El Príncipe y William

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El campamento se alzaba sobre la pradera. Debía de haber centenares de tiendas de campaña. Los soldados apilados alrededor de las fogatas comiendo. Y haciendo filas junto a los herreros para que estos afilaran sus armas. William fue con cuidado, no quería alzar sospechas cuando una partida de Jinetes se acercó a él.

       --¡Alto! —exclamaron los jinetes.

        --Soy Ser William de Tours, traigo un mensaje de la reina Henrietta de Suvignon para el príncipe Raphael de Capeto. —dijo el joven caballero y luego sacó de su alforja el pergamino enrollado. Los jinetes intercambiaron miradas, y dejaron pasar al caballero

          Habría de todo en aquel campamento desde caballeros con armaduras que revelaban una vida luchando., hasta campesinos que no sabían agarrar bien una lanza. Había novatos más verdes que el pasto hablando sobre sus ansias de ir a la guerra. Así como extranjeros y criminales. Había una compañía mercenaria de Nórdicos el jefe de ellos estaba sentado sobre un palanquín era inmenso con una espesa barba rojiza y anillos de cobre que colgaban de ella. Era la única tienda que estaba llena de tesoros. Y el resto de los soldados miraba con envidia, pero ninguno se atrevería a robar ni una sola pieza del tesoro de los nórdicos.

           Luego vio al otro lado del campamento a las capas de cuero, habría pasado un largo tiempo desde que había luchado contra ellos en Orleans y donde Selene había matado a Alfonz.

             La tienda del príncipe tendría que ser la más grande de todas. De tela negra brillante y pesados estandartes ante la entrada negros como la noche con flores de lis doradas y guardias de armadura completa. Ser William descabalgó y se dirigió hacia la tienda del príncipe. Pero fue detenido por los guardias.

            --Déjenle pasar, tiene una carta de la reina. —dijo uno de los jinetes.

            --Tiene que dejar la espada aquí. —respondió uno de los guardias.

          Ser William se quitó la espada del cinturón y se la dio a uno de los guardias. El joven caballero entró.

            En el interior se encontraban dos generales que le daban información al príncipe. Y al centro el mismo príncipe. El hombre era distinto a cualquier hombre que William hubiese visto antes. Raphael era alto, de complexión atlética, de rostro rectangular con una fuerte mandíbula, y pómulos sobresalientes. Tenía una nariz pequeña y bien construida, con ojos azules profundos y una larga cabellera negra.

           --¿Quién es usted? —dijo el príncipe, con su profunda y voz pausada.

         --Yo soy Ser William de Tours, traigo un mensaje de la reina Henrietta de Suvignon.—dijo el caballero y sacó la carta. El príncipe Raphael vio la carta con el sello de cera todavía intacto. Entonces el príncipe se levantó.

      --Fuera todos, déjenos solos.—ordenó el Príncipe.—sus dos generales dieron una reverencia y salieron de la tienda de mando. –¿Dices que Henrietta te envió para darme esta carta?

     --Si alteza. —dijo el caballero. El príncipe tomó la carta de las manos del caballero y rompió el sello. Después olió el papel. Ser William había notado el olor a perfume de la reina. pero para el príncipe era como si estuviese degustando el mejor vino del mundo.

    --Tome asiento Ser William. —le ordenó El príncipe, dejó la carta sobre la mesa y tomó una jarra de vino y sirvió dos copas de vidrio.

      --Tenga. —dijo el joven príncipe.

      Ser William tomó la copa y dio un sorbo al vino.

La Doncella de Hierro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora