las catafractas bizantinas. Los caballos estaban tan acorazados que solo embestían a sus enemigos. Al lado de Edric pasó De Bois blandiendo ese gigantesco mandoble. A diferencia de Edric que se escabullía para no tener que enfrentarse a los soldados enemigos. 

      De Bois tenía una sed de sangre que nada podía saciar. Era capaz de amputar extremidades con un golpe de esa hoja. Nikolo, el pobre muchacho ansiaba estar en el combate, eso era obvio. Edric se veía reflejado en el muchacho. Buscándose su propia gloria.

      Edric se mantuvo a la sombra de los muros. Evitando ser visto. solo ocasionalmente rematando enemigos que se estuvieran desangrando en el suelo. Tancredo de Aviñón era especialmente bueno. Era capaz de pelear contra tres musulmanes al mismo tiempo con una mano, mientras que con la otra controlaba al caballo.

      Un piquero musulmán logró captar a Edric. El muchacho levantó su espada Tenía en la otra mano el escudo. El piquero con más destreza lanzaba estocadas con velocidad. Y lograba evadir los golpes lentos y torpes de Edric.

      El muchacho entonces le lanzó el escudo al piquero y mientras este trataba de evadir el golpe, Edric ya le había enterrado su espada en el vientre. Otro musulmán apareció por la retaguardia de Edric, pero rápidamente fue embestido por De Bois contra la muralla.

      Los civiles comenzaron a huir en dirección a los puertos. Mientras los templarios y bizantinos se encargaban de saquear las casas de la ciudad. Y les prendían fuego a las mezquitas. En el Crac los hermanos templarios repartían pan con los indigentes en las colonias aledañas. Aquí olvidaban las palabras de dios, y remataban a los heridos, a lo que se rendían y violaban a las mujeres en sus hogares.

      Esta era la guerra de verdad. No importaba el lugar o porque dios pelearan, los hombres nunca cambian. Edric escuchó entonces unos gemidos en una de las casas. Y entró. Vio el cadáver de un hombre muerto a la entrada, pero nada más. Luego volteó a una de las esquinas. Detrás de unos sacos de harina se hallaba una mujer joven y su hijo.

     Edric le tendió la mano a la mujer para que se levantase. Y la mujer por miedo lo hizo. Luego el muchacho tomó el mantel que se hallaba sobre la mesa y se la puso al niño. Para que se ocultase.

     --Gracias, gracias--decía la mujer.

     Pero cuando ella también se iba a ocultar Edric le tomó por el brazo y la lanzó contra la mesa. Luego se dispuso a rasgarle el vestido. La mujer comenzó a gritar y el niño bajo el manto a llorar. Edric no le prestó atención y se desabrochó el pantalón. 

     Tomó su miembro y lo empujó hacia el interior de la mujer. Y después comenzó a embestirla. La mujer lloraba. El muchacho no entendía porque se sentía más excitado así. Viéndola llorar, humillada. Traicionada. Cuando Edric terminó la mujer se había quedado muda. El muchacho volvió a amarrarse los pantalones y a salir de aquella casa. 

      Los saqueos continuaban a lo largo de toda la ciudad. En los carretones ponían todo lo que brillase, fuese, de plata u oro. Edric siguió hacia el puerto donde los civiles desesperados se habían quedado varados.

     Edric sólo podía imaginarse su sorpresa cuando las velas rojas de los drakares de los mercenarios vikingos aparecieron en la costa sonando los cuernos de guerra. Los hombres realizaron una masacre con los civiles.

      Al caer la noche. Los civiles que sobrevivieron fueron obligados a servir a la orden del temple como fuente de abastecimiento. Mientras que los mercenarios cargaban dos carretones llenos de oro en sus barcos. Tancredo se reunió con Odou el templario que repartía pan. Y lo subió sobre una galera.

      --Hermano que Dios sea misericordioso con usted en su viaje. –dijo Tancredo abrazando al hermano Odou.

      --No se preocupe hermano Tancredo. No le fallaré a la orden iré a cada corte de cada rey cristiano en Europa, la cristiandad debe saber que los sarracenos han tomado Jerusalén que la orden no podrá contra todos ellos.

     --¡Deus Vult! —exclamó el hermano Odou.

     --¡Deus Vult ! —exclamaron los templarios. La galera comenzó a navegar. Edric trató de no reírse por lo triste que parecía esa situación, aquella pequeña galera, era la última esperanza del Temple para continuar con las cruzadas. Sin tener idea de lo que iba a pasar.

     --Necesitaré mensajeros que vayan de regreso al Crac e informen sobre nuestra victoria sobre los infieles de Acre. —Dijo Tancredo.

      "Es gracioso" pensó Edric. "Cuando Al Mutah Alim tomó Acre la primera vez, perdonó a todas las almas cristianas. Les dio navíos de su propia armada para escoltarlos a Chipre, a Malta y a tierras cristianas. Eso es lo que los hacía salvajes a los ojos de dios. La incapacidad de reconocer que en una guerra, también hay que masacrar para causar temor."

     --Yo iré. —respondió Edric. Yo le informaré al gran Maestre sobre la victoria de Acre. 

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora