Poitiers y Selene

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El primero en morir, hacía mucho tiempo había sido el Abuelo Perot, el padre de mi madre. El abuelo había ayudado a mi padre, a construir la granja. Y cuando la abuela murió en la aldea. El abuelo Perot, vendió su casa y se mudó a la granja. No había mucho que yo recordara sobre el abuelo, más que su gusto por el vino. Y la cabeza llena de sueños. El hombre decía ser descendiente de Eren Lokisson El Dragón Marino. Y contaba de las historias del ultimo dragón y el hombre Sigfrido que se bañó en su sangre. 

        Claro que el párroco no estaba de acuerdo con esas historias. Un día un perro mordió al abuelo en la pierna. Y a pesar de toda la ayuda que recibió el hombre murió. Porque la herida se infectó. No sentí su muerte porque era muy pequeña todavía. Pero el abuelo Perot nunca quiso quedarse en Normandía y llevar la vida de granjero que mi padre y mi madre tenían, y en cierta manera ni Edric ni yo quisimos también.

            --¡Auch! —exclamó Jaques. —Mientras trataba de poner su pie en el suelo. El muchacho la tenía difícil, las mordidas de los perros habían sido profundas y el muchacho se había puesto pálido. Los dos fueron lentamente caminando por el frio bosque. En dirección más al sur. No querían encontrarse con los borgoñeses. 

       Pero no podían quedarse ahí. Esta era la primera vez que Selene tenía que resolver las cosas. Jaques no podría pelear en ese momento. Y Selene no sabría si ese Paladín tendría más perros rastreándolos.

     Tenían que llegar a Poitiers a como diera lugar. los dos necesitaban descansar y Jaques necesitaba ir con un médico. Entonces una flecha pasó silbando y se clavó contra un árbol. Selene miró sobre su espalda. Era ese hombre. El Paladín Erembourc. En sus manos tenía la ballesta.

     --¡Ahí están, atacad! —exclamó el paladín. Los hombres tras él comenzaron a correr. Entre los helechos. Desenvainando sus espadas y lanzas.

     --¡Vamos! —exclamó Selene. —Tenemos que huir.

     --Los dos comenzaron a correr. Las heridas de Jaques volvían a pulular sangre. Que corría por su pierna. El muchacho jadeaba cada vez que daba un paso.

      Selene sabía que no llegarían muy lejos. La distancia entre los hombres del Paladín y ella era ya muy poca.

     --Sigue tu Selene, yo los distraeré. —respondió Jaques.

    --De que estas hablando, no voy a abandonarte aquí Jaques. —respondió Selene.

    --No hay forma de que pueda salir del bosque, así como estoy, pero tu si puedes. Solo sigue la dirección del musgo de los arboles hacia el sur, y llegaras al camino.

     --No Jaques, no te dejaré aquí a morir. —respondió Selene y Desenvainó su espada. —Yo te protegeré Jaques. "Eso es lo que Ser William haría, él no abandonaría a Jaques a morir."

      Entonces Selene chocó espadas con uno de los hombres y en el contra golpe lo mató. Y luego atacó a otro de ellos, también lo mató. El tercero le agarró por la espalda, pero Selene le dio un cabezazo rompiéndole la nariz, la chica se dio media vuelta y lanzó el tajo en el cuello del hombre.

     Selene contó los enemigos que le quedaban, eran dos. Tal vez si podría vencerlos. Alou apareció detrás del hombre con su hacha de guerra, pero el Paladín Erembourc lo detuvo.

     --Nunca antes había visto luchar una mujer de esa manera y con tal técnica. —respondió el Paladín. —Yo soy Erembourc de Champs; Paladín al servicio de Raphael Capeto de Bretaña, Príncipe de Francia.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora