Capítulo 1

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―Pero es que ya me debes dos meses de renta, muchacho ―le dijo la señora, mirándolo sin señal de reproche

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―Pero es que ya me debes dos meses de renta, muchacho ―le dijo la señora, mirándolo sin señal de reproche.

―Lo sé, doña Catalina, le pido que me disculpe por eso ―murmuró apenado―. Le prometo que el día de mañana le daré la paga de uno de los meses ―continuó sin saber, en realidad, como haría para conseguir el dinero. De alguna forma tenía que conseguirlo, de lo único que estaba seguro era que no recurriría a esos negocios sucios; él había sido testigo de todos aquellos que lo hicieron y que no vivieron para contarlo.

La señora regordeta lo observó con atención, mirándolo con pesar, pues ella más que nadie sabía por todo lo que él había tenido que pasar. Pablo esperó atento por su respuesta.

―Está bien, hijo... Yo entiendo que por las cosas de la universidad se te dificulta un poco más pagarme el mes, pero entiende que yo sobrevivo con ese dinero, y tampoco quiero correr el riesgo de que me corten los servicios del edificio. ―Le explicó con nostalgia, si por ella fuera, no le cobraría ni un solo peso; pero, las cosas han aumentado mucho últimamente, necesitaba, al igual que él, sobrevivir.

Pablo le brindó una sonrisa sincera.

―No se preocupe por eso, Catalina, yo la entiendo perfectamente y le agradezco todo lo que usted ha hecho por mí.

Cinco minutos después la señora se marchó dejándolo completamente solo, con un montón de cosas que pensar y muchas más por solucionar.

¿Cómo haría para pagar todo lo que debía? Si apurado le alcanzaba para comer y para cubrir los gastos de la universidad.

Observó con atención aquel lugar que había sido su refugio durante tanto tiempo. Su única salvación era hablar con su jefe, pero ¿lo ayudaría aquel señor en lo que tenía pensado pedirle? Todos sus empleados, incluido él, conocían como era ese hombre en realidad; alguien frio al que solo le importaba obtener dinero y aumentar su fortuna, aunque no podían quejarse, porque, a pesar de que siempre se mostraba imperturbable ante ellos, nunca les había quedado mal en lo que se refiere a la paga de cada uno por sus trabajos.

―Cielos... ¿Qué voy a hacer? ―susurró dejándose caer en su pequeña cama.

La única solución que Pablo tenía en mente era pedirle un pequeño adelanto que, al menos, lo ayudara para pagarle un mes a doña Catalina, tal y como se lo prometió.

A la mañana siguiente se levantó temprano. Su turno ese día era desde las siete hasta las doce del mediodía. Toda la noche rogó por una oportunidad para que aquel hombre se apiadara de su alma y lo ayudara a avanzar; sabía que sería difícil convencerlo, pero no imposible.

Engulló pan con café, pues no tenía nada más que comer. Alistó la mochila que acostumbraba llevar a su trabajo y salió de casa rogándole al cielo una oportunidad para poder aminorar su grave situación.

Caminó contemplando todo a su alrededor, intentando no perderse ningún detalle; veía como los niños pasaban agarrados de la mano de sus padres para ir a la escuela, jóvenes corriendo de aquí para allá, ancianos disfrutando del sol mañanero y, por un momento, quiso verse así de relajado, tranquilo y sin preocupaciones, pero eso no sería posible, no por ahora.

El silencio de sus ojos © (#Wattys 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora