"La primera vez que había montado un caballo fue cuando estaba en la granja, habría de tener unos 7 u 8 años y mi padre Bardo, me alzó y me montó sobre el viejo Witck: un jamelgo muerto de hambre que había comprado para arar la tierra. El moribundo caballo apenas podía con su propio peso... Pero que tanto podía saber un muchacho que orinaba pasto en ese entonces de la vida."
La arena se levantaba y le imposibilitaba ver. Su caballo también, bufaba y relinchaba ante la arena que golpeaba sus ojos. Aquella había sido una gran tormenta rojiza, y a pesar de que el cielo había sido cubierto, frente a ellos se encontraba aquella monstruosidad. El inmenso castillo, donde brillantes fuegos brillaban entre la arena, como faros de un mar sin agua. Y un centenar de estandartes ondeaban violentamente en el viento. Y así como llegó, la tormenta de arena desapareció dejando a los dos viajeros contemplando El Crac. Las banderas con la cruz bifurcada y de 16 aristas en granate. La cual caía de los torreones.
—Ya no hay marcha hacia atrás. —Dijo De Bois con su ronca voz. El hombretón estaba cubierto en harapos, al moverse la arena caía en pequeños bultos de los dobleces en su guardapolvo, pues era mejor una tela arenosa, que la irritación de la arena contra la piel sudada por debajo de la pesada y candente armadura.
—Nunca hubo una marcha atrás para mí. —Respondió Edric. Por debajo del turbante y del velo que le cubría la nariz y la boca de la arena, los ojos almendrados del joven Edric Bardo observaban determinantes la colosal fortaleza.
—Cuidado Edric, estos hombres no son como los pobres bastardos que hemos enfrentado en Jerusalén. Dentro de los muros del Crac yace la Orden del Temple. Verdaderos guerreros forjados por la guerra en Tierra Santa. —Advirtió DeBois. El hombretón era un imbécil, eso era cierto, era era muy feo y mal buscapleitos. Pero si había sobrevivido a todo este tiempo en Tierra Santa, significaba, que él sabía cosas, algunas que Edric ni siquiera sospechaba de ser reales. —Aún podemos regresar, no es tarde para huir.
—Si regresamos, pierdo Karnak. Si la pierdo, me quedo sin nada y todo lo que hice será en vano. No DeBois, tenemos que seguir hacia adelante pase lo que pase. —Respondió Edric. Y le dio una patadita en el abdomen a su corcel, el caballo relinchó y comenzó a caminar hacia la fortaleza.
Edric hubiera querido aparentar tener una fortaleza que no tenía, por supuesto que no le podía confiar a DeBois, que Edric se había orinado, al ver las enormes nubes de arena al inicio de la tormenta. Sentía pavor, de aquella fortaleza y los hombres que se encontraban tras los muros de ella. Pues en su viaje por Europa, jamás vio un castillo que se equiparara con la colosal fortaleza del Crac de los Caballeros.
DeBois entonces hizo avanzar su caballo y lo colocó a la altura del de Edric, Ambos jinetes se acercaron al portón, pero fueron detenidos por tres hombres que yacían custodiando la entrada, montados sobre sus caballos, cubiertos por tela con motivos de la cruz en ellos. Los yelmos los hombres llevaban, eran rectangulares con una cruz labrada en el metal, sus jubones eran blancos con una cruz escarlata brillante y una cota de malla por debajo.
—¡Alto ahí! —Anunció uno de los soldados en un francés muy extraño. —¿Quiénes son ustedes y que buscan aquí?
Los tres hombres colocaron inmediatamente sus manos sobre los pomos de sus espadas. Edric no podía evitar sentir miedo, después de todo, no podía ver sus rostros, ni sus ojos, lo único que veía era ese yelmo en forma de cubeta de latón.
—Tranquilos, somos cristianos...amigos —Respondió Edric en su francés, él esperaba que su acento normando le sacara del aprieto, Pero se notaba que los tres caballeros, no entendían el dialecto que Edric hablaba. Entonces el muchacho se quitó la capucha de la cabeza. Y De Bois hizo lo mismo.
—Sois blancos, mas no cristianos. Hay turcos blancos de aquí hasta la Anatolia. —Replicó otro de los jinetes mientras rodeaba a los dos forasteros desde su montura. —¿Cuáles son sus nombres?
—Soy Ser Edric Bardo: Señor de Karnak, ungido por Lord Friedrich Eisenbach en persona. —Replicó Edric al caballero que los rodeaba en círculos cada vez más pequeños.
—¿Sois caballero?, no hablas como caballero, ni como miembro de la orden, además Karnak se encuentra bajo ley sarracena. —Respondió otro jinete.
—Es por eso que venimos aquí. —Dijo De Bois.
—Sí, queremos unirnos a la orden. —Respondió Edric.
Entonces el hombre que los rodeó, se quitó el yelmo, era un hombre pelirrojo, de cabello corto con ojos azul claro, pequeños y mentón cuadrado. Su barba estaba perfectamente recortada. Y por las arrugas, se asemejaba un hombre de mediana edad.
—Mi nombre es Tancredo de Aviñón. —Respondió el hombre. —Gran Castellán del Crac. Estoy tentado a dejaros pasar. Más si vosotros queréis formar parte de la orden, tendrán que demostrarlo ante los ojos del Gran Maestre.
DeBois y Edric intercambiaron una mirada rápida y luego asintieron con la cabeza. Tancredo de Aviñón sonrió y luego miró a los otros dos jinetes templarios.
—Abrid el portón. —Le ordenó Tancredo, a uno de sus jinetes, quien hizo sonar una trompeta que llevaba en la alforja de su montura. El grueso e inmenso portón del Crac comenzó a crujir mientras lentamente se comenzaba a abrir. —Informadle al Gran Maestre, que tenemos invitados.
El segundo jinete asintió con la cabeza y luego hizo trotar su corcel hacia el interior de la fortaleza.
—Seguidme pues. —Les ordenó Tancredo a Edric y a DeBois. Los tres jinetes entonces cruzaron el portón.
El gran patio de armas estaba repleto de caballeros entrenando con espadas y con lanzas. Justando desde los lomos de los caballos, a enemigos hechos de fardo. Disparando flechas a las dianas con una gran variedad de arcos y ballestas. Desde los muros, los albañiles los recubrían de cal y cemento para las reparaciones y una decena de hombres limpiaban las canaletas del foso del castillo. Desde las altas murallas los guardias daban sus rondines de un lado al otro. Y desde las torres, los escribas transcribían mensajes que después amarraban a las patas de las palomas mensajeras. Había hombres de todas las etnias y lugares de toda Europa. Había hispanos, y pálidos hombres de Rus y el Sacro Imperio Romano Germánico. Italianos y muchos, muchos franceses. También había griegos y bizantinos, quienes Edric sospechó que habían renegado del cristianismo ortodoxo, para seguir la fe católica.
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La Doncella de Hierro II
Historical Fiction¡GUERRA! Después de la Batalla de Orleans, las cosas no han hecho mas que empeorar. Con una Francia dividida y debilitada por los continuos saqueos e insurrecciones, Selene y sus amigos continúan su viaje para llegar a tierra santa, a través de...